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El arte escondido tras la valla de Melilla: “Debemos sobrevivir”

La valla de Melilla sobre cartón expandido. Bolígrafo Negro. Foto: Amparo Climent

Alberto Ortiz

A las cinco de la madrugada, con los primeros rayos del sol, los perros comienzan a ladrar. El miedo levanta el campamento del monte Gurugú. Una patrulla de policía desmantela cada mañana el lugar donde cientos de inmigrantes malviven durante el timpo que tardan en prepararse para saltar la valla de Melilla. Al otro lado, espera El Dorado.

Al menos eso ha escrito Grym en la hoja raída donde ha ilustrado sus vivencias a los pies de la frontera. “España. Eldorado. Paraíso”, escribe junto a unos dibujos de personas llorando. “Dejamos nuestro país buscando una vida mejor, por muchas vallas que construyan, nada podrá detenernos. Yes, we can!”. Grym lleva meses en el Gurugú, junto a otros compatriotas de Mali. Quizá él haya sido uno de los que logró saltar la valla la madrugada este lunes.

Cuando la artista Amparo Climent visitó por primera vez el Gurugú en abril, no tenía muy claro lo que quería hacer. “Fui con la idea de un proyecto plástico, quería denunciar la situación en la que viven allí los inmigrantes”, relata. “Soy artista”, dijo a los que la recibieron. Al rato, se encontró con más de cien historias en sus manos. Dibujos o cartas escritas en cartones y papeles rotos que contaban muchas historias, pero todas parecidas. “A pesar de que escribieron y dibujaron por separado, lo que han vivido tanto en el monte como en el viaje es bastante similar”.

Climent ha recogido los dibujos para componer una exposición que se puede ver en Madrid hasta el 15 de noviembre: 'La valla. 100 artistas en la frontera sur'. “Aunque los dibujos son muy infantiles, muy naif, tienen una carga emocional muy potente”, explica la artista. Obras de arte de 30x30 que encierran las heridas de las concertinas, los golpes de la policía, los compañeros de viaje que ya no están.

El viaje no concluye en el monte, ni siquiera termina superada la alambrada. Climent conoce a algunos de los jóvenes que saltaron el lunes, a algunos de ellos los puede llamar amigos. Una vez que alcanzan su ansiado paraíso comienza otra etapa. Se desconoce cómo ha acabado la de Mirelle. Climent la conoció. “La primera mujer que consiguió cruzar la valla”, dice con orgullo. Mirelle quería ser futbolista, una de las ilustraciones de la exposición es una bota de fútbol que dibujó a su paso por el CETI de Melilla. “Quería ser como Messi, ahora está desaparecida, dicen que alguien se la ha podido llevar”.

Una caja de cartón desmontada hace las veces de lienzo para la pintura de otro de los chicos del Gurugú. Sonríe a la cámara mientras posa con su dibujo rodeado de sus amigos, pero lo que se muestra en el cartón no corresponde con la alegría de su cara: dos “militaires” pegan con piedras y palos a un “noir” caído ante la valla. “Melilla ou la Mort”, escribió en letras muy grandes Traoré Abdoul. Es todo o nada, quienes esperan en el monte marroquí han invertido su vida en busca de ese paraíso al que aspiraba Grym. Traoré agradece a activistas y periodistas su esfuerzo. “Vivimos una situación muy difícil aquí a causa de los militares que vienen a las cinco de la madrugada, cada día. Gracias por denunciar esto”.

Musa Musti nunca oye llegar a los perros de madrugada. En realidad, Musa no oye nada, es sordomudo. Necesita la ayuda de sus compañeros para casi todo, su condición hace la vida todavía más complicada en el Gurugú. Ha intentado saltar varias veces la valla. Sus heridas lo cuentan por él. Mientras escala, ve las bocas de los policías moverse en silencio y escucha la porra de uno de ellos solo cuando le alcanza las costillas. Un grito ahogado.

Las redadas nocturnas las inmortalizó Inza con lápiz verde. En su dibujo se pueden apreciar las figuras de la guardia marroquí y de sus compatriotas corriendo entre los árboles delante de un furgón. En la parte superior del papel ha escrito “debemos sobrevivir”. Koné Fousseyni, en cambio, dibujó su casa. “Soy un inmigrante en Marruecos y esta de abajo es mi casa”, ha escrito en el papel que sostiene mientras mira fijamente a la cámara.

Todos hablan de las malas condiciones en las que viven, todos coinciden en que lo que hace Marruecos es una violación de los derechos humanos. Daiforou se pregunta si la ONU sirve para algo o si solo es una fuerza moral. Posa junto a Diakité, que ha dibujado una metáfora. Una serpiente muerde a un águila antes de emprender el vuelo. De fondo, un árbol del Gurugú.

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