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Que la actual hipótesis principal de que la merienda de un jabalí ha sido lo que ha hecho saltar todas las alarmas gubernamentales, económicas y mediáticas resulta reveladora. Desde desplegar a la Unidad Militar de Emergencias y cuerpos de seguridad del Estado, el llamamiento del Gobierno de Aragón poniendo precio a las capturas de la Federación de Caza y dándoles margen amplio de actuación (todavía más), mientras de fondo los medios de comunicación afines demonizan a esta especie, dice más sobre cómo se ha construido la fragilidad del sector porcino que el más descarnado análisis que se hubieran atrevido a publicar los veterinarios y economistas independientes, los partidos políticos o las asociaciones vecinales y ecologistas que llevamos décadas avisando de su crecimiento incontrolado.
España, con más de 35 millones de cabezas de cerdo (y con Huesca a la cabeza), es el patio de recreo perfecto para una enfermedad de estas características. Las medidas que hasta ahora se han puesto sobre la mesa son diezmar lo más rápido posible al jabalí, y ninguna sobre los brotes futuros ni sobre las causas reales, como cambiar el modelo como ya han empezado a hacer con planes de cierre de grandes explotaciones en Europa, reducir el consumo, primar la bioseguridad (otro día hablamos de la creciente resistencia de las bacterias a los antibióticos) o anticipar explosiones demográficas de especies cinegéticas por la falta de depredadores naturales, la cría intensiva para cotos o los desequilibrios ecológicos ocasionados por el desarrollo urbanístico. En definitiva, planificación basada en evidencia científica, transparencia y participación, tenemos los recursos para hacerlo pero no para aguantar un brote tras otro sin que nada cambie.
He de reconocer que, como ecologista, hubiese apostado antes por la movilidad de la especie en Europa que por el bocadillo a medio comer de un transportista para la propagación de la peste porcina africana (PPA), pero el que haya sido la propia industria cárnica quien, una vez más, se haya puesto a sí misma en peligro tampoco me parece inverosímil. ¿Y qué pasaría si el brote se propaga a Aragón? No es como para frivolizar: caída de precios, cierre de exportaciones, riesgo cierto de sacrificios en masa en caso de detección de contagio… lo que ya les está pasando en Cataluña. ¿Nos dará tiempo a buscar esas soluciones a largo plazo o seguiremos procrastinándolas?, ¿seguirán los medios hablando de limpiar las ruedas de bicicleta y las suelas de senderistas mientras esconde las causas reales de esta crisis sistémica?
Las consecuencias son terribles, pero no lo son tanto del brote actual como de la estructura de integración que se ha implantado masivamente en nuestro país. Y las consecuencias se pagan, pero esta vez no sólo por quienes vivimos en los pueblos y tenemos que vigilar la contaminación de las fuentes y acuíferos por deyecciones mal gestionadas, sino por los ganaderos, que invirtieron para crear algún empleo y hacer una inversión que podría terminar en ruina y sostienen la base de la estructura del negocio de otros. Porque desde luego, quienes no pagarán la mayor parte de la factura serán los dueños de las integradoras, que por codicia se han convertido en tahúres de jugar con las cosas de comer.
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