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“Los brotes neofascistas están llevando a Europa a un lugar de violencia y tinieblas”

Ayudan a cruzar la valla que divide Siria y Turquía a un niño. |

Rubén Alonso

“Planteamos la desobediencia civil': obedecemos a los derechos humanos pero desobedecemos a los gobiernos que no los cumplen”. Es la afirmación de Mikel Zuluaga, activista de Ongi Etorri Errefuxiatuak que, junto con Begoña Huarte, fue detenido el pasado mes de diciembre en Grecia tratando de traer a ocho refugiados ocultos en una autocaravana.

“Hay una pelea entre legalidad y legitimidad”, apunta Zuluaga. “Unas concertinas cuyas hojas mutilan a la gente que intenta cruzar la alambrada pueden ser legales pero son realmente injustas e ilegítimas”, argumenta, al tiempo que asegura que esa confrontación entre ambos conceptos “se puede trasladar a otra serie de espacios”.

El activista ofrecerá una charla sobre este asunto este miércoles 15 de marzo en la librería La Vorágine de Santander, a partir de las 19.30 horas. La conferencia está organizada por los colectivos Pasaje Seguro Cantabria y Libres, así como por la propia librería. En ella también participará Darío Serrano, abogado integrante de Libres, que explicará el concepto de desobediencia civil desde el punto de vista jurídico. 

En una entrevista para eldiario.es, Zuluaga señala como problema fundamental que “no resolvemos las causas” para que la gente no venga. “Si no solucionamos las guerras, la gente va a venir”, matiza. Pone como ejemplo que “es imposible que a una persona a la que le cae una bomba en su casa no salga de ella”. Entonces “se refugiará en las ciudades, pero cuando también estén totalmente bombardeadas, como ocurre en Homs y en Mosul, se irán de allí”, explica. 

Ante esta situación, sobre la que Zuluaga recuerda que “también la hemos vivido aquí durante la Guerra Civil”, solo tienen dos opciones: “tumba o maleta”. “La mayoría de la gente coge la maleta, como es natural”, apunta.

Seguidamente relata dos panoramas en los que sus protagonistas se ven obligados a tomar esa decisión. “Una persona que en su pozo no tiene agua se desplaza al siguiente, lo hacen los animales que van recorriendo cientos de kilómetros en busca de ella”, expone. “Cuando hay miles de hectáreas desertizadas en África, por ejemplo, es normal que la gente salga de allí”, manifiesta Zuluaga.

“Al igual que ocurre cuando a una muchacha le quieren practicar la ablación”, incide. “Nosotros tenemos el deber y la obligación de acogerla con generosidad y con normalidad”, asevera, “y si no, ¿por qué somos humanos?”, se pregunta el activista vizcaíno.

Zuluaga, que ha vivido de primera mano la situación en las fronteras y en los campos de refugiados, ratifica que “los casos de discriminación y de vulneración de derechos son tan múltiples que son difíciles de enumerar”. Hace hincapié en “la vergüenza que vamos a tener en generaciones si no sabemos solucionar este asunto”. 

El drama de los refugiados “es uno de los pasajes más oscuros de la historia, y no solo lo digo yo”, atestigua. “Después de la Segunda Guerra Mundial es el mayor éxodo que existe”, recalca. Frente a esta realidad, el activista subraya que nos queda “o mirar para otra parte o hacer con generosidad y normalidad que seamos tierra de acogida”.

“Vergüenza de ser europeos”

Además, pone de manifiesto que aunque creamos que Europa es la mayor protección de refugiados “no es así”, puesto que en el campo de refugiados de Dadaab de Kenia “viven 400.000 personas, una ciudad entera”, indica.

Puesto que Europa “no cumple con los derechos humanos ni con los cupos que han firmado”, Zuluaga resalta que “nos da vergüenza ser europeos y que esta gente nos gobierne”. Habla de “continuos brotes neofascistas, del fascismo contemporáneo”. “No es el mismo que bombardeó Gernika”, episodio que este año cumple su 80 aniversario, “pero tiene las mismas reacciones”, apostilla. 

