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Sobre este blog

El Ojo izquierdo nació en El País en 2010 y prolongó su vida durante diez años en la cadena SER, con vivienda propia en el Programa Hoy por Hoy, primero con Carles Francino, después con Pepa Bueno y finalmente con Àngels Barceló.

Ahora se instala con comodidad en elDiario.es, donde es de esperar que se mantenga incólume la aviesa mirada de su autor, José María Izquierdo.

Un voto a favor de los gobiernos de coalición

Consejo de Ministros.

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Los gobiernos de coalición, como aquel famoso coronel, no tienen quien les escriba. Quizá deberíamos reconsiderar nuestros prejuicios y plantearnos, de frente y por derecho, si no son, así a pelo, la mejor fórmula de gobierno posible. Venimos en España de una desastrosa cultura política y desde hace muchos años, demasiados, hemos vivido bajo un régimen de gobiernos con un tremendo poderío hegemónico, primero bajo la terrible tutela del franquismo, miseria única, sufrimiento único, y luego, ya en democracia, bajo la dirección de un bipartidismo perfecto: del PSOE al PP, del PP al PSOE. 

Otros países europeos y de antigua trayectoria democrática, como los países nórdicos, pero también Italia o Alemania, ya llevan décadas con pactos entre partidos para la formación de gobiernos de coalición. Es evidente que no les ha ido peor que a nosotros, elijan ustedes el país que gusten para la comparación. Es lógico pensar que a los partidos políticos y a sus dirigentes, dicho en un sentido quizá demasiado genérico, les sería más cómodo y más sencillo, y en nuestro país tenemos larga y evidente muestra para refrendarlo, gobernar en solitario para imponer sus programas. ¿Pero de verdad es eso lo que interesa a los ciudadanos?

Partamos de la base, obvia y testaruda, de que ese bipartidismo, reflejo de la bipolaridad ideológica y social izquierda-derecha, hoy está muerto y enterrado. No solo en España: basta mirar a nuestro entorno para contemplar los datos de las últimas elecciones en Francia, Italia o Portugal.  Reflejo de los profundos cambios que se han producido en los países occidentales durante el último siglo, nuevos partidos con nuevas sensibilidades han ido ganándose los votos de una sociedad cada vez más atomizada. Súmese a ello la escasa flexibilidad de los partidos tradicionales, a izquierda y derecha, para conectar con las nuevas corrientes de intereses de los ciudadanos. El cambio climático, por ejemplo. Así que esa revolución en el paisaje político ha traído, como se observa fácilmente, la necesidad del pacto, la inevitable ayuda de los otros para obtener mayorías que puedan formar gobiernos. 

Pero quizá deberíamos ver esta situación más como una oportunidad, o un desafío para mejorar la gobernanza, que como un oneroso peaje que hay que pagar para llegar al poder. Allá si los políticos profesionales sufren con este esquema de gobiernos de coalición. ¿Acaso no es lógico pensar que un gobierno que suma las voluntades de varios partidos, a su vez representantes de otras tantas sensibilidades sociales, es más democrático que otro que expulsa a esas mismas mayorías? Al suelo: la teoría que quiere primar la lista más votada es, cuando menos, un fraude democrático escandaloso. Bobada de malos perdedores, nos llevaría al disparate de dejar fuera de la gestión de los asuntos públicos a un número mucho mayor de representantes de los ciudadanos que esa escuálida lista. 

Hay más. Veamos ejemplos prácticos de por qué nos convienen los gobiernos de coalición. Tomemos, y ahí está, mordiéndonos, la salvaje afrenta a la sociedad que supone que los grandes bancos hayan obtenido unos beneficios superiores a los 20.000 millones de euros, si no tenemos en cuenta los efectos de la fusión entre La Caixa y Bankia.  Injusticia manifiesta, insulto a la ciudadanía y a la moralidad porque esos bancos, que atesoran millones y millones para premiar con sueldos vergonzosamente altos a sus directivos, son incapaces de lograr que las hipotecas –un problema bien doloroso para las clases media y baja- dejen de subir y subir, al tiempo que congelan las comisiones al ahorro de sus clientes. Pues ante esta desvergüenza, es muy conveniente que en el Gobierno haya un socio que apueste por aumentar los impuestos a esas entidades, y otro que diga que eso es poca cosa, que se necesitan más gravámenes o más exigencias para frenar las subidas de las hipotecas, angustiosas para tantas y tantas familias golpeadas por las sucesivas crisis. Está bien, muy bien, que una parte del Gobierno empuje a la otra a ir un paso más allá, a ser más arrojado ante los poderosos. 

