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Día 24 en estado de alarma: aburrimiento (o no)

Me aburro

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Hoy tocaba hablar del aburrimiento, pero con buen criterio se ha extendido el tema a su reverso: el no aburrimiento. ¿Quién se aburre en la pandemia? Un requisito indispensable parece ser no tener niños pequeños. Un meme de Mel Gibson y un Jesucristo ensangrentado explica estos días algo obvio: el encierro en la soledad de una casa con Netflix no se parece en nada al encierro con pequeñas criaturas, humanas o de otra especie.

Para los amantes de las emociones extremas: confínese en un pisito con un niño de dos años para disfrutar de un auténtico carrusel de emociones. ¿Cómo me voy a aburrir si cada medio minuto vuelve con un “tengo una idea”? ¿Si me hace cómplice de sus locas operaciones de rescate? ¿Si lo mismo levanta una torre que se transfigura en Godzilla? Si alguien se aburre es posible que no tenga un niño, sino un trozo de musgo.

El coronavirus es una desgracia, pero está sirviendo para observarnos con una cercanía imposible en nuestra antigua vida, que ya empieza a aparecer por la memoria en tonos sepia. ¿Y qué era eso que antes me impedía pasar las horas que ahora paso con Mario? Pues la verdad es que ya ni me acuerdo, pero sí tengo la certeza de que era mucho más aburrido (La ventana de Néstor).

¡Lo que daría por aburrirme!

Los periodistas no deben escribir de lo que no saben pero yo hoy voy a hablar del aburrimiento en tiempos confinados. Esa cosa que a algunos les pasa y que me da envidia de la buena si es que esa envidia existe. No voy a insistir en la falta de tiempo durante los momentos 'tele' (teletrabajo, telecolegio, etc) pero me parece una falta de consideración (que ejecutaría sin dudar) que muchos se dediquen a miles de cosas porque se aburren.

El coronavirus nos llena de obligaciones las horas. Más que antes. Parece que trabajas más pero quizás no sea suficiente. Cocinas más que antes pero no parece lo mejor que se podría. Estás bastante más tiempo con tus hijos pero la cantidad no es sinónimo de calidad a veces. Tiempos raros estos en los que el aburrimiento es un bien preciado del que solo algunos pueden disfrutar. !Cualquier cosa yo haría por aburrirme un ratillo! (La ventana de Javier)

“Mamá, me aburro”

Pertenezco a esa generación analógica, por no decir viejuna, donde había una televisión en casa en blanco y negro que emitía sólo algunas horas al día, con su carta de ajuste, presentadoras de continuidad, cortes de la emisión porque se había ido el repetidor de Guadalcanal y un ratito de dibujitos animados por la tarde. Siendo el menor de una familia numerosa, tenías pocas opciones de que tus padres te hicieran caso. Fuimos unos niños educados en el arte del aburrimiento. En esas tardes de junio, largas, tediosas, de olor a búcaro rezumando agua en su plato y en el patio, un canario que canta. “Mamá, me aburro”. “Pues dale un besito al burro”. Fin de la conversación. No te quedaba más opción que ir a molestar a tus hermanos: uno te lanzaba una zapatilla, otro te gritaba que cerraras la puerta. “Mamá, dile a Luis que se esté quieto”. “¡Niño!”.

No había mucho más que hacer. Así que, ahora, estoy más entrenado que los Rangers de Texas. Entre que me levanto, desayuno, hago las cien mil tareas que tengo, contesto algunos WhatsApps, preparo la comida, descanso un ratito, me pongo a escribir esta ventana, salgo a aplaudir, hablo con los vecinos... tengo poco tiempo para aburrirme. Cuando mi hija Alba de pequeña me decía aquello de me aburro, yo le contestaba “pues dale un besito al burro”, pero no sé si es por el cambio climático o qué, la fórmula mágica con esta gente dejó de funcionar. Eso que hemos perdido. (La ventana de Luis)

Que te aburras mucho

Mi chica, Irene, le da clases a niños de altas capacidades. Sí, los superdotados de toda la vida. Ahora mismo la escucho dando ‘berridos’ desde el salón, por telecole con sus niños. Desde la planta de arriba oigo que, aunque no llevamos ni tres días de semana santa, Antonio Manuel y sus compañeros están “muy aburridos”. Y que se han dado al Netflix. Una peli detrás de otra.

Bendita infancia… deben ser los únicos. Porque yo estoy de una cuarentena que no paro. Entre hacerse al cuerpo a esta movida, echar más horas que un reloj trabajando, ir de misión marciana al supermercado y desinfectar la compra como si viniera de Chernobil… de noche caigo en la cama más muerto que un zorro en una cacería inglesa.

De verdad que me cuesta creer que Antonio Manuel se aburra, con los profesores mandando 150 tareas (hecho verídico) para la Semana Santa… que me han dicho que aquí manda deberes hasta el profe de gimnasia. ¿Pues sabes lo que te digo, Antonio Manuel? Que te aburras mucho… y que te veas todas las pelis que te dé la gana. Que para eso estamos en cuarentena. (La ventana de Alejandro)

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