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Vicente tiene 92 años, fue pastor (un gran gremio del que hablaremos otro día), cada día arranca su motocicleta y se va al huerto. Antes se echa un cafecico en el bar y lee el periódico. Vicente alcanzó la “conciencia plena” hace años, y él ni se ha enterado.
El mindfulness o “conciencia plena” es una corriente psicológica (de esas que de repente se ponen de moda) que dicen algo así como que tienes que vivir el momento y educar a tu mente para que en cada situación enfoques tus pensamientos (y de esta forma que tus ideas no se comporten como un “mono loco” saltando de un lado a otro).
Paralelo a esto, me pasaron un artículo que decía que un grupo de investigadores estaba analizando la longevidad en los pueblos pequeños de Teruel. No me extraña en absoluto esta investigación, vivo en un pueblo que ser joven es no estar jubilado (a la edad normal, es decir, a los 65).
El mundo entero está buscando tener una vida larga, con buena salud y alcanzar la “conciencia plena”. Y creo que todo esto se puede conseguir con algo más antiguo que el regaliz de palo: teniendo un huerto.
Un día el huerto entra en tu vida (día que provocas el primer shock familiar, porque durante toda tu infancia y adolescencia lo has evitado como si fuera la peste) y no tienes ni idea de lo que tienes que hacer. Así que te lías la manta a la cabeza y te pones a experimentar (y siempre arrastras a alguien en tus ingenuos planes).
Gracias a esto, los primeros años eres la atracción local, porque realmente lo haces todo mal. Pero milagrosamente algo nace e, incluso, te lo puedes llegar a comer. Así que consigues múltiples propósitos: te entretienes, entretienes al gremio hortelano de tu pueblo y te alimentas mejor.
El huerto hace que comas más sano, hagas un ejercicio moderado y te dé un poco el aire libre. Mientras estas entre tus plantitas vives el presente, la situación se convierte en algo efímero: crecen, florecen, dan fruto y se mueren. Todo esto en unos pocos meses y siempre en bucle: cuando parece que todo se ha acabado en verdad vuelve a empezar.
Y creo que el gran aliciente de tener huerto es la ilusión con la que lo vives. Los días tienen objetivos cortos y esperanzadores, incluso, si la cosa sale mal siempre hay otras que salen bien. Y el resultado siempre es gratificante, aunque seas una persona (como puede ser mi caso) que “de lo que come el grillo poquillo” todo lo que sale de tu huerto te sabe a gloria.
Así que el huerto acaba siendo un gran ejercicio diario de mindfulness y un gimnasio al aire libre. Y si encima consiguiéramos llevar la forma en la que vivimos el huerto a nuestra rutina: familia, trabajo, sentimientos, expectativas, ilusiones, sueños, etc. todo bien cuidado día a día y buscando objetivos pequeños, seríamos muchísimo más felices y el mundo un lugar mejor.
Y es que, realmente, tener huerto es bueno. Así que dejar de bajaros aplicaciones al móvil con una voz argentina diciéndoos que viváis el momento y plantar algo: en vuestra terraza, en una maceta, en el jardín o donde sea que haya un palmo de tierra para sembrar. Porque quizás así lleguéis a vivir los años que va a vivir Vicente (o igual no) pero lo que sí es seguro es que, en el peor de los casos, podríais disfrutar la vida como lo hace él.
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