Tres colores del Ebro
Al atardecer el río se pone dorado, el padre de Goya fue maestro dorador, y quizá el río lleva ese homenaje de serie desde Logroño o más arriba. Esta foto se podría llamar Confidencias al río. El agua mansa de la orilla se lleva veloz las palabras. El puente de Piedra o del Pilar –según la hora o el día en que se nombre–, se ha camuflado en esta estampa como si quisiera pasar inadvertido; esta modestia de siglos es su virtud principal. Un bus asciende la rampa desde el Arrabal: el rojo de los buses se calibró para puntear los naranjamarillos del río al atardecer: tuvieron que venir cromatólogos de la China.
La vista es desde el mismo puente del Pilar o de Piedra –según quién lo mencione–, hacia el poniente. Las amigas de la foto anterior no habían llegado todavía, quizá ni habían quedado. El cielo hace un Turner y el río baja marrón por las tormentas de septiembre, que arrastraron las algas al mar. Al fondo el pirulí o monolito egipcio en la Plaza Europa y el edificio nuevo aun en obras junto al río. A su izquierda asomaría el Moncayo, Soria, Bécquer, Machado. La vista del Moncayo desde el Puente de Piedra o del Pilar –según la costumbre y el ánimo–, ayuda al turista y al viandante a ubicarse en Japón.
Esta foto es más reciente, si es que el tiempo fluye como el aparente río en alguna dirección. Las nubes son casi las mismas para toda semana; el algoritmo natural economiza los fondos y quizá, tras el vasto verano, ha agotado los azules y el calor (el calor estival se produce con gasoil). Un cohete espacial en el Puente de Santiago trata de hacerse pasar por una farola, ¡incluso lleva pegatinas!
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