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Madrileñitis

Gran Vía en el primer día de Madrid Central

Antonio Maestre

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Si hay que añadirle un sufijo a la madrileñería no es el de fobia, que es una invención del porte del vicitimismo de Roca Barea, sino el que tiene como función explicar la inflamación que produce una enfermedad. Una inflamación que se produce en la capital pero irrita en las periferias. Raro es que no hayan invadido Madrid desde otras comunidades cuando hacemos noticia nacional la peatonalización de Gran Vía, la cabalgata de Reyes o que llueve después de que hayamos lavado el coche. ¿Cómo no querernos?

A los que habitamos estas tierras y nos mueve lo rojo nos hubiera gustado que Madrid hubiera sido construido en la épica antifascista del “No pasarán”. Pero pasaron y convirtieron Madrid en la cuna del centralismo y del nacionalismo nacionalcatólico más rancio. Manuel Vázquez Montalbán cuenta en Crónica sentimental de España la “operación Madrid” fraguada a través de la cultura popular, que consistía en crear en el Madrid de Chicote, el de los intelectuales rancios, una cultura regional equiparable a la de los nacionalismos periféricos para consolidar ese centralismo indispensable en el relato del nacionalismo español. Y caló, vaya si lo hizo.

Madrid es el epicentro del nacionalismo español, aquel que desde las instituciones ha promovido un país asimétrico de derechos que ha subyugado toda representación nacional que se sale de sus proclamas. Aunque los grandes nacionalistas españoles con sede en Madrid han sido importados, a excepción de José María Aznar: desde Ferrol con el inefable a Pablo Casado desde Palencia, Santiago Abascal de Amurrio o Albert Rivera de Barcelona. Que cada región aguante su vela. No nos dejéis solos con esto.

Criándome en Fuenlabrada y con orígenes extremeños y de Villaverde, la cercanía ante la cosa madrileña tiene tanto de próxima como la imposibilidad de poder disfrutar de la vida cultural de la polis hasta después de los dieciocho y ser visto con la misma condescendencia por los habitantes de Malasaña con la que un conservador holandés nos mira a nosotros. Lo supe años después, pero aquellos desprecios se debían a algo llamado clase. Siempre han existido anillos de exclusión, se llaman periferias. Y pocos madrileños de barrios como Usera o Vallecas o poblaciones como Parla o Alcorcón pueden sentirse concernidos y zaheridos cuando se habla de madrileñofobia. Si existe inquina es por ese Madrid de escaparate e intereses de burgués, no por el proletario y multiregional que lo ha sufrido de manera más habitual, inevitable y concreta.

Es cierto que todos los periféricos hemos sufrido la fama que la burguesía madrileña ha ido expandiendo por todas las regiones. Pero precisamente por sufrir más que nadie el comportamiento clasista madrileño sabemos disculpar esos desprecios al forastero de Madrid, e incluso comprenderlos y justificarlos. Mi primer día en Murcia, comprando en un supermercado, me dijeron al preguntarme por mi origen y escuchar mi acento: “Con el asco que me dan a mí los madrileños”. Reconozco que en aquel momento me sorprendió. Pero ahora, con el paso de los años, cómo no tener recelo en Murcia de los que venimos de Madrid como si sus costas nos pertenecieran, con desprecio e insultos, mofas por su acento y burlas sobre su cultura. La “operación Madrid” fue un éxito durante el franquismo y el nacionalismo español lo ha consolidado con su desprecio a las minorías nacionales. Pero no podemos dejarnos llevar por ese rancio esencialismo, no desde la izquierda.

Los primeros días de la pandemia, cuando se salía en tropel de las grandes ciudades a las playas o a las segundas residencias, se señaló a los madrileños como causantes de todos los males epidémicos, aprovechando algunos para exhortar sus prejuicios criados en el nacionalismo de otras regiones y poder librarse de culpas. Pero no salían los madrileños, salían los burgueses. Porque hay tanta similitud entre una trabajadora de Orcasitas y un pijo de Núñez de Balboa como la que había entre aquellos burgueses catalanes que construían las casas mirando a la montaña para diferenciarse y las clases populares que hacían vida en el mar o la que había entre los industriales de Neguri y los maquetos que acampaban en la Margen izquierda. No es el origen, ni la M-30, es la clase.

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