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El grito de las muertas
Un energúmeno con la bandera del aguilucho ronea de garrulo al toquetear las tetas de una activista de lo que ellos –aunque a veces hay ellas—llaman feminazis: los nazis son los de esa tropa de cejijuntos del alma, sin prefijo alguno, ya sin máscara tampoco, a la luz y a las claras, que son muy oscuras y tenebrosas, con la camisa vieja que sus parientas, naturalmente, bordaron en rojo ayer.
Hoy se conmemora uno de esos días internacionales que no sirven de mucho pero menos serviría que no se conmemorasen, el de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer; y ni siquiera me atrevo a fijar la cifra de difuntas que llevamos este año, porque lo mismo hace unas horas o unos minutos, algún tipo que se levantó canturreando “La maté porque era mía”, de Platero y Tú, la emprendió a golpes o a puñaladas o a mordiscos de alimaña contra su contraria.
Que hay muertos, también, a manos de sus compañeras de vida, es cierto, pero aunque cualquier caído en el campo trágico del desamor posesivo y poseso merece una lágrima de luto, su número, por fortuna, no llega a constituir una masacre.
Ellas, sí, las caídas como consecuencia de ese barrunto terrible que a cualquiera le lleve a considerar que tiene las escrituras de propiedad de cualquier otra persona, dan para llenar cientos de panteones de soldadas desconocidas: hay países en los que ni siquiera cuentan sus bajas, en tiempos como estos en donde creemos en falso que la estadística es una ciencia exacta.
A menudo, no las mueren solas, sino que asesinan a quienes la copla y los melodramas bautizaban como los hijos y las hijas de sus entrañas. Violencia vicaria, le llaman los que entienden, crímenes por poderes: malas puñaladas les den, como diría un cante.
Todos los hombres, me atrevería a decir aunque no los conozca a todos, en algún momento de nuestras vidas hemos ejercido violencia contra las mujeres, no seamos hipócritas. Quizá de baja intensidad, quizá demasiado sutiles como para darnos cuenta de ello nosotros mismos. De ahí que, en este Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, deberíamos entonar en el confesionario de la historia un mea culpa y un propósito de enmienda
A veces, malinterpretan la canción de Sabina, que predica aquello de que “amores que matan nunca mueren”. Aunque se trate de una bella figura retórica, Joaquín, que ha amado mucho sin necesidad de matar, sabe perfectamente que los amores que matan no son amores y que los que nunca mueren son aquellos que viven y no sólo sobreviven.
Porque hay otras violencias que no llevan a corto plazo camino del cementerio y el cine está plagado de ellas, desde la bofetada de “Gilda” a la pederastia de “Lolita”. Claro que como las nuevas generaciones ya no ven películas en blanco y negro, tampoco extraña que las encuestas nos cuenten que los mozalbetes vuelven a ser partidarios de darle más libertad a las mujeres ampliándoles el tamaño de la cocina. Hace tan sólo 50 años que se derogó la necesidad de que la española cuando besa tuviera que contar con la autorización de su santo para abrirse una cuenta corriente: eso también era el franquismo, descanse en paz, aunque los franquistas, al contrario que los viejos rockeros, nunca mueran.
En esos países del golfo y de los golfos que tanto apoyan al fútbol es cosa de hombres, las damas tienen que echar un pulso por poder sacarse el carnet de conducir. Y es que no sólo hay violencias contra ellas de puertas para adentro de una casa, sino en el campo abierto de la plaza pública y privada, en el corazón sin corazón de las maquilas, en los antros de la trata, en el escalofrío de toda guerra donde ellas suelen morir muchas veces, en las ablaciones de la superstición, en las redes sociales del escarnio y de la humillación, en las religiones que las segregan, en los matriarcados que ocultan patriarcados, en el me too de cualquier oficio.
Todos los hombres, me atrevería a decir aunque no los conozca a todos, en algún momento de nuestras vidas hemos ejercido violencia contra las mujeres, no seamos hipócritas. Quizá de baja intensidad, quizá demasiado sutiles como para darnos cuenta de ello nosotros mismos. De ahí que, en este Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, deberíamos entonar en el confesionario de la historia un mea culpa y un propósito de enmienda.
Pero están las muertas, mayúsculas, innumerables, que siguen gritando como sólo saben gritar los espectros. No debemos temerlas, pero debemos oírlas. Y desear que aquellos que se suicidan después de matarlas, decidan invertir dicha secuencia, porque a veces el orden de los factores si altera definitivamente el producto.
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