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Nuestro derecho a fusilar a Puigdemont

Momento en el que queman la figura de Puigdemont en Coripe (Sevilla)

Lolita Bosch

Por Semana Santa en la localidad sevillana de Coripe fusilan al 'Judas del año'. En otras ocasiones les tocó a Eva Sannum, Iñaki Urdangarin, el asesino de Marta del Castillo o la asesina del niño Gabriel. Los personajes que se linchan, año tras año, son elegidos por el AMPA de la escuela pública del pueblo y la celebración está declarada de Interés Turístico Nacional. Este año han fusilado una simbólica figura de paja que representaba al presidente de la Generalitat Carles Puigdemont y Quim Torra ha dicho que pondrá una denuncia por odio. Los periódicos más furibundos de Catalunya se relamen los bigotes, acusan a España de inacción y denuncian a la prensa española de inacción. Y el escritor Quim Monzó ha escrito un tuit dirigido, simbólicamente a su madre, granadina: “Gracias, mamá, por haber huido de esta puta mierda y no haber querido regresar jamás”. Así las cosas en la Catalunya profunda. Porque por más que hable el presidente y uno de nuestros escritores más conocidos, ésta no deja de ser una Catalunya profunda.

La tradición es tan brutal y brutalista como muchas otras tradiciones catalanas y españolas: la Guardia Civil carga los fusiles de los voluntarios de fusilar, acribillan a un muñeco de paja y le prenden fuego. Cuando arde, lo celebran. Lo escribo desde Catalunya donde hay tradiciones como tirar patos cautivos al mar y cazarlos en masa para cocinarlos aquel mismo día o incendiar los cuernos de un toro para que enloquezca y tengamos la sensación de que nos ataca. Un lugar en cuyas cabalgatas la mayoría de los reyes negros son reyes pintados de negro; sí, todavía hoy. O desde el Estado español, en cuya celebración del 12 de octubre (que ya de por sí es una salvajada) hay un espacio especial llamado 'Espacio del inmigrante'. En estos países en los que se ha celebrado miles de veces el asesinato de un toro, se han tirado cabras de un campanario o se ha salido a las calles a matar judíos como parte de una tradición. Aquí, nos llenamos la boca de desprecio.

¿Por qué no puedo yo fusilar a Puigdemont si la finalidad de la quema es terminar con alguien que haya hecho algo malo? ¿Acaso no puedo yo, desde Sevilla, considerar que Puigdemont no tiene razón? ¿Acaso no es cierto que el movimiento independentista catalán (del cual me siento parte) ha desestabilizado la política general española? ¿Acaso no hay quien se pueda reír de eso? ¿O es que sí podemos quemar a Urdangarín pero no a Puigdemont? ¿Desde cuando, por el hecho de ser exiliado, es intocable? Si no queremos que se sentencie al rapero Valtonyc por criticar a la Corona española, no deberíamos aceptar que se insulte a la comunidad de Granada por quemar simbólicamente a Puigdemont. ¿Por qué no deberían poder hacerlo? ¿Por qué las fallas sí pero Granada no? ¿Acaso no tiene derecho la gente de un pueblo que está a 999km de Barcelona a opinar sobre un político cuyo recorrido ha afectado sus vidas? ¿Veríamos igual de mal que quemen a Pablo Casado? ¿Nos indignó acaso cuando quemaron a Eva Sannum por separarse de Felipe de Borbón (que es, de hecho, mucho más ofensivo porque la quema es por género, ni siquiera por trabajo)?

¿Con qué rasero medimos la libertad de opinión desde Catalunya? ¿Dónde está nuestro esfuerzo de autocrítica? ¿Por qué cuando Dani Mateo se sonó con una bandera española y hubo quien quiso denunciarlo nos escandalizamos tanto pero en cambio Toni Soler, en uno de los programas de máxima audiencia de la televisión catalana, estuvo a punto de sonarse con una estelada catalana y se escuchó un masivo ohhhh y él dijo: No, no lo voy a hacer. Y literalmente se escuchó un suspiro. Yo me soné con una bandera catalana al día siguiente, en una foto que colgué en tuiter. Me parecía que si Dani Mateo estaba siendo atacado merecía la pena posicionarse. Y ahora también me lo parece.

¿Me gusta la tradición de quemar personas representadas en paja? Ni sí ni no. Entiendo que la hacen todos los pueblos del mundo y no es algo que yo haya celebrado nunca en Catalunya o en España pero sí en otros sitios. Pero me indigna más, muchísimo más, un escritor llamando puta mierda a todo Granada por una tradición que no comparte. ¿O cómo es la cosa? ¿A favor de los titiriteros que golpean a un guardia civil pero en contra de un pueblo que quema un muñeco con una careta? Esta falsa indignación es de asco. Y no, así no construye una república. Salud.

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