Las torres almenara: cinco siglos de vigilancia de la costa de Huelva
Eran 15, pero no todas siguen en pie. Algunas no tienen ya nada a la vista, otras son visitables, y otras se han convertido en símbolos del turismo. Son las torres almenara de Huelva a, un proyecto impulsado por Felipe II para defender la costa de los piratas berberiscos, aunque resultó ser tan complejo tuvo que ser su sucesor el que las terminase.
Para entender la importancia de las torres almenara hay que imaginarse la costa onubense hace medio milenio, con las olas rompiendo en la base de los acantilados sobre los que se erigían. Hoy, sin embargo, el retroceso del mar hace que muchas de ellas formen parte de una calle de un pueblo o que estén situadas en una montaña a 500 metros de la bajamar. Buena parte de la historia de estas estructuras defensivas está recogida en el libro 'Torres de Almenara de la costa de Huelva', de Luis de Mora-Figueroa, editado en 1981 por la Diputación de Huelva.
Su construcción se inició en 1577. El Rey le encargó el trabajo de campo al visitador real de las costas andaluzas, Luis Bravo de Lagunas. Éste había pensado que era necesario crear una línea de torres vigías por todo el golfo de Cádiz. El objetivo: tener a la vista la propia costa y poder incluso atacar a las tropas enemigas desde las torres, que tenían toda la artillería y la guarnición necesarias.
Como si fuese hoy día, financiar las torres no fue fácil, sobre todo porque los “ayuntamientos” de la época no estaban dispuestos a aportar los fondos necesarios. En esta situación, el Estado fue a lo fácil: ordenó que se destinase una parte del impuesto de las capturas de pescado, principal forma de sostener la economía de la provincia, a este fin, y el dinero terminó llegando.
En éstas, Felipe III había llegado al trono y fue el encargado de rematar la faena. Una placa en la torre de Punta Umbría, la única que se encuentra ahora en el medio de un casco urbano, recuerda: “Esta Torre mandó hazer el Rei Don Felipe III nuestro Señor, siendo juez de las Torres y de las demás del mar de Andalucía (...) Acabose año 1614”.
Cada torre tiene su propia historia. La de Punta Umbría es hoy un centro de interpretación de todas sus hermanas; la de Lepe domina el litoral y es propiedad de los vecinos hace algo menos de un año; la de Matalascañas terminó con sus cimientos en ruinas y fue girándose hasta quedar en el mar boca abajo, como hoy se puede ver. Aunque puede que la palma de las curiosidades se la lleva la del Loro, de Mazagón, en ruinas. Al rodearla, en menos de treinta metros de circunferencia, el visitante pisa los términos municipales de Palos de la Frontera, Moguer, Lucena del Puerto y Almonte.
El listado completo lo forman (o formaban) las siguientes:
- Torre Angustia (Ayamonte) -Destruida-
- Torre Canela (Ayamonte) -En pie-
- Torre Redondela (La Redondela) -Destruida-
- El Catalán (Lepe) -En pie-
- El Terrón (Lepe) -Destruida-
- Castillo de San Miguel (Cartaya) -Destruida-
- Marijata (El Portil) -Solo quedan cimientos-
- Torre Umbría (Punta Umbría) -En pie-
- Torre Arenillas (Mazagón) -En pie-
- Torre del Loro (Mazagón) -En ruinas-
- Asperillo (Matalascañas) -Solo quedan cimientos-
- Torre la Higuera (Matalascañas) -Volcada sobre el mar-
- Torre Carbonero (Matalascañas) -En pie-
- Torre Zalabar (Doñana) -En ruinas-
- Torre San Jacinto (Almonte) -En pie-
Después de cinco siglos, hay mucho de leyenda mezclado con la historia pura en torno a las torres almenara. Y es que si enigmáticas son las torres en pie, más enigmático es saber dónde estaban las ya desaparecidas, como la de Cartaya. El periodista Jordi Landero publicó un informe que se apoyaba, entre otras cosas, en testimonios de vecinos de cierta edad, para apuntar que “existía una zona de piedras a la que llamaban Piedras de Misa Nueva, mientras que otros testimonios aseguran la presencia hasta hace poco, en otra localización del mismo tramo, de una gran piedra a la que llamaban 'Piedra Gorda'”.
Nadie sabe con exactitud cuantas torres mandó construir Felipe II. Lo que sí tienen claro todos los investigadores es que la cantidad total era muy superior a las conservadas, por una simple lógica: la única forma de comunicarse en tiempo real en el siglo XVI era con señales, y estás tendrían que ser visibles desde una torre a otra, por lo que no debía haber una gran distancia en línea recta entre cada una de ellas. Si solo se hubiesen construido 15, habría sido imposible garantizar la comunicación entre ellas a golpe de vista.