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Editoras, libreras e imprenteras: Zaragoza saca del olvido a las mujeres ninguneadas en la España de la edición artesanal

Cruz Joven

Laureano Debat

1 de junio de 2025 23:09 h

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Han sido tantos, todos, los espacios en los que no solo se ha relegado la participación femenina sino que también se ha borrado de la historia la poca que tuvieron, que cada vez que aparece alguna luz al respecto, ese rescate viene acompañado de la afirmación resignada: “ah, aquí también”. Hoy: el área del libro, concretamente el negocio editorial en su época artesanal, pre revolución industrial, y las primigenias librerías. 

Artesanas del libro. Siglos XVI-XVIII es la primera exposición que cura Cruz Joven, flamante directora de la Biblioteca General Histórica de la Universidad de Zaragoza. Y parte del Diccionario de mujeres impresoras y libreras de España e Iberoamérica entre los siglos XV y XVIII de Sandra Establés e incorpora otros nombres que han aparecido años posteriores a 2018, el año que fue publicada esta investigación. “A raíz de esta exposición con Cruz nos hemos dado cuenta de que siguen surgiendo nombres y actualizaciones”, dice Establés, enfatizando el carácter de un trabajo siempre en proceso. Y que ahora se expone en la sala Jorge Coci del Paraninfo hasta el 8 de julio de 2025.

“En esos siglos había despachos de libros que se vendían y muchas de estas librerías también eran imprentas, los libreros eran encuadernadores. En aquella época, quien compraba un libro lo encuadernaba como quería. Era encuadernación personalizada”, dice Joven, quien organizó la exposición con libros que pertenecen al fondo de la biblioteca. Y que busca rescatar del olvido los trabajos que desempañaron las mujeres en esos años de edición artesanal: corrección de pruebas de imprenta, composición de cajas de letras o grabados, además de la gestión administrativa de los talleres. En un momento en que la participación femenina era fundamental si se tiene en cuenta que la única manera de volver sostenible el negocio de los libros era montar empresas de carácter familiar. Es decir: empresas en las que debía trabajar toda la familia. 

La educación controlada y las viudas de…

Se conoce a Luis Vives como uno de los máximos exponentes del movimiento humanista en España. Son famosos sus vínculos estrechos con Erasmo de Rotterdam, Tomas Moro y Catalina de Aragón, reina de Inglaterra, para cuya hija, María Tudor, compuso una obra impresa en 1539 justamente por Jorge Coci, quien da nombre a la sala en la que se lleva a cabo la exposición. ¿De qué trata el libro? De instrucciones para la mujer cristiana, detallando el comportamiento que debe tener en todos los estadios de su vida, siempre sometida al hombre. “Aquí lo que dice Luis Vives es como se debe instruir a una mujer cuando es doncella, cuando está casada y hasta cuando se convierte en viuda. No se deja ningún resquicio”, dice Joven, señalando el ejemplar que se expone en la misma vitrina que otros del siglo XVIII, bastante posteriores, en los que puede verse como la concepción sobre la mujer sigue intacta y se habla, por ejemplo, del “origen de los defectos en las mujeres”.

Exposición Artesanas del libro

El primer apartado de la exposición está dedicado, entonces, a cómo los humanistas defendieron la educación de la mujer pero no para su acceso igualitario con respecto a los hombres, sino para controlar sus comportamientos. Y esto, desde luego, se extendía en todas las áreas, incluida la incipiente industria editorial. Un libro de Alfonso de Castro impreso por Josse Bade en 1534 muestra el grabado de una imprenta de la época en la que, con la llegada de esta tecnología, se crean nuevos oficios como el de impresor, librero y editor. Y en un momento en el que se daba por sentado que la mujer estaba en todos los ámbitos supeditada al hombre, quien era el que siempre figuraba como titular en la esfera pública del negocio. El hombre era la cara visible, la firma de las imprentas. La mujer trabajaba en la intimidad. 

Por eso en el apartado Ocultación y visibilidad la exposición se ocupa de documentar de qué manera la mujer recibía visibilidad. Y se trataba de formas bastante veladas. Generalmente, quedaban al mando tras enviudar y heredar el negocio, pero siempre la constancia de su nombre aparecía representada con fórmulas como “viuda de” o “heredera/herederos de”, seguidas del nombre del difunto. Es decir, seguían sin ser nombradas en las portadas o en los colofones de los impresos. Se las perpetuaba en el anonimato de los libros que ellas mismas costeaban, producían y distribuían. 

