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Adiós a Aquilino Duque, el poeta conservador que toreaba para el sol y para la sombra

Aquilino Duque deja una fecunda producción con más de medio centenar de obras.

Alejandro Luque

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Hasta el último día, Aquilino Duque conservó dos atributos que le acompañaron a lo largo de toda su vida: una cabeza lúcida y una energía que le permitía trabajar incansablemente, atender las redes sociales –era un dedicado usuario de Instagram– y dar apretones de manos capaces de pulverizar falanges. El escritor, sevillano de 1931 y fallecido este sábado a los 90 años, deja una ingente obra que tocó todos los palos, desde la novela a la poesía pasando por el ensayo, las memorias y los libros de viajes. Su vida fue extraordinariamente cosmopolita para un español de su tiempo, y su ideología nunca disimulada –señor de derechas– no le impidió mantener amistades profundas de todo pelaje político.

Tras licenciarse en Derecho en Sevilla, Duque fue de esos pocos españoles que, defendiendo un fuerte sentimiento patriótico, tenían claro que para crecer había que conocer mundo. Estudió en las universidades de Cambridge y la Southern Methodist University en Dallas, Texas. Ejerció también como funcionario internacional, residiendo en Ginebra y en Roma, y viajó por diversos países de Asia, África y América.

Afín por edad y simpatía a la llamada Generación del 50, fue especialmente amigo del gaditano Fernando Quiñones, con quien se inició en el mundillo literario y no tardó en abrirse camino, conquistando premios como el Leopoldo Panero del Instituto de Cultura Hispánica y el Fastenrath, de la Real Academia Española para su libro De palabra en palabra, o quedar finalista del Nadal 1973 y conquistar el Premio Nacional de Literatura en 1974 con su novela más conocida, El mono azul

Carrera también como traductor

Entre sus muchas obras, más de medio centenar, destacan títulos como El mito de Doñana, Crónicas extravagantes, Los consulados del más allá, Las máscaras furtivas, La cruz de don Juan, Caza Mayor, y El suicidio de la Modernidad, entre otros. Asimismo, destacó como traductor, vertiendo al castellano obras de Roy Campbell, Isak Dinesen, Ana Ajmátova, Luis de Camoens, Thomas Mann, Ósip Mandelstam o Robert Louis Stevenson, entre otros.   

Considerado un reaccionario por ciertos sectores de la intelectualidad, que condenaron las palabras de elogio que alguna vez dirigiera a Franco, Mussolini o Pinochet, para sus partidarios fue un outsider en un tiempo fuertemente polarizado en la política y la literatura españolas, y acusaron al sectarismo de la izquierda de no darle el sitio que merecía. Solicitaron para él reiteradamente, por ejemplo, la Medalla de Andalucía. 

Él despachó la cuestión en una entrevista aludiendo a palabras de Vintila Horia, según el cual “ser reaccionario es ser capaz de reaccionar, que los que no reaccionan son cadáveres, y por ahí iría el llorado Dionisio Ridruejo cuando decía de mí que yo no soy reaccionario, sino reactivo. Con mis novelas crueles yo reaccioné contra los desafíos contraculturales que culminaron en Mayo del 68”.

Y más adelante, en conversación con Jesús Álvarez, de ABC, le confiaba que “yo nunca fui turiferario del régimen franquista ni el régimen lo necesitaba porque ya tenía sus instrumentos de propaganda. Pero parece que en democracia no se puede decir que Franco trajo la Seguridad Social o que creó las clases medias en España. O que cuando llegó el PSOE al poder todo el socialismo que cabía en nuestro país ya lo hacía hecho Franco. Pero yo también sufrí la censura franquista en poemas y páginas de novelas. Escribí sobre la muerte de Miguel Hernández y Cela no me quiso publicar en su revista. También me vetaron un poema sobre Antonio Machado”.

Liberal y conservador

Afirmó, por otra parte, que España vivía un golpe de Estado desde el 23 de febrero de 1981, no dudaba en pedir la ilegalización de los partidos independentistas de un plumazo“, y al mismo tiempo aseguraba que se podía ser liberal y conservador. ”¿Por qué no? Todo depende de que, como decía el maestro Juan de Mairena, lo que se quiera conservar sea la salud y no la sarna“. Asociado a la llamada Nueva Derecha, el consejo que daba a los políticos de esta tendencia lo tomó prestado del torero Belmonte: ”Yo toreo igual para el sol y para la sombra“.

Y aunque cortejado por los escritores neoconservadores de hoy, Duque gozó del reconocimiento de propios y extraños, incluidos numerosos escritores progresistas que pusieron su buen talante y el valor de sus libros por delante de la distancia ideológica.

De 1975 a 1979 fue secretario literario de la Colección de Bolsillo en el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Sevilla, donde impulsó el rescate de autores como Manuel Chaves Nogales, y en 1981 ingresó en la Real Academia Sevillana de las Buenas Letras. Escritor hasta el último aliento, este mismo mes de septiembre aparecía su último poemario, titulado Fuegos y juegos, en la colección Calle del Aire de la editorial Renacimiento.  

Entre los muchos mensajes de condolencia que han empezado a circular por las redes a lo largo de todo el día de hoy, estos versos del sevillano resultan lapidarios:

Nunca sabré qué atardecer romántico

pondrá en tus ojos dos estrellas fijas,

ni qué constelación de girasoles

hará cielo la tierra, noche el día.

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