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El exvicepresidente del Gobierno Alfonso Guerra, junto al expresidente del Gobierno Felipe González, durante la presentación de su libro 'La rosa y las espinas'.

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¿Cómo ha ido tu semana? Espero que mejor que la de Borja Sémper, que estos días se ha convertido en blanco de la crítica de la derecha por atreverse a hablar en euskera en el Congreso, siendo al mismo tiempo el portavoz del PP. “Yo creía que era brillante”, se justificó después Sémper, en lo que parece un homenaje involuntario al lema de los humoristas Pantomima Full: “En su cabeza era espectacular”. Hay quien cree que el problema es que Semper aún no sabe en qué partido milita. Mi teoría es otra. Las hostilidades han empezado ya en el PP y las primeras patadas a Feijóo van en el culo de su portavoz. Igual que antes pasó con Pablo Casado, cuando era Teo García Egea quien se llevaba los primeros golpes, como todo número dos

Con el seguro desastre de la investidura de Feijóo, la próxima semana, esas luchas internas en la derecha muy probablemente aumentarán. Y subirán aún más de grado si se confirma el fiasco total para el PP: la probable investidura de Pedro Sánchez con el apoyo de Carles Puigdemont. Si quieres saber cómo van las negociaciones, lo mejor que puedes leer es esta crónica de nuestra compañera Neus Tomàs.

Todo esto es el escenario previsible y lo era ya en la misma noche electoral del 23 de julio. Por eso me sorprende tanto la errática estrategia de Feijóo, que no es que haya cambiado de planes a medida que surgían las sorpresas. Es que todas estas idas y vueltas del PP de Feijóo –como elogiar un día a Junts y al otro llamarles golpistas, o pensar que el PNV les iba a apoyar– las han dado ellos solos, sobre terreno plano y sin curvas: cuando era evidente lo que iba a pasar.

El último intento de Alberto Núñez Feijóo, a la desesperada, tampoco va a funcionar. En su equipo, creen que las críticas de Felipe y Guerra contra Pedro Sánchez y contra la negociación con Puigdemont pueden servir para movilizar a “ese PSOE verdadero, que se resiste al Sanchismo”. La realidad es muy diferente a la que le gustaría al PP.

Feijóo no va a encontrar a esos cuatro “socialistas buenos” que le voten, por mucho que le ayuden Felipe y Guerra. De nuevo, el líder del PP parte de un diagnóstico equivocado, una frase que repite en público y en privado: “Pedro Sánchez no es el PSOE”. En su opinión, el Partido Socialista es una organización ajena y distinta a lo que representa su actual secretario general. Hay por eso un “buen PSOE” y un mal PSOE, que encarna “el Sanchismo”. 

Creerte tu propia propaganda no suele ser una buena estrategia, como a la larga se suele demostrar. Porque la realidad es que ese PSOE más partidario de Felipe González que de Pedro Sánchez es muy minoritario y no cuenta con un solo voto en el Congreso de los Diputados. Están jubilados ya. 

Es fácil saber, por otra parte, cuál es siempre “la buena izquierda” para la derecha. Son siempre esos líderes inofensivos porque forman parte del pasado. Hoy la derecha reivindica también a Rubalcaba, como referente frente a Sánchez. Cualquiera con algo de memoria recuerda bien qué decían de Rubalcaba en el PP cuando era vicepresidente. O lo que decía el PP y la derecha mediática de Felipe y Guerra, cuando estaban en el poder. Sorprende que Felipe y Guerra lo hayan olvidado también. 

Felipe González y Alfonso Guerra hace tiempo que no representan al PSOE ni menos aún a la izquierda. No es siquiera una novedad, porque también en los años del PSOE de Zapatero estaban fuera de la realidad de su propio partido y del electorado progresista. Como otras personas que fueron muy poderosas –otro buen ejemplo es Aznar–, Felipe nunca ha aceptado que los que han venido después tienen el mismo derecho y legitimidad que él tuvo para decidir, tomar riesgos, equivocarse y acertar.

Como escribió Isaac Rosa, Felipe se ha convertido en una brújula inversa para la izquierda española. Apunta siempre en dirección contraria, ironiza Isaac: “Da igual que hable del gobierno, de Cataluña, de economía o de fútbol: infaliblemente marcará la dirección contraria a los intereses de la mayoría social”.

