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Los robots podrían cuidarnos, pero les traemos sin cuidado

Nacen los primeros certámenes de belleza juzgados por robots

Lina Gálvez

Actualmente se hace fuerte la idea de que no hay trabajo suficiente para todas las personas porque la robotización de la producción aumentará la productividad y generará desempleo, al dejar a muchas personas sin trabajo.

Los análisis que nos hablan de la sustitución del trabajo –mejor, del empleo- por robots son cada vez más numerosos como por ejemplo los de los economistas de la Oxford Martin School que financia el Citi Group. En su estudio de tendencias laborales hablan de que casi la mitad de los trabajos que hoy día conocemos, incluidos los vinculados con las tareas cognitivas no rutinarias, desaparecerán en los próximos veinte años como consecuencia de la informatización. Igualmente, la idea que une robotización con paro es uno de los argumentos centrales de los defensores de la renta básica como forma de disminuir los niveles de pobreza que esta falta de empleo presagia.

Sin embargo, y aun asumiendo que estamos frente a un tema muy complejo, hay al menos dos cuestiones que el argumento que une robotización y paro ignora las más de las veces y que es importante traer a colación.

La primera es que históricamente el cambio tecnológico ha llevado ciertamente a la destrucción de muchos empleos, pero también a la creación de otros y a la reordenación –limitada- del tiempo de trabajo. De hecho, el cambio tecnológico suele suponer ante todo una reordenación del mercado de trabajo que genera paro especialmente en determinados sectores –y por tanto en determinadas regiones o en trabajadores de determinados perfiles-, pero que al mismo tiempo propicia la creación de nuevas profesiones o el desarrollo de sectores económicos que suelen cubrir una demanda de servicios previamente no satisfecha. Reconvertir a trabajadores o trabajadoras en estos nuevos sectores o profesiones no es algo automático y, en muchas ocasiones, estas personas no vuelven a incorporarse al empleo o abandonan el mercado de trabajo. De ahí que el cambio tecnológico se haya asociado en el imaginario colectivo con la generación de paro.

Pero el cambio tecnológico también debe de vincularse históricamente con la disminución del tiempo dedicado al empleo y, por tanto, con un aumento del tiempo disponible y los niveles de bienestar. Así, en las últimas décadas hemos asistido a una disminución del tiempo total dedicado al empleo ejemplificado en la reducción de las jornadas legales de trabajo. Y, aunque este progreso se ha frenado e incluso revertido en las décadas de dominio de las políticas neoliberales, las encuestas de usos del tiempo siguen mostrándonos una progresión descendente del número de horas trabajadas, a pesar de que esas mismas encuestas nos dicen que las personas cada vez reportan tener menos tiempo disponible. Esta paradoja de tener más tiempo disponible y creer que tenemos menos, tiene en gran parte que ver con la cada vez más desigual posición de las personas en los mercados de trabajo y también con la distinta autonomía a la hora de usar nuestro tiempo, con la libertad de la que disfrutemos en nuestros empleos –y en relación al trabajo no pagado-, y con el efecto de la propia tecnología.

Las nuevas tecnologías permiten unas fronteras más permeables que antaño entre el tiempo de trabajo y el tiempo personal y es normal, por poner un ejemplo, que se contesten emails de trabajo mientras se está fuera de él, lo que dificulta no sólo la contabilización del tiempo de trabajo sino también la autonomía que tenemos sobre el uso de nuestro tiempo.

La segunda cuestión que no se suele tener en cuenta en este relato es el papel del trabajo de cuidados no remunerado. En una sociedad que envejece, como es el caso de la mayor parte de los países ricos, y donde la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo no parece que se vaya revertir de forma drástica en breve, existe una fuerte demanda de cuidados insatisfecha. Puesto que la mayor parte del trabajo de cuidados se realiza de forma no remunerada en el seno del hogar por parte de las mujeres, no suele concedérsele categoría económica, no es considerado trabajo al no mediar remuneración monetaria y, por tanto, es excluido de los análisis económicos. Pero que se haga esto no quiere decir que tenga que ser así. De hecho, es necesario incluir la magnitud, importancia y naturaleza del trabajo no pagado si queremos realmente analizar con seriedad el impacto que la robotización puede tener en el mundo del trabajo, en nuestros niveles de bienestar y en nuestras vidas.

Esta demanda de trabajo de cuidados puede cubrirse a través de trabajo familiar, -u otras formas de trabajo no pagado como el comunitario- pero la falta de corresponsabilidad de los hombres y precisamente los cambios que se están produciendo en el mercado de trabajo lo hacen complicado. No debemos olvidar que en el mercado de trabajo está sufriendo un proceso acelerado de precarización y muy especialmente de pérdida de autonomía de las y los trabajadores sobre su uso del tiempo. Los horarios cada vez son más flexibles a demanda de las necesidades de la empresa o el cliente, y lo es hasta la demanda de trabajo a través de los “zero contracts” o contratos por horas que se suceden como un rosario y que hacen muy difícil un aspecto básico de lo que llamamos conciliación y que es la organización de los tiempos e incluso, de los microtiempos.

Esta demanda también puede cubrirse parcialmente con más servicios públicos. Pero precisamente la fiscalidad cada vez más regresiva y las políticas de austeridad no van precisamente en la línea de garantizar unos servicios de cuidado que igualen las oportunidades de la ciudadanía y la dignidad de las personas, sobre todo aquellas personas en situación de dependencia. Esa demanda también puede ser cubierta a través de la mercantilización de ese trabajo de cuidados que es en gran parte la respuesta que se ha dado en la mayor parte de los países ricos, a excepción de los nórdicos. No obstante, la mercantilización de un trabajo que históricamente se ha hecho de manera naturalizada y gratuita por parte de las mujeres ha ido siempre unida de precariedad e incluso a una reglamentación específica como en el caso de España con las empleadas de hogar, que en vez de corregir fomenta esa precariedad.

Por último, también puede ser parcialmente cubierta con el desarrollo de robots como ya se ensaya para el cuidado de las personas mayores en algunos países con claros signos de envejecimiento, bajas tasas de fecundidad unidas a una alta desigualdad de género, políticas de inmigración muy restrictivas y un importante desarrollo tecnológico como es el caso de Japón. No obstante, como dice Judy Wajcman en su magnífico libro “Pressed for Time. The Acceleration of Life in Digital Capitalism”, cuando habla de los robots cuidadores que se están comenzando a usar en residencias de ancianos niponas, “machines can take care of us, but do not care about us”, pueden cuidarnos, pero les traemos sin cuidado. Porque el trabajo de cuidados tiene una dimensión humana que los robots no pueden desarrollar –todavía-, y puede suponer un gran y satisfactorio nicho de trabajo en una economía cada vez más robotizada. Pero si seguimos ignorando la dimensión económica del trabajo de cuidados no remunerado, el debate sobre la robotización y el paro servirá de justificación para la puesta en marcha de propuestas de renta básica indiscriminada que más que un ingreso mínimo vital se convertirá bien en una “paguita” para el ama de casa o en un complemento salarial que en realidad será más bien una ayuda pública al empresariado.

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