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Sobre este blog

Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.

Autores:

Aina Gallego - @ainagallego

Alberto Penadés - @AlbertoPenades

Ferran Martínez i Coma - @fmartinezicoma

Ignacio Jurado - @ignaciojurado

José Fernández-Albertos - @jfalbertos

Leire Salazar - @leire_salazar

Lluís Orriols - @lluisorriols

Marta Romero - @romercruzm

Pablo Fernández-Vázquez - @pfernandezvz

Sebastián Lavezzolo - @SB_Lavezzolo

Víctor Lapuente Giné - @VictorLapuente

Luis Miller - @luismmiller

Lídia Brun - @Lilypurple311

Sandra León Alfonso - @sandraleon_

Héctor Cebolla - @hcebolla

PSOE: ¿Peor imposible?

Marta Romero

Como el personaje de la mitología griega, Sísifo -condenado a arrastrar una pesada piedra, para verla caer justo antes de llegar a la cima y volver a empezar de nuevo una y otra vez-, la dirección del PSOE lleva más de un año buscando, sin éxito, un punto de inflexión que le permita recuperar la conexión con la sociedad. Con la premisa de que se había tocado fondo en las pasadas elecciones generales (cosechando, con el 28,76% del voto válido, su peor resultado histórico), el PSOE iniciaba esta legislatura -como principal partido de la oposición- con la confianza de una recuperación progresiva. Pero ni los anuncios de nuevas propuestas políticas, ni la puesta en marcha de iniciativas para mejorar la relación con los ciudadanos, ni el reconocimiento de errores pasados parecen haberle dado, de momento, ningún resultado.

Los socialistas se encuentran, a nivel nacional, en un estado de “coma demoscópico”. No sólo no han logrado capitalizar el descontento de los ciudadanos con el Gobierno del PP, sino que no han conseguido recuperarse de su debacle electoral. Según la serie de sondeos mensuales realizados por Metroscopia, la estimación de voto del PSOE se habría situado, a lo largo de estos casi quince meses que llevamos de legislatura, por debajo del resultado de las últimas elecciones generales y siempre por detrás del PP (gráfico 1). Aunque algo más positivas, las estimaciones -de carácter trimestral- realizadas por el Centro de Investigaciones Sociológicas apuntan en la misma dirección, pues el porcentaje de voto estimado para el PSOE habría oscilado entre el 28 y el 30,2% entre enero de 2012 y enero de 2013. Esto significaría que, en el mejor de los casos, el avance del PSOE respecto a las elecciones generales de 2011 no llegaría a los dos puntos (muy lejos, por tanto, de los 15 puntos porcentuales y más de cuatro millones de votos que perdieron los socialistas entre las elecciones de 2008 y 2011).

Pese a que “cuantitativamente” la situación de atonía política del PSOE no habría cambiado en las últimas semanas, sí lo ha hecho “cualitativamente”. Frente a la denodada búsqueda de un punto de inflexión positivo, el Debate del estado de la Nación celebrado los pasados días 20 y 21 de febrero supuso, para la dirección socialista, un duro revés por dos razones. Primeramente, porque, ante un Presidente del Gobierno que llegaba a ese Debate acosado por el caso Bárcenas y con los indicadores de una crisis económica y social que ha empeorado en su primer año de mandato, Rubalcaba no sólo no consiguió imponerse sobre Rajoy, sino que su actuación ni siquiera convenció al electorado socialista (véase al respecto el muy recomendable post de José Fernández- Albertos). Y, en segundo lugar, porque Rajoy logró utilizar con éxito la plataforma de este Debate para recuperar el impulso político que había perdido su Gobierno con el estallido del caso Bárcenas. La combinación de ambos factores generó la percepción de una (nueva y gran) derrota socialista (en este caso de carácter político).

Esa percepción de derrota ha vuelto, inevitablemente, a poner a Alfredo Pérez Rubalcaba en el punto de mira y ha debilitado su liderazgo dentro del PSOE. No es de extrañar, así, que, en menos de quince días, el líder socialista haya tenido que enfrentarse a tres crisis internas: 1) la decisión de los diputados catalanes de votar en el Congreso a favor del derecho a decidir; 2) la decisión de los socialistas gallegos de consultar a la militancia sus preferencias para elegir al secretario general del PSdeG; y 3) el “escándalo”, con tintes que rozan el sainete político, de apoyarse en un ex dirigente popular condenado por acoso sexual para lograr la alcaldía de Ponferrada. Crisis cuyo denominador común ha sido el desafío a la autoridad de Rubalcaba y que han puesto de manifiesto las contradicciones de los socialistas en tres ámbitos tan sensibles para ellos como son la política territorial, la democracia y la igualdad de género.

Todo, por otra parte, con el regocijo de los populares que han visto cómo, en los últimos días, la atención mediática ha pasado de estar centrada en los problemas del PP, a cuenta de la corrupción, a estarlo en los problemas internos del PSOE.

Es de esperar, que la dirección socialista intente zanjar lo más rápido posible o, al menos, dar por zanjado, estos últimos episodios que han puesto en cuestión el liderazgo de Rubalcaba. No obstante, sería conveniente utilizar este (nuevo) bache político para replantearse la línea de oposición seguida por el PSOE (caracterizada por el perfil difuminado de una oposición que pretende ser a la vez comedida y contundente; que ofrece al Gobierno pactos al tiempo que exige dimisiones).

Después de más de un año de legislatura, el argumento de la “herencia recibida” que tanto utiliza el Gobierno de Rajoy, tiene también límites para el actual equipo socialista. ¿Hasta qué punto los ciudadanos penalizan al PSOE por su anterior etapa en el gobierno o, por el contrario, lo hacen por su incapacidad para erigirse en una alternativa creíble al PP? O ¿hasta qué punto es el propio PSOE el que asume como algo inevitable una especie de “travesía en el desierto” -más o menos larga- para volver a aparecer como una opción política atractiva?

No sólo se trata de que los socialistas tengan dificultades para lograr nuevos apoyos, sino que las tienen para fidelizar a los electores que se decantaron por ellos en noviembre de 2011. Si, en enero de 2012, al inicio de la legislatura, el PSOE contaba con una tasa de fidelidad de sus votantes de casi el 80%, en enero de 2013 esa tasa no llega al 57% (gráfico 2).

El PSOE puede estar tentado a “esperar su turno”, con la expectativa de que tanto la crisis económica, como los casos de corrupción, desgasten electoralmente al PP y se produzca el sorpasso (aunque sea con un escaso nivel de apoyos y con la siguiente necesidad de buscar aliados políticos para gobernar). Pero, en principio, quedan tres largos años de legislatura (garantizados por la mayoría absoluta del PP). Y el tiempo juega a favor de los populares que fían su recuperación política a la mejora -por pequeña que sea- de la situación económica, mientras se muestran confiados en la falta de consolidación política de los socialistas.

La “pasividad” o la falta de reacción del PSOE, ante la ausencia de resultados para reconectar con la sociedad, denotarían una gran ceguera política. No sólo porque está en juego el futuro de esta formación (que, más que desaparecer del mapa electoral, podría sufrir una pérdida sostenida de apoyo social, del mismo modo que ha seguido este partido a nivel autonómico en Madrid, Valencia o Murcia), sino porque la propia situación del PSOE contribuye a agravar la crisis política e institucional en la que ha derivado la crisis económica y social que estamos viviendo. Hasta ahora los socialistas se han mostrado incapaces de articular la creciente demanda social de cambios políticos.

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