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El momento más difícil

El ministro de Sanidad, Salvador Illa, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el director del Centro de Coordinación y Alertas Sanitarias Fernando Simón, durante la reunión sobre el seguimiento del coronavirus en España

Carlos Elordi

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Los últimos datos son descorazonadores. Aunque a tasas más bajas que hace unas semanas, sigue creciendo el número de infectados registrados: más de 400 cada día, que son muchos. Y el esperado estudio serológico ha concluido que sólo el 5% de la población ha tenido un contacto, leve o grave, con el virus. De lo que se desprende que el 95% restante podría enfermar. No pocos especialistas dan por seguro que habrá un rebrote. Incluso pronto. En esas condiciones, el relajamiento de las medidas de confinamiento, las únicas que se sabe que funcionan, está plagado de enormes riesgos. Pero por mucha que sea la incertidumbre, el Gobierno no tiene más remedio que decidir por qué camino tirar.

Y tiene que hacerlo frente a la barahúnda de reclamaciones y de denuncias de maltrato que han desatado no pocas comunidades autónomas y a la guerra que le ha declarado la derecha. O sea, que más difícil todavía. Cabría esperar que la gente razonable de este país, que esperemos que sea mucha, expresara una cierta comprensión hacia el Gobierno e incluso algo parecido a un apoyo a su tarea en condiciones tan difíciles. Eso ayudaría. Pero esa voz, si existe, no se oye en medio del griterío crítico.

Desde hace mucho tiempo, puede que desde siempre, en España el que habla en público, y no digamos en la tele, lo hace para poner verde al que manda. Y si no, se dice que cobra del poder o que aspira a hacerlo. Ese es el estilo nacional que Pérez Galdós glosó con maestría hace ya más de un siglo y que sigue igual desde entonces. La opinión cabal está proscrita en nuestros lares. ¿Es posible que las espantosas condiciones que ha generado la pandemia animen a romper con esa tradición? Ojalá, pero hoy por hoy no hay indicio alguno de que eso vaya a ocurrir.

A la espera de que la cordura se abra paso en medio del desastre, el que ya hay y el que va a venir, no hay otro remedio que atenerse a lo que pasa cada día en la escena pública. Aunque casi siempre sea fútil y lleve cada vez más a la desesperación.

En el plano político, la situación está estancada. Mal que bien, y casi siempre un minuto antes de las votaciones importantes, el Gobierno mantiene su mayoría parlamentaria. El cambio de actitud de Ciudadanos, que parece que se consolida, le está poniendo más fáciles las cosas.

En las últimas horas, también Esquerra Republicana de Catalunya empieza a decir digo donde ayer decía Diego y es muy posible que la intención de Pedro Sánchez de ampliar durante un mes más el estado de alarma, con novedades respecto de los anteriores, sea apoyada mayoritariamente el día que se vote en el Congreso. Eso sí, puede que sin el voto de Compromís, que no ha querido quedarse atrás respecto de la nueva actitud crítica de los socialistas valencianos hacia el gobierno central. Cada cual a lo suyo, lo cual no deja de ser legítimo, aunque podría no pasar.

Por su parte, la derecha sigue a lo suyo. Además de seguir denostando al Gobierno, sin límite, sin recato y cada vez con menos sentido -lo de pedir que se hicieran públicos los nombres de los expertos que asesoran al Gobierno raya en la estupidez-, Pablo Casado está ahora empeñado en otra tarea: la de salvar como sea a Isabel Díaz Ayuso. Que cada vez parece más insalvable, al menos a medio plazo. José María Aznar también está en ese empeño. Y los de siempre del barrio de Salamanca salen a la calle para aplaudirlo. Y se creerán que están militando en algo serio.

Todo indica que el PP y Vox no van a cambiar de actitud. Que pase lo que pase seguirán empeñados en que Pedro Sánchez muerda el polvo y termine yéndose. Confían en que el drama económico que se está gestando en España, y por cierto, también en buena parte del resto del mundo, termine con la resistencia del líder socialista y de los suyos. Y que entonces surja un nuevo PSOE que abra las puertas a un gobierno de coalición con el PP y si es sin Vox, mejor.

Esa perspectiva no va a modificarse a menos que los poderes fácticos de la economía y alguno internacional le digan a Casado que cambie de rumbo, lo cual hoy por hoy es un sueño. De manera que lo más probable es que el pacto de reconstrucción se quede en el limbo o en casi nada.

Eso no tiene por qué suponer un desastre sin remedio. Si el Gobierno tiene las ideas claras de lo que hay que hacer y sabe moverse con inteligencia, puede conseguir en la sociedad, entre los actores económicos y sindicales, grandes medianos y pequeños, y sus asociaciones, los apoyos de los que la derecha política se niega incluso a hablar. Y la Unión Europea puede aprobar medidas, que sin llegar a las peticiones de España, Italia y otros más, ayuden decisivamente a hacer frente a la situación.

No es tiempo de optimismos. Pero por poco que se escarbe, se comprueba que los pesimistas más extremos están siempre cerca del PP. Esas actitudes maximalistas no se dan entre las firmas más señeras de los grandes medios internacionales. Ni siquiera en el Wall Street Journal. Ninguno de ellos se atreve a predecir qué es lo que va a ocurrir dentro de seis meses o de un año. Dicen que las cosas pueden ir por muy distintos caminos. Pero no necesariamente todos horrorosos.

Esos especialistas sólo tienen una cosa clara: la de que todo el mundo va a endeudarse. Y mucho. Lo cual hace pensar que lo más probable es que el sistema tenga que adaptarse, cambiando muchas cosas y algunas de fondo, a una situación en la que todos los países, y el sector privado, deban mucho dinero. Y no por eso tengan que hundirse. Tienen que pasar cosas nuevas. Algunas impensables. Si no ahora, en el medio plazo. Seguramente después de las elecciones norteamericanas de noviembre.

Pero en estos momentos, el problema inmediato y del que pende la economía, es la pandemia. El Gobierno tiene que hacer todo lo que esté en sus manos para evitar un rebrote. Aun frenando las ansias de pasar de fase que tienen unas cuantas comunidades autónomas. Las críticas que le van a llover si se mantiene dentro de la cordura sanitaria no deberían arredrarle. Y las eventuales protestas populares tampoco. Porque seguramente hay muchísima más gente que prefiere la prudencia a volver a las cañas y a las copas.

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