Algunas víctimas de estas estratagemas: María Ramírez, viuda de Juan Gracián (conocido por ser el impresor de La Galatea, la primera novela larga de Miguel de Cervantes);  Ana de Carasa, viuda de Luis Sánchez, e impresora de obras de Garcilaso de la Vega, Tirso de Molina o Lope de Vega; y Antonia Nuebevillas, viuda de Diego Dormer, hijo del impresor zaragozano del mismo nombre, quien al enviudar llevó al negocio a ser una de las imprentas más activas de la ciudad durante el siglo XVII. Cruz joven destaca también la figura de María de Quiñones, la viuda de Juan de la Cuesta, el famoso imprensor de El Quijote en 1605: “Dos años después de imprimir El Quijote se marchó a las Indias a hacerse el recorrido y la dejó embarazada de su segundo hijo y con deudas. Entonces fue ella la que se hizo cargo del negocio, reflotó la imprenta y, además, creó una segunda sucursal. Pero en 1615, que Juan de la Cuesta no estaba ni se lo esperaba, también ponía Juan de la Cuesta en los libros. Increíble”. 

Tras la ocultación, los casos de éxito

Cuando Sandra Establés comenzó a investigar para su libro, en el marco de una tesis de doctorado, partía de un total desconocimiento sobre el tema. Y a medida que fue avanzando descubrió que de algunas mujeres se conocían muchos datos y de otras muy pocos o ninguno. “Me impactó mucho la variedad de biografías de estas mujeres, los perfiles tan radicalmente opuestos entre ellas. Y a pesar de ello hacían un trabajo importantísimo para la supervivencia y el éxito, en muchos casos, de sus negocios, no solo en su esfera pública, que al final va a tener un reflejo en los propios libros, también a la sombra, en un trabajo que en la mayoría de los casos ha tardado en reconocerse”, dice Establés.

La exposición curada por Cruz Joven busca trazar un panorama nacional de todo lo que hay documentado sobre la participación femenina en la industria editorial de esos siglos, consciente de que faltan algunas piezas y que puede haber más nombres que aún se desconocen. Sevilla, Barcelona, Salamanca, Madrid y Barcelona eran las ciudades del siglo XVI en las que mayor presencia de mujeres se encontró. En el siglo siguiente, la participación femenina se multiplicó con respecto al anterior y Valladolid y Zaragoza se incorporan a Barcelona y a Madrid como las más nutridas en participación femenina. Y en el siglo XVIII, son tres los principales focos impresores del momento con participación documentada de mujeres: Madrid, Barcelona y Zaragoza.

Exposición Artesanas del libro

Pero como la participación femenina no queda registrada en la documentación pública de las imprentas o de las editoriales, el trabajo de las investigadoras se tuvo que afinar y ampliar. “Eran los hombres los titulares de los negocios y quienes firmaban los documentos. Hay que hilar muy fino y no ceñirse solo a los documentos más evidentes para poder descubrir que detrás de cierta firma o de cierta mención hay una mujer”, dice Cruz Joven. De manera tal que la participación femenina hay que buscarla en documentos como albaranes de compra de material de imprenta o de contratación de empleados, actas notariales relativas a repartos de herencias, testamentos o contratos matrimoniales. 

A través de estos atajos, consiguieron dar forma al último tramo de la exposición: los casos  de éxito, aquellas mujeres que, pese a todas las trabas, pudieron darse a conocer, mejorar el negocio familiar y ser grandes prescriptoras literarias de sus épocas.  Una de ellas fue Francisca Medina, impresora de obras de viajes y literarias durante el Siglo de Oro y que consiguió situar a su taller entre los más importantes de Madrid tras la muerte de su marido Alonso Martín de Balboa. En 1614 publicó la Mística teología de fray Juan Bretón, una obra en la línea mística de Santa Teresa y San Juan de la Cruz. Ahí, Francisca reservó el colofón para usar por primera y única vez su nombre propio, mientras que mantuvo en la portada su habitual firma como viuda.

Jerónima Galés es otro de los nombres imprescindibles en esta lista. Estuvo casada con el prestigioso impresor flamenco Juan Mey y, después de enviudar, mantuvo el negocio en alza y lo hizo crecer. En 1558 el Consejo de Valencia se refiere a ella como “la honorable Hieronima Mey, viuda estampadora” y sigue renovándole las subvenciones con el fin de que no abandone la ciudad. Galés era muy buena tipógrafa y tenía un alto nivel cultural, además de una personalidad imponente que quedó demostrada en un soneto de su propia autoría en el que reivindica su oficio. 

Y si bien el ejemplar original está en la Biblioteca Nacional de España, la exposición no quiso dejar demostrar una foto de la portada de Hortulus passionis, un libro impreso en 1537, el primero en el que aparece reconocida una mujer: Juana Millán. Aunque los casos de éxito también están repletos de paradojas. María Quiñones firma la impresión de una suerte de consejos o instrucciones dirigidas al rey Felipe IV, textualmente una “rogación en detestación de los grandes abusos en los trajes y adornos nuevamente introducidos en España”. O sea, una larga queja sobre lo impúdica que resulta la moda francesa introducida en la península durante aquellos años. En concreto, la moda femenina. Es decir: otro de los primeros nombres propios de una mujer reconocido en un libro que propone el control masculino de su cuerpo.

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