Y sí, claro. Hay una necesidad puramente aritmética para formar gobiernos de coalición: llegar a la suma de los votos necesarios para una investidura. No está mal. Esa exigencia obliga a negociar tus prioridades y las de los otros y alcanzar así el pacto necesario. Ceder para ganar, aceptar tus carencias y admitir nuevas aportaciones.  ¿Acaso no son esos los elementos esenciales que hacen de la democracia el mejor sistema de todos los que conocemos? ¿De qué, entonces, podemos acusar a los gobiernos de coalición?

No son un desastre las sumas de propuestas, como la derecha grita y su prensa adicta escribe un día sí y otro también, que para ellos lo bueno es la uniformidad. Lo que en el fondo añoran es el ordeno y mando de toda la vida, eso es lo que mamaron y lo que más les gusta del poder. Pero la discusión es buena, las diferencias internas en los gobiernos son tan provechosas como en cualquier asociación de personas. Pueden aplicarlo a la redacción de un periódico o a la gobernanza de cualquier empresa. Más sensibilidades redundan siempre en más democracia y en una atención a un mayor abanico de necesidades sociales. Quienes hoy claman por esa voz única, plana y cerrada como una perfecta circunferencia, son los mismos que denunciaban con palabras grandilocuentes y faltonas el llamado rodillo socialista. Dejemos pues, no tienen solución, a esa alegre muchachada, siempre en el lado equivocado y siempre aficionados a la navaja de muelles.

Pero ya dijo Stephen Hawking que el universo no permite la perfección. De tal modo que en esa riqueza de aportaciones de unos y otros hay ocasiones, y ustedes mismos podrían recitarlas una a una, en que los límites de la buena idea que significa la coalición de gobierno se traspasa para llegar al absurdo de la bronca radiada al minuto, lo que lleva a los socios a pelear en mitad de la plaza pública, cuantos más espectadores mejor. Sepan todas las partes refrenar sus afanes sectarios y remar juntos y coordinados, hágannos el favor, para una mejor solución de los problemas prácticos que sufren los ciudadanos y, en mayor medida, los menos favorecidos por la fortuna. 

No ha sido posible con la ley del sí es sí, pero aún queda tiempo en la tramitación del texto. Inténtenlo hasta el último momento. Se lo deben a sus votantes. Socialistas y morados.  

Adenda. Mañana del 10 de diciembre de 1976 en un piso del madrileño barrio de las Letras, con las persianas bajadas a cal y canto. Era la primera aparición ante la prensa de Santiago Carrillo, secretario general del PCE, entonces en la clandestinidad. Allí nos enseñó a los periodistas que habíamos asistido tras una cita también clandestina, su carné del partido: era el militante número 100.004. Y con él, arremolinados tras la exigua mesa, el resto de dirigentes, todos ellos muchos años jugándose el cuello ante la temible dictadura franquista. Allí estaban Manuel Azcárate, Gregorio López Raimundo, Santiago Álvarez, Pilar Bravo… y, oh, sorpresa, el catedrático y muy conocido economista Ramón Tamames. Ahora, al borde de los 90 años, pasea por los prados de Vox.  A algunos les da risa. A otros, apunten al Ojo en esa lista, nos vence la pena. Patético. 

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El Ojo izquierdo nació en El País en 2010 y prolongó su vida durante diez años en la cadena SER, con vivienda propia en el Programa Hoy por Hoy, primero con Carles Francino, después con Pepa Bueno y finalmente con Àngels Barceló.

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