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La cueva marina que aún esconde un tesoro

Cueva del Tesoro, en el Rincón de la Victoria (Málaga).

Néstor Cenizo

Puede que el tesoro más valioso sea el que aún no ha aparecido. Solo se puede soñar con el tesoro que aún no vieron los ojos, sin saber cuánto oro le da brillo y cuántas sortijas lo adornan. Dicen que en Rincón de la Victoria (Málaga) hay un tesoro escondido en una cueva y que buscándolo se dejó la vida un aventurero suizo del siglo XIX. También dicen que su alma vaga desde entonces por las profundidades de la gruta. Pero eso, claro, es leyenda. El fantasma y el tesoro se esconden al turista en la Cueva del Tesoro, que aun así merece una visita. Es la única de origen marino en Europa, y por ella pasaron las grandes civilizaciones que dejaron huella en Andalucía: fenicios, romanos y árabes, todos dejaron huella entre sus paredes de roca caliza.

Piénsese en Gaudí, en las formas de la Casa Batlló intentadas por las olas del mar. Las paredes de la Cueva del Tesoro están horadadas por miles de años de agua y sal. Se formó durante el Jurásico, tiene una longitud total de 1.500 metros (la mayor parte de ellos no visitables) y entonces todo esto era mar. Algunas rocas están hoy mojadas, pero de agua de lluvia filtrada que tiñe de rojo suave las piedras más húmedas y se acumula en la Sala de los Tres Lagos. Ahora hay unos 800 metros hasta la orilla del Mediterráneo, pero Ana Galán explica que los espeleólogos creen que la gruta comunica directamente con el mar. Ana es guía de la cueva desde hace 11 años.

“La cueva está no lejos del mar, y las rocas que la circundan envían un aura delgada y apacible a los que se hallan dentro (…).No carece de agua ni de luz, sino que al lado de las rocas mana una fuente de abundante y delicioso caudal, y unas hendiduras naturales de las peñas, por donde entre sí se juntan, reciben de afuera la luz”. Se dice que esta descripción, contenida en las Vidas Paralelas de Plutarco, corresponde a la Cueva del Tesoro. Marco Licinio Craso vino a refugiarse aquí, con dos amigos y diez criados, huyendo de Mario y Cinna, en el año 86 antes de Cristo. Pero desde la Primera Guerra Civil de la República de Roma y la actualidad ha pasado mucho, y hoy no hay luz natural en estos corredores subterráneos.

A Craso, que habría pasado ocho meses en la cueva, está dedicada una de las salas. En otra, cerrada al público, aparecieron pinturas rupestres. Y en una tercera se encontraron restos que demuestran la celebración de sacrificios en honor a Noctiluca, la diosa fenicia que alumbra en la oscuridad. En este Santuario de Noctiluca hay una roca cuyo perfil permite intuir un rostro femenino. En la cueva aparecieron también restos del Paleolítico Superior y de la Edad de Bronce, parte de los cuales se conservan en el Museo Arqueológico Nacional.

La leyenda del tesoro

La leyenda del tesoroY el tesoro… Dicen que fue Tasufín ibn Alí, tercer emir almorávide para más señas, quien hostigado por los almohades lo embarcó en la costa de Orán, y que un emisario lo escondió aquí en el siglo XII. Desde entonces, muchos lo buscaron y ninguno lo encontró. Fray Agustín de Milla y Suazo, nacido en Orán, dio la voz de alarma: “¡Allí hay un tesoro!”, pudo decir. Su historia la recogió en el siglo XVIII el canónigo Cristóbal Medina Conde, en sus Conversaciones Históricas Malagueñas. Y entonces los cazatesoros llegaron a este pueblo a apenas una decena de kilómetros de Málaga. Pero no hay término medio con los cazatesoros, que ya se sabe, son gente con fortuna (los menos) o desgraciados que buscan romper su desdicha con un golpe de fortuna. Diecisiete hombres “salieron muy asustados”, dice Ana Galán, en una expedición del siglo XVIII: “Vieron figuras extrañas y pasaron cosas raras; en esa época la gente era muy asustadiza”. Y treinta años del siglo XIX se pasó Antonio de la Nari buscando el tesoro almorávide, y lo más que encontró fue la muerte cuando un barreno de dinamita le explotó delante. Dicen que solo se halló una de sus botas.

En 1951, Manuel Laza compró a unos familiares los terrenos que daban acceso a la cueva. Pagó una peseta. Y comenzó a excavar (siguió haciéndolo durante 38 años), a investigar incunables y a escribir para documentar sus hallazgos o dejarse llevar por los “hechos reales que resultan mágicos”, en la expresión del prólogo de José Antonio Garriga Vela a El Tesoro de los Cinco Reyes. Creía Laza que había un tesoro porque habían aparecido en las cercanías un candil con seis monedas almorávides de oro, que él interpretó dispuestas a modo de señal. También porque descubrió tres puertas que daban acceso a la misma sala, taponadas por obra humana. ¿Para qué disponer tres puertas bastando con una? ¿Será que se esconde algo? Laza renombró la antigua Cueva del Higuerón como Cueva del Tesoro, pero nunca lo encontró. Desde 1992, cuando la cueva reabrió por última vez, está arrendada (hasta 2021) y gestionada por el ayuntamiento, aunque se discute sobre su posible compra o expropiación.

“Que existe un auténtico tesoro medieval soterrado en esta cueva es algo a mi juicio totalmente cierto. Los motivos que me inducen a creerlo aquí van explicados. Pero ¿será fácil que encontremos el tesoro? Creo que no es cosa fácil, pero sí posible. ¿Cuándo? ¿Quiénes lo hallarán? Sólo Dios lo sabe”, escribió Manuel Laza. Porque habiendo un tesoro, ¿qué importa que nadie lo haya encontrado? ¿No es el mejor tesoro aquel que está por descubrir?

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