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“El más malvado de los hombres ha sido antes víctima de otros malvados”

Ángel Gracia, autor de la novela 'Campo rojo'.

Marcos Díez

Ángel Gracia (Zaragoza, 1970) es narrador y poeta. Su novela 'Campo Rojo' (Candaya) supone un viaje a la infancia para desmitificarla y despojarla de su inocencia. Un grupo de niños, de entre once y doce años, crece en un suburbio en las afueras de una ciudad que podría ser Zaragoza en los años 80. La violencia es una constante en las aulas, en las excursiones y en los descampados en los que transcurre la infancia de los chavales.

En 'Campo Rojo' la maldad no está presente solo en los verdugos sino también en las víctimas. El lector se adentra en este territorio salvaje a través de El Gafarras, también apodado Cuatroojos, que se evade del maltrato a través de los libros, los sueños y las fantasías. En algunos institutos ya se está planteando la lectura de esta novela para trabajar sobre el acoso infantil en las aulas. El libro se presentará el próximo miércoles, a las 19.30 horas, en la Librería Gil de Santander.

La maldad que se refleja en 'Campo Rojo' impacta sobremanera porque la ejercen unos niños que, además, parecen disfrutar aplicando la violencia y eso traslada una suerte de fatalidad. ¿La violencia de esos pequeños es innata o aprendida?

Los chavales reafirman su identidad transgrediendo las normas y creen que la violencia (física, verbal, sexual) es la mayor de las transgresiones. Disfrutan probando el alcance de su fuerza. Son los adultos quienes tendrían que imponer su autoridad, establecer límites, y en la novela no lo hacen. Por otra parte, el ejercicio de la violencia provoca adicción. El ser humano es esencialmente sádico, eso nos diferencia de los animales.

En la novela las víctimas pueden llegar a tener tanta maldad como los verdugos. ¿Todos tenemos un malvado dentro?

Nueve de cada diez conciencias entrevistadas contestarían a esta pregunta así: “Oh, yo no. Soy una persona justa y buena, al menos lo intento cada día”. Creo que precisamente en esa tentativa, en ese esfuerzo diario por hacer el bien está la clave de todo. En un mundo en el que nada tiene sentido, el ejercicio de la bondad debería ser nuestra única meta. Sin embargo, una luz oscura parpadea en nuestro interior. Hay un hijo de puta dentro de cada uno de nosotros. Sí, el más malvado de los hombres ha sido siempre antes víctima de otros malvados.

Muchos lectores se identificarán con la atmósfera de 'Campo Rojo', quizá alguno haya ejercido de matón y ahora sea un adulto pacífico. ¿Se puede aprender a dejar de ser violento?

Creo que es una novela que hace preguntas al lector. ¿Y tú, quién eras en el colegio? ¿El matoncete de poca monta, el guaperas, el maquinador silencioso, el pringado con sueños de venganza? De niños, todos hemos participado, (o hemos sido testigos) de escenas que luego intentamos olvidar: abusos, humillaciones, vejaciones. En esas situaciones todos (también los adultos) miramos hacia otro lado, y así aprendemos cómo funciona el mundo. Después de la infancia, nos limitamos a aplicar esas reglas de convivencia que perpetúan el sistema de jerarquías y el poder arbitrario de unos pocos.

Al leer el libro uno no puede evitar imaginar a los protagonistas en su edad adulta y sobrecoge pensar en las consecuencias. ¿La violencia sufrida en el ámbito de la escuela durante la infancia nos acompaña toda la vida?

Todas las vivencias se quedan adheridas en nuestra alma, sobre todo cuando somos niños. Cuando una persona, deliberadamente, hace daño a otra, esto tendrá consecuencias imprevisibles para ambas partes, víctima y verdugo.

La violencia en su libro, eso sí, es fundamentalmente masculina. ¿El machismo empieza tan pronto?

El machismo no son solo los insultos, las miradas y los abusos, es sobre todo una forma de entender el mundo. Una visión que, desgraciadamente, comparten los hombres, pero también muchas mujeres, aunque no sean conscientes del todo. Se habla a menudo de lucha de clases (o de combatir a la casta, como se dice ahora), pero la gran batalla pendiente es la de la igualdad. Los niños repiten esquemas sociales desde muy pronto, solo son un espejo de los adultos.

Quiero pensar que avanzamos lentamente pero avanzamos: en los años 70 se hablaba de “crimen pasional” y no de asesinato machista. Estamos concienciados y se han establecido mecanismos de amparo a las víctimas. Sin embargo, falta aún la gran revolución de las conciencias.

