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Profanando a Franco, ya era hora

Los nietos de Franco: lujos, excesos y portadas del corazón

Juan José Téllez

El facherío llama profanación al hecho de darle nueva sepultura, digna pero no suntuosa, a los restos mortales de Francisco Franco, que fuera dictador de España hasta su muerte en noviembre de 1975. Esta semana, si ningún contencioso administrativo de la familia lo impide, entrarán en contradicción aquellos viejos versos que cantara Luis Pastor: “Por mucho que le llaméis, no saldrá del agujero”. Hay una España que no entiende nuestro empeño en trasladar lo que quede del tirano a un panteón que no le rinda homenaje público, pero hay otra España que entiende que ningún dictador debiera ser ejemplo de nada, sobre todo pare evitar que algún nuevo felón pretenda seguir sus pasos. 

Como casi todas las palabras, el verbo profanar se encuentra sujeto a numerosas interpretaciones. La Real Academia Española, por ejemplo, propone como definición de tan controvertido verbo el de “tratar algo sagrado sin el debido respeto o aplicarlo a usos profanos”. Por extensión, los diccionarios amplían dicho significado a otros verbos como “deslucir, desdorar, deshonrar, prostituir, hacer uso indigno de cosas respetables”. ¿Era respetable Franco? Como ser humano, desde luego. Como liberticida y verdugo, no. ¿A quién le rinde homenaje Cuelgamuros? Al segundo, sin duda alguna. El primero, con un nicho decente, hubiera ido que chuta, como buena parte de la humanidad.

Más allá del paternalismo del Pardo, del capitán Pescanova del Azor, de las peinetas rindiéndole pleitesía en la gala de Navidad, ¿trató Franco algo sagrado como la vida humana con el debido respeto al cercenarla mediante juicios sumarísimos y desperdigar sus restos por cunetas y fosas comunes en predios sin ningún tipo de señalización? De ahí que debamos deducir que el primer profanador de este país fue el ahora supuestamente profanado. Interesante paradoja, pardiez.

Tratar sin el debido respeto una cosa que se considera sagrada o digna de ser respetada, dicen que es profanar. ¿A qué debemos considerar sagrado? ¿A lo contrario de lo profano? Sagrado sería todo lo que atañe a Dios, a sus manifestaciones en la tierra y al clero que organiza su culto, mantienen los teólogos, aunque los antropólogos tienen otra visión al respecto. Otrosí: “Los que profanaren los cadáveres, cementerios o lugares de enterramiento con hechos o actos serán castigados”, sostienen otras interpretaciones. En nombre de Franco, se profanaron cementerios con fusilamientos masivos ante sus tapias.

Para el Diccionario Manual de la Lengua Española Vox –nada que ver con los actuales seguidores del franquismo--, profanar también supone “dañar con palabras o acciones la dignidad, la estima y la respetabilidad de una persona o de una cosa, especialmente la honra y el buen nombre de una persona muerta”. ¿No profanó la dictadura franquista la figura de personas muertas como Federico García Lorca o Miguel Hernández, por poner un caso? Cuánto garrote vil, cuánta prisión, cuánto aceite de ricino, cuánta mordaza.

La Real Academia Española apuesta por otra definición, la de “tratar algo sagrado sin el debido respeto o aplicarlo a usos profanos”. Sabemos, por el nacionalcatolicismo, que Franco era caudillo de España por la gracia de Dios. Pero él trató algo sagrado como la democracia sin el debido respeto y lo aplicó a un uso tan profano como el culto a su persona. Franco profanó la legitimidad de la Segunda República, la utilizó como señuelo para su golpe de Estado y machacó su memoria durante la guerra y sus represalias durante cuarenta años. Incluso se hizo enterrar junto a los cuerpos de muchos de sus vencidos, como una siniestra corte faraónica.

Ni siquiera la Iglesia Católica, que sigue sin desautorizar al berlanguiano prior del Valle de los Caídos, consideraría como persona sagrada o muy valiosa, a aquel déspota gallego que no llegó a ser más que un mixto lobo entre Benito Mussolini y los curas trabucaires.

Respecto a las profanaciones, uno prefiere recurrir a las etimologías. Y es que, como sabrán, el término profanar tiene su origen en el verbo latino profano, profanas, profanare, profanavi, profanatum. Leo en Google que está formado por el prefijo pro- (negación), el sustantivo fanum, fani cuyo significado es lugar consagrado, templo y la terminación verbal -are. De este modo, puede considerarse como el concepto original de este vocablo la acción de dejar fuera del recinto sagrado, de apartarse de lo sagrado. En democracia, lo auténticamente sagrado es el territorio público, aunque se respete lo privado. En el ágora, está el ejemplo, la luz a seguir, el tótem de la soberanía popular. Hay que apartar de ahí a sus enemigos, y Franco lo fue, como bien saben sus allegados, sus partidarios y, sobre todo, sus víctimas. Hay que sacarlo de la luz para que no alumbre. Y hay que preservar su memoria, para que nos recuerde que nada ni nadie está enterrado para siempre y que podemos repetir la historia a poco que la olvidemos.

Lo que profana mis entendederas es que a estas alturas de nuestra biografía, 44 años después de su fallecimiento, haya demócratas que discutan la conveniencia y la oportunidad de exhumar al tirano. Incluso que se hagan cábalas sobre su incidencia en la campaña electoral, como si su traslado a Mingorrubio fuera una insensatez demoscópica.  ¿No debiera haberse hecho antes? ¿Cuándo ocurrirá otro tanto con el asesino Queipo de Llano inhumado en la capilla de La Macarena, y con tantos otros sepulcros religiosos para quienes sólo practicaron la religión del odio, del dogma y el anatema?

No me extraña que el facherío patrio hable de profanaciones. Lo que me sorprende es que también lo hagan aquellos que no participan de esa misma querencia. Franco murió hace mucho, me parece. Sin embargo, ¿no será que tendríamos que exhumar de una vez por todas el franquismo que sigue viviendo entre nosotros? Dada la pujanza creciente en las encuestas y en los mítines de Vox, tengo para mí que los herederos del general franquísimo, como le llamó acertadamente Andrés Vázquez de Sola, van a seguir profanando –y de qué manera--, la democracia en la que no creen.

Bien haríamos sus adversarios en desenterrar no sólo a Franco, sino al franquismo de España, de una vez por todas. Con pedagogía, con la razón y con el corazón, con los hechos más que con las palabras. En el último medio siglo no hemos logrado hacerlo. Ya va siendo hora.

 

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