Tragedia en Marruecos
Así fue el rescate de los no-espeleólogos españoles en Marruecos, como el único superviviente contó en rueda de prensa ayer desde Granada una vez todos estuvieron de regreso. Su relato resultó aún más espeluznante de lo que las crónicas más elaboradas trataron de adelantar en los días previos acercándose a las fuentes más cercanas y repitiendo “espeleólogos” cuando los accidentados eran tres montañeros que remontaban un barranco, el del río Wandras. Por fin lo ha contado Juan Bolívar, quien lo sufrió en primera persona y tendrá que aprender, con la ayuda de sus próximos y el ánimo de toda la gente de montaña, a vivir con imágenes que sin duda le asaltarán como pesadillas.
Especialmente porque la mitad de la pesadilla pudo haberse evitado si Marruecos hubiera permitido que actuaran, cuando llegaron, los compañeros del club de espeleología y expertos en rescate, que se desplazaron de manera voluntaria, o hubiera aceptado desde el principio a los Grupos de Rescate e Intervención en Montaña de la Guardia Civil que se activaron. Mientras, sus gendarmes podrían haberse limitado a tomar nota y aprender, sin deshonra, porque tampoco los citados GREIM ni los espeleosocorristas, como tampoco los Bomberos rescatadores que desde hace unos años actúan en varias comunidades españolas nacieron sabiendo sino que se forman de manera continua y preparan para ser más eficientes y no cometer errores en las maniobras complejas de un rescate. En el caso de lo ocurrido en Marruecos, todos anticipaban que sus medios carecían de capacidad para llevarlo a cabo. Todos menos Marruecos.
Por otro lado, lo ocurrido revela varios asuntos problemáticos de fondo. El primero, a diferencia del rescate del sí-espeleólogo Cecilio López-Tercero de una cueva peruana el pasado septiembre, esta vez sí, y convendría saber el porqué, cuatro miembros de los GREIM se desplazaron hasta el lugar del accidente. Lo que en Inti-Machay fue imposible –al final tampoco resultó imprescindible gracias a la formación de los espeleosocorristas pero sí habría resultado muy útil–, ahora ha sido factible en el barranco del Wandras. Ojalá sea porque las autoridades españolas se han dado cuenta de que han de hacer lo posible por ayudar a sus ciudadanos en problemas. Hacerlo en estos casos, teniendo los cuerpos de rescate que existen en España, no cuesta tanto.
Al margen de que tan mala es la crítica por pagar el gasto de salvar a quien se arriesga en una actividad de montaña como sería criticar que se le cubra la asistencia sanitaria tras un infarto, por ejemplo, a quien se haya dejado crecer la barriga como si fuera una coleta, tampoco debería costar tanto al Estado. Llegado el caso, seguramente la totalidad de los montañeros, desde escaladores a espeleólogos pasando por alpinistas, que viajan a hacer actividad a países lejanos cuentan con el seguro que les proporciona su federación deportiva. Y aquí viene el segundo problema: las pólizas que las compañías ofrecen a las federaciones no cubren más allá de entre 18.000 o 24.000 euros en los mejores casos. En concreto, el rescate de Cecilio costó unos 150.000 euros y el seguro, proporcionado para la Federación Madrileña de Espeleología por una conocida firma que patrocina a un conocido aventurero mediático, sólo cubría 18.000. Este problema existe desde hace décadas y tal vez el Estado debería realizar una labor de tutela y no consentir que se ofrezcan seguros a deportistas federados tan por debajo de los costos reales de lo que supondrían los rescates, pero lo más probable es que todo siga como hasta ahora.
El tercero es prácticamente una derivada del segundo y tiene que ver con no leer la letra pequeña de la licencia federativa pensando, tal vez, que las federaciones, que ejercen de intermediarias entre la compañía y el deportista, lo han leído por sus federados y ofrecen seguros razonables. Quienes van a escalar o a hacer montaña a Marruecos contratan la licencia correspondiente porque cubre, valga la redundancia, el “rescate en Marruecos”. De ello se infiere que en Marruecos hay rescate y, sin embargo, la realidad ha sido que no existe no solo en un desconocido cañón de Wandras, ni siquiera en su montaña más alta y frecuentada, sería osado decir turística pero en cierto modo lo es, el Toubkal. Las pasadas navidades, una alpinista sufrió una fractura de tobillo durante el descenso de la montaña y, ante la imposibilidad de recibir ayuda de los ¿grupos de rescate marroquís? tuvo que ser autorrescatada por sus propios compañeros. Es algo con lo que hay que contar en países remotos, pero así comenzó una odisea tan espeluznante como la que ha vivido Juan Bolívar, aunque sin final trágico, que ha sido contada en blogs y redes sociales y supuso un fuerte enfrentamiento con la Federación Madrileña de Montaña, a raíz del cual decidió investigar lo ocurrido y revisar algunos protocolos.
En accidentes como éste suele haber un conjunto de causas que conviene estudiar objetiva y desapasionadamente, tal como se hace en los accidentes aéreos. Los expertos sabrán analizar más y mejor, pero no parece que las críticas de improvisación y de no ir con guía por parte de Marruecos tengan credibilidad. Los montañeros tenían estudiada la ruta, e ir conducidos por un guía es una elección en función de las capacidades propias, al tiempo que tampoco elimina el riesgo de accidente aunque sí lo reduce. Son más importantes otras, como por ejemplo la que lo originó: un resbalón en un flanqueo por roca verglaseada y que ni los seguros intermedios ni la reunión aguantaron; o carecer de un teléfono satelital –algo que los expertos recomiendan llevar también para España, al menos para las actividades organizadas de club o de grupo ya que en buena parte de las montañas no hay cobertura móvil– que podría haber adelantado la ayuda en varios días fundamentales. Siempre, eso sí, que Marruecos no interpusiera el muro que levantó y en el que al final, tarde y mal, tuvo que abrir una puerta.