¿Se ha documentado de alguna manera o el libro es fruto solo de su observación y de sus experiencias personales?

He consultado con psicólogos infantiles y he leído montones de artículos sobre la violencia en esas edades, pero me temo que mis mayores fuentes de información vienen de mi experiencia personal y de mi experiencia lectora. No olvidemos que la violencia infantil es un tema recurrente en los grandes clásicos de la literatura. Y también del cine, claro: 'Los cuatrocientos golpes' es una película clave para mí.

El miedo es una de las emociones que más presente está en el libro, pero no parece solo un miedo a la violencia. A veces, más bien, parece que es el miedo el que propicia la violencia. Pero se trata de un miedo indefinido, ¿un miedo a qué?

Sí, creo que el miedo es el eje que vertebra la vida de los protagonistas de la novela. Los chavales tienen miedo de quedarse solos, aislados, pero también tienen miedo de los otros. Luchan cada día hasta la extenuación, hasta la humillación, si es necesaria, para sentirse queridos y se odian a sí mismos cuando descubren que no lo son. La ausencia de amor, de amistad, los destruye poco a poco. Todos ellos, matones y pringados, viven en el permanente temor. La primera frase de la novela es el resumen de todas sus páginas: “Tiemblas”.

La novela deja pocos resquicios para la esperanza. La ternura de los padres de El Gafarras sea quizá el principal asidero para el lector. ¿Solo el amor nos salva?

Así es. Sobre todo el amor que sentimos por los demás. Es bonito ser querido, sin duda, pero la salvación y la redención, el verdadero sentido de la vida, solo llega a través del amor que uno siente. Los chavales de la novela no son felices, no porque no sean queridos, sino porque no se quieren ni se respetan entre ellos.

La historia se desarrolla en los años 80 pero el acoso hoy sigue siendo un problema en los colegios e institutos. Tras adentrarse en una historia así, ¿se le ocurre alguna manera de frenar la violencia física y verbal dentro de las aulas?

Con este tema sucede lo mismo que con la lucha contra la violencia machista: la meta parece inalcanzable, pero nos damos cuenta de que si se establecen mecanismos de amparo (para que las víctimas no se sientan solas y culpables), si se conciencia a los chavales desde pequeños, si se les educa en el respeto y la convivencia, poco a poco se ven los resultados.

Actualmente, tendemos a pensar que en generaciones anteriores había un mayor respeto a la autoridad y al profesor. ¿La novela pretende de alguna manera desmontar esa afirmación de que cualquier tiempo pasado fue mejor?

Desgraciadamente los esquemas se repiten década tras década, aunque cada época tenga sus singularidades. Ahora hay también acoso en las redes sociales y un gravísimo problema con el racismo que en España todavía no ha estallado del todo pero estallará como ha sucedido, sucede cada día, en Francia.

El libro también parece desmontar ese ideal de la infancia, el paraíso perdido y todo eso. ¿Se podría decir que 'Campo rojo' desmitifica la infancia?

La literatura que más me gusta leer es la que desmantela tópicos y descuartiza pensamientos únicos. En este sentido, me sitúo en la larguísima estela de novelas que ponen en duda ese concepto rancio del paraíso perdido.

¿A partir de qué edad recomendaría la lectura de su novela? ¿Cree que 'Campo rojo' puede ayudar a comprender y, por tanto, a atajar o prevenir la violencia infantil en las aulas?

Ya la han leído jóvenes (sobre todo chicas) de 16 o 17 años, también adultos de todas las edades y su respuesta suele ser la misma: “Yo he vivido algo parecido” o “yo esto lo veía todos los días”. En algunos institutos lo están planteando como lectura para toda la comunidad educativa, más allá de la asignatura de Lengua.

Ha reconocido influencias de directores de cine como Haneke y de escritores como Donald Ray Pollock. A mí, particularmente, el libro me ha recordado un poco a ese ambiente desesperado y hostil de 'El señor de las moscas', de William Golding. ¿Existe alguna relación?

Por supuesto, la literatura no nace solo de las experiencias personales. Ese libro me marcó profundamente cuando lo leí en la adolescencia. Te leeré una cita: “¿Qué haces aquí solo? ¿No te doy miedo?-. Simon tembló. -No hay nadie que te pueda ayudar. Solamente yo, Y yo soy la Fiera”.

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