Vivimos tiempos convulsos, en los que todo aquello que rodea las instituciones del Estado de Derecho aparece rodeado de una bruma de desconfianza y sospecha. La sociedad asiste atónita a un embrollo de mentiras, imposturas, fraudes, despilfarro y corrupción, obligada día tras día a contemplar un espectáculo vergonzoso y humillante. No existe país alguno que pueda permitirse mantener tal grado de descrédito institucional sin peligro para la vida democrática.
Pero no se trata solo de un espectáculo lamentable, es que este esperpento lo están protagonizando quienes tendrían que gobernar y administrar el país, y lo hacen en lugar de gobernar.
¿Cómo hemos podido llegar a esta situación en la que todas las instituciones y todo en ellas parece atravesado por una trama destinada a mantener privilegios?
La respuesta con frecuencia hay que buscarla en el origen. La misma Constitución que habla de igualdad, se olvidó de abolir los privilegios que no son otra cosa que la negación de la igualdad y la fuente de la que saltan en cascada la prepotencia, la impunidad, la corrupción, el fraude... Claro que no se podía abolir los privilegios y al mismo tiempo mantener la monarquía, que es la esencia misma de los privilegios, el modelo de los derechos sin obligaciones, el reino de la impunidad y una embajada permanente, vitalicia y hereditaria, del antiguo régimen en el presente.
La Constitución no se decidió a romper con el antiguo régimen y durante algún tiempo a fuerza de relatos, imposturas, olvidos y algunas esperanzas, se mantuvo la ilusión de que el antiguo régimen se había disuelto por sí mismo. No era cierto y hoy podemos comprobarlo y sufrirlo en todos los órdenes de la vida; nos gobiernan familias que mezclan e intoxican mutuamente el poder ejecutivo con el judicial para mantener su estatus de privilegios a las órdenes de los poderes económicos.
En realidad, la derecha no tiene interés alguno en gobernar el país sino en administrar los bienes públicos en beneficio propio y, como fiel representante del antiguo régimen, se limita a utilizar la política para garantizar sus privilegios y los beneficios astronómicos del poder económico y financiero, que es quien en verdad gobierna y decide.
Hay un indudable agotamiento del régimen surgido de la Constitución que se traduce en crisis institucional, social y territorial y que se manifiesta en un gobierno que ha desertado de su deber de gobernar.
Gobiernos que se plantean como misión liquidar los derechos sociales a la educación, la salud, el empleo, la vivienda, las pensiones, convirtiéndolos en objeto de negocio y traspasando los recursos públicos a las empresas privadas y al capital financiero.
Camarillas que usan y abusan de sus lazos con el poder judicial para criminalizar la disidencia y liquidar las libertades y derechos civiles.
“Políticos que esconden su corrupción”
Políticos mezquinos que ante una crisis territorial evidente, convierten el problema político en delito y se lo encomienda a jueces y fiscales que hacen política por entre las costuras de la ley. Políticos que esconden su corrupción en una bandera y su incompetencia en un “a por ellos”.
Soportamos con estupor a unos representantes públicos que contaminan todo lo que tocan, ya sea una institución, un contrato, una obra pública o un título universitario y, con total desfachatez, pretenden que su conducta es lo normal, que es lo que cualquiera haría en su caso, buscando hacernos cómplices mentales de sus disparates.
Y como telón de fondo, una institución caduca y anacrónica, la monarquía. Un rey que se permite reconvenirnos sobre nuestra memoria y las heridas. Un jefe del Estado que nunca fue votado, y cuyo cargo no tiene potestad ejecutiva, que sale a la palestra y se sitúa con los abusadores de la ley y la trampa, que se sale del cuadro del museo de la España de cierro y sacristía para helarnos el corazón y amenazarnos con el peso de la ley.
Ante este desgobierno de la arrogancia, el disparate y el fraude ya no bastan unos simples retoques ni una alternancia electoral que cambie de fachada para que nada cambie.
En estos momentos es cuando cobra vigencia la idea de la República como camino transitable para la regeneración democrática de la política. Valga entonces como orientación la descripción que nos dejó Don Antonio Machado de la regeneración republicana:
“Unos cuantos hombres honrados, que llegaban al poder sin haberlo deseado, acaso sin haberlo esperado siquiera, pero obedientes a la voluntad progresiva de la nación, tuvieron la insólita y genial ocurrencia de legislar atenidos a normas estrictamente morales, de gobernar en el sentido esencial de la historia, que es el del porvenir. Para estos hombres eran sagradas las más justas y legítimas aspiraciones del pueblo; contra ellas no se podía gobernar, porque el satisfacerlas era precisamente la más honda razón de ser de todo gobierno; y estos hombres, nada revolucionarios, llenos de respeto, mesura y tolerancia, ni atropellaron ningún derecho ni desertaron de ninguno de sus deberes”
Salud y República.
Lola Sanisidro, miembro de la delegación de Cádiz de APDHA.
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