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Para qué sirven los museos: ¿es la República un saber realmente útil?

La República de Juan Luis Moraza

J.M. Costa

Este invierno, el visitante del Reina Sofía puede elegir entre muchas opciones, nada menos que cuatro. Están la recién inaugurada de Patricia Gadea y otra de Mathias Goeritz que se abrirá el próximo miércoles. Las otras dos, ya presentadas, mueven a cierto pasmo. Son la República del sobre todo escultor Juan Luis Moraza y Un saber realmente útil que, en principio y obviando el supuesto escándalo, trata de una educación diferente y más allá del mero productivismo.

El pasmo viene del contraste. Por un lado, Un saber realmente útil es una muestra tan palmaria y explícitamente socialista-radical que a veces se lee más como propaganda que como Educación y Saber. República, cuyo nombre suscita múltiples evocaciones, se plantea en términos casi opuestos. Donde Un saber realmente útil produce una afirmación constante, Juan Luis Moraza deja muy claro que lo suyo es plantear preguntas.

Desde el origen también encontramos opuestos. Juan Luis Moraza es un artista muy respetado, plenamente profesional e inscrito en el mundo de lo expositivo. En la colectiva Un saber realmente útil, se trata de no artistas, de artistas-artesanos o de artistas en los márgenes del sistema. Esto se refleja en el acabado de las obras: las de Moraza son de un virtuosismo técnico equivalente al conceptual, una reflexión sobre el más mínimo detalle, dando en trabajos tan pulidos como elaborada es su génesis. Las de Un saber realmente útil no parecen preocuparse tanto del objeto final, donde un acabado más fino tampoco cumpliría un gran papel para transmitir la crudeza del mensaje.

¿Qué es República?

RepúblicaLa primera pregunta, la que se hace el visitante tal vez sea ¿qué República? La contestación no es para nada evidente si se contemplan los trabajos. Algo más si se leen algunos textos. La Republica es el Museo de Moraza, o con más propiedad, el Museo apropiado por Moraza.

En otros términos, hablamos de una muy amplía retrospectiva de lo que en su mayor parte son esculturas-instalaciones. El Museo de Moraza se divide a su vez en otros Museos. Alguno como el Museo de la Participación contiene obras muy inteligibles, como propuestas alternativas de impuestos, urnas de votación medio inservibles, sondeos sobre el artista ideal. En el Museo Simbólico las cosas van siendo menos explicitas ya que tratan de la “noción y los usos del monumento en el arte, en la vida social y en la vida cotidiana”. También existe un Museo Demográfico y un llamado Museo Antrópico donde el individuo entra en el neologismo del “Dividuo, dividido tanto por sus fracturas internas, como por sus fracturas externas en el universo de las relaciones”.

Todo esto es muy literario, pero no literal. Borremos por un momento lo escrito y quizá encontremos que el espectador (quien esto escribe) responde a la Pregunta de Moraza con otra pregunta: “¿Qué significa esto?”. Y, claro, parece complicado que encuentre una respuesta en la Pregunta.

En última instancia, la obra de Moraza tiene mucho de alegórico. La cuestión es que, cuando desconocemos el origen de la alegoría o del símbolo, nos quedamos con la fuerza o la debilidad de la propia forma, desnuda de cualquier explicación. Enfrentados a la representación de la diosa azteca Coatlicue, no hace falta que conozcamos nada del Panteón meso-americano para quedar impresionados. De la misma manera, no es preciso conocer el pasaje o la historia que representa cada grupo escultórico en la Iglesia del Iesú en Roma para que su visión remueva a fondo los mecanismos emocionales o intelectuales del espectador.

Plantea preguntas, ofrece respuestas

¿Se sitúa en ese nivel la República de Juan Luis Moraza? En gran medida. Es el caso, entre otros muchos, de un trabajo muy temprano como Límite (implosión) (de 1982, junto a María Luisa Fernández) que surge con fuerza como la ruptura de los límites del marco, artísticos en este caso, válidos para muchas otras situaciones. De este tipo de objetos está llena la exposición y aunque Moraza solo quiera plantear la Pregunta, piezas como esta traicionan ese planteamiento y ofrecen una posible Respuesta.

Pasemos de lo Literario a lo Literal. Un saber realmente útil tiene su origen en las ideas socialistas de fines del XIX que rechazaban la educación meramente utilitarista de la clase obrera y trataban de promover una formación más integral y de mayor conciencia de clase. Las cuatro comisarias croatas de la exposición dejan muy claro su descontento con sucesivas políticas educativas alternativas por ser “poco socialistas”.

Lo que viene a continuación –y como continuación de Playgrounds (reinventando el lugar de la revuelta, la plaza como símbolo)- es, en efecto, una visión muy alternativa del saber. Una visión que, al igual que en el caso de Moraza, se divide en cuatro partes. Traducidas aquí en otros tantos paseos posibles de la exposición. Paseos indicados en sendas octavillas que nos explican cómo movernos y qué entender.

En cierta forma y por seguir con ese enfoque, Un saber realmente útil ofrece la Respuesta antes de que hayamos formulado la Pregunta. Las Ardmore Ceramic Art en torno al sida son un ejemplo palmario: el sida es un monstruo y su manifestación plástica llena de horrores. Sabemos, en efecto que la polémica sobre el sida en Sudáfrica es muy diferente a la europea, que estas cerámicas seguramente representan un saber realmente útil. ¿Y aquí, en medio de Madrid? Regresamos a las últimas consideraciones sobre Moraza: ¿qué sucede con la obra desnuda? En Un saber realmente útil no existe esa posibilidad, la obra es tan funcional como Autonomy Cube, de Paglen y Appelbaum, una circunvalación en la Wi-Fi del museo para anonimizar a los usuarios. La forma no es nada: placas de hardware (libre) instaladas en un cubo de metacrilato.

Paradójicamente, siendo más literario y oblicuo Moraza y más literal y directo Un saber realmente útil, es esta última muestra la que ofrece en su catálogo 300 páginas de lectura intensa.

Estas dos exposiciones, tan diferentes, se unen por los extremos que al mismo tiempo son su origen: la necesidad de reflexionar sobre el saber heredado, sobre lo imperioso de poner en cuestión… todo. Moraza ha de ocupar el museo para hacer su Museo, Un saber realmente útil utiliza el museo como un lugar conveniente, pero no primario ni imprescindible. Y el visitante, que se sabe en un museo se ve sacudido entre la insinuación y el mitin. Entre la Pregunta casi insondable y la Respuesta en la cara. ¿Hay que elegir?

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