Esos brotes que mencionaba anteriormente “están llevando a Europa a un lugar muy feo, muy de tinieblas y de violencia”, describe. “No se va a poder calmar esta situación y creemos que hay una salida muy difícil”, lamenta el activista.

Zuluaga declara que este fascismo contemporáneo, “que se ve perfectamente en lo que está pasando en EEUU, divide el mundo entre prescindibles e imprescindibles”. “Los prescindibles no importa que se mueran, tanto que arman a gobiernos y a oposición, a los dos”, explica. “Es una barbaridad lo que están haciendo”, denuncia.“Mientras tanto, salvaguardan sus espacios porque los imprescindibles son los que tienen que vivir bien”, ironiza. 

Movimientos sociales

A pesar de todo ello, destaca que se pueden ver “muchísimos movimientos sociales en Europa” por lo que también señala la existencia de “brotes de solidaridad”. “Desde ahí tenemos que ir ganando poco a poco la calle, desde el punto de vista discursivo, comunicativo y de los espacios, para que podamos conseguir que ese racismo que aquí está un poco dormido no aflore”, expone.

Zuluaga denuncia que hay partidos que “en cualquier momento que pueden están diciendo que si las RGIs, que si nos están robando, que si el Islam, que si vienen los terroristas…”. Describe este tipo de argumentos como “una secuencia de información subliminal que nos está intentando llevar a un rechazo total hacia los refugiados”.

Por tanto, asegura que “nosotros tenemos que hacer todo lo contrario”, y es por lo que vuelve a insistir en que “si no ganamos espacio social el racismo dormido va a aflorar”. “Tenemos que salir a la calle convenciendo de que no va a pasar nada porque venga la gente, y que hay que asumirlo y recibirlo con los brazos abiertos, es decir, saber compartir”, sentencia. 

Solidaridad recíproca

Sobre la acción que trataron de llevar a cabo el pasado mes de diciembre, Zuluaga expresa que sintió “mucha emoción”. “Nosotros intentábamos hacernos pasar por dos 'viejitos' de viaje por Europa con una autocaravana, y en ella teníamos un espacio en la parte de la bodega para los refugiados”, relata. 

Prosigue narrando que, tanto a él como a su acompañante la activista navarra Begoña Huarte, les detuvieron, y que a los refugiados que trataban de pasar por el puerto de Igoumenitsa, en el noroeste de Grecia, “en poco espacio de tiempo les soltaron”.

“Realmente no saben qué hacer en Grecia con ellos porque ya no tienen espacios como CIEs (Centros de Internamiento de Extranjeros) para meterlos, y no les pueden pasar a Turquía”, aclara. 

“Fue curioso como la solidaridad que les estábamos dando dos europeos, en pocas horas volvió hacia nosotros”, subraya. “Ellos les decían a la policía que nos dejaran, que no habíamos hecho nada, y eso que la policía en cierta forma les estuvo diciendo que nos habían pagado para incriminarnos”, cuenta Zuluaga.

“A partir de ahí fue precioso porque se ve como la solidaridad es recíproca”, resalta, y como la que tú has dado, al cabo de unas horas te la están devolviendo fuera de la comisaría con abrazos y con lo que habían declarado“, concluye.

Ambos activistas aseguraron cuando llegaron al aeropuerto de Loiu que “lo volverían a hacer”. “Nosotros seguimos con la misma línea de trabajo, tal y como dijimos allí”, ratifica Zuluaga. “Seguimos trayendo gente, dándoles cobertura y continuamos trabajando con instituciones para que poco a poco se abran espacios para los que llegan”, afirma.

Reconoce que su trabajo es “algo simbólico” pero que les hace sentirse “más humanos”. “Es simbólico porque tendríamos que traer a miles y miles de personas para lo que no tendríamos capacidad”, argumenta. “Aun así nos reconfortamos en ello y seguimos diciendo que no podemos obedecer estas leyes injustas”, finaliza el activista de Ongi Etorri Errefuxiatuak.

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