Hoy sabemos que no les gusta la posible amnistía para el procés, ni a Felipe ni a Guerra. Como tampoco les gustó antes el Estatut catalán, o la ley de memoria democrática, o el gobierno de coalición del PSOE con Unidas Podemos. Fue también Felipe uno de los que más presionaron al PSOE, en 2016, para que se abstuviera en la investidura de Mariano Rajoy. Un episodio que acabó como todos recordamos: con la expulsión de Pedro Sánchez de la secretaría general del PSOE en un golpe palaciego el 1 de octubre de 2016, el intento de casi todo el viejo socialismo por encumbrar a Susana Díaz y el fracaso de la operación en cuanto los militantes pudieron opinar. 

Aquella derrota de Felipe, con su apuesta fallida por una Susana Díaz que fracasó en las primarias y ni siquiera fue capaz de mantener después el gobierno andaluz, es clave para entender lo que le mueve hoy. Su oposición a Sánchez “nace de su amor propio herido”, explica Luis Yáñez, otro histórico del socialismo sevillano que conoce a Felipe y a Guerra muy bien desde que empezaron a militar en el partido, hace 60 años. “Ni existe una traición a la transición ni la democracia está en peligro” – dice Yáñez–. “Abandonemos los egos y aceptemos que nuestro tiempo pasó”. 

“El riesgo político de España está en otro lado, en la creciente entrega del PP a las posiciones de Vox. Ese es el peligro y no otro”, concluye Luis Yáñez. Y tiene toda la razón. 

Felipe y Guerra se equivocan, pero no solo porque estén alentando un tamayazo contra su propio partido, en una deslealtad que ellos no habrían tolerado cuando estaban al frente del PSOE. Este Felipe que hoy critica a Sánchez por cambiar de opinión es el mismo que dijo “OTAN, de entrada no”. Y este mismo Felipe tan contrario a las medidas de gracia en favor de los dirigentes catalanes del procés es el mismo que se manifestó en la puerta de la cárcel de Guadalajara, en contra del encarcelamiento de Rafael Vera y José Barrionuevo por la guerra sucia de los GAL. 

Aquel Felipe González –tal vez lo recuerdes– exigía el “indulto total” para la cúpula de Interior bajo la que se puso en marcha una operación de terrorismo de Estado que dejó 27 asesinatos. Dato más: Aznar indultó a Vera y Barrionuevo a los tres meses de que entraran en prisión. Es el mismo Felipe que hoy defiende que el perdón para los delitos del procés catalán “no es políticamente aceptable”. Es el mismo Aznar que hoy dice que buscar una salida política a los condenados del procés –donde nadie acabó enterrado en cal viva– supone la “demolición de la Constitución”.

Hubo también un joven Felipe González y un joven Alfonso Guerra que, en 1974, tomaron el control del PSOE en el mítico congreso de Suresnes. Y en aquel congreso también se aprobó un pequeño programa político para el futuro democrático de España. Una de las resoluciones decía así:

  • “La definitiva solución del problema de las nacionalidades que integran el Estado español parte indefectiblemente del pleno reconocimiento del derecho de autodeterminación de las mismas que comporta la facultad de que cada nacionalidad pueda determinar libremente las relaciones que va a mantener con el resto de los pueblos que integran el Estado español”.

Imagínate, es un suponer, qué dirían Felipe y Guerra si a Pedro Sánchez le diera por aceptar “el pleno reconocimiento del derecho de autodeterminación” que ellos mismos exigían, cincuenta años atrás.

Hay quien argumenta que el problema de Felipe, o de Guerra, es una cuestión generacional. Que los políticos de esa época están en contra de una posible amnistía por las implicaciones que tiene esa palabra en nuestra memoria democrática, por lo que supuso en la Transición. No es así, y como prueba te recomiendo leer este estupendo artículo de Nicolás Sartorius, que tiene cuatro años más que Felipe, pero ha envejecido muchísimo mejor. 

Lo dejo aquí por hoy. Te deseo una buena semana, y que el peso de los años o la soberbia nunca te hagan olvidar quién eres, de dónde vienes y quiénes te ayudaron a ser lo que eres hoy.

Un abrazo, 

Ignacio Escolar

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