Un desierto en construcción
Digan Moab, y los más atentos gritarán ¡Indian Creek! Repitan, y vuelvan a citar la famosa pero diminuta ciudad del estado norteamericano de Utah, y algún despistado responderá ¡Fisher Towers! Si prueban a repetir por tercera vez, y alguno responde con un sorprendente ¡Arches!, el premio caerá de su lado. El Parque Nacional de los Arcos (Arches) abre sus puertas apenas a una decena corta de kilómetros de Moab, justo en dirección opuesta al peregrinaje de los escaladores. Así somos: un tanto cerriles, cortos de miras y obsesionados con destrozarnos manos y pies en las exquisitas fisuras de la antigua reserva india, mientras a nuestras espaldas sigue el trabajo de erosión de un espectacular desfile de arcos naturales, tallados caprichosamente en la roca. De nosotros depende convertirnos en simples turistas, seguir el sendero que recorren gustosos jubilados, familias enteras, parejas o solitarios. Aceptamos encantados, principalmente porque estamos a finales del mes de octubre y las condiciones de frío matutino y calor moderado diurno es el mejor de los estímulos para patear ésta parte del desierto tan intimidante en verano.
Después de conseguir un mapa y folletos explicativos (en castellano, incluso) en el Visitor Center de Moab, pagamos 10 dólares en ventanilla y sin bajarnos del coche obtenemos el permiso para acceder al parque. Una única carretera recorre su extensión de sur a norte durante apenas 20 kilómetros. Sólo las vistas desde el coche merecen el paseo: basta con detenerse en las áreas indicadas al efecto para regalarse la vista con la estampa de las montaña La Sal, las Dunas Petrificadas, La Roca en Equilibrio o las Courthouse Towers. Pero, claro, todo esto, si bien tentador, sabe a poco, a demasiado poco sabiendo que un par de estupendos paseos nos descubrirán los secretos mejor conservados del lugar: sus incomparables arcos naturales de arenisca.
Ciertos viajes esconden una búsqueda, necesidad cuyo origen resulta a veces difícil descifrar. Pero aquí plantado bajo un cielo azul eléctrico, en el parking del sector ‘Devils Garden’ del Parque Nacional de Arches (Utah, Estados Unidos), no cabe duda que el presente viaje nació en John Wayne. Y en John Ford y su inolvidable obra ‘Centauros del desierto’. Y de todo esto hace ya mucho, tanto que estar ahora mismo donde uno quiso estar 30 años atrás tiene mucho de irreal. No muy lejos de éste lugar, Ford filmó la epopeya de odio de Ethan (Wayne) a través de un relato donde poesía, complejidad, amargura y perfección técnica ponen al espectador patas arriba. El filme tiene el color rojo de la arena del desierto, igual que la que pisamos ahora estremecidos por el frío matutino, por un sendero que debe llevarnos a contemplar la mayor concentración mundial de arcos naturales de roca. Salimos preparados para regalarnos la vista por un recorrido circular que no supera los 15 kilómetros, pero cuya dificultad conviene no menospreciar en verano, donde las temperaturas aquí rozan los 45 grados centígrados. Los últimos paneles indicativos del parking recomiendan encarecidamente llevar calzado adecuado, ropa de abrigo, tres litros de agua por cabeza… Pero estamos en la última semana de octubre y sabemos que otoño y primavera son las estaciones idóneas para éste tipo de excursiones.
En el Parque Nacional de Arches están censados algo más de 2.500 arcos, aunque éste no es un recuento estático: las estructuras más frágiles se derrumban en el tiempo mientras que el efecto combinado del agua y el hielo, las temperaturas extremas y el movimiento subterráneo de sal trabaja fabricando nuevos y sorprendentes arcos. En 1991, una sección de 19 metros se desprendió del ‘Landscape Arch’, el arco de mayor dimensión del parque (93 metros), adelgazándolo notablemente pero sin quebrar su estructura. Hoy parece a merced del más leve de los temblores sísmicos, confirmando que éste es un paisaje en perpetua construcción.
El sendero recorre un laberinto flanqueado por torres de piedra arenisca cuyo color rojizo cambia sorprendentemente en función de su exposición al sol. A ratos, el laberinto alcanza lo alto de una colina desde la que se aprecia una inmensidad desértica delimitada por cadenas nevadas de montaña. Aquí, en pleno oeste, cabe recordar que estamos en uno de los paisajes más severos y despoblados de Norteamérica, en un espacio salvaje.
Con todo, el horizonte no es sólo rojo. Destaca la constante presencia de pinos piñones y juníperos nudosos que parecen estructuras torturadas por el viento, el calor diurno, y el frío nocturno. Estructuras obstinadas y empeñadas, pese a todo, en regalar su matiz verde y agotarse así, casi incapaces de dar un poco más. Sombra, por ejemplo.
Sorprende la discreta y escasa señalización que baliza la ruta circular. Pequeños hitos de piedra jalonan la ruta y, de tanto en tanto, una modesta señal de madera señala un detalle del camino, un arco singular o una vista interesante. No hay papeleras, puestos de comida rápida, vendedores ambulantes o suciedad y la parroquia observa y comenta el escenario en un agradable murmullo. Tampoco se ha humanizado el recorrido con escaleras, pasamanos, peldaños metálicos y demás rebajas típicas de los escenarios pirenaicos o alpinos más solicitados.
Conforme el trayecto se acerca al ‘Double O arch’, desde donde se inicia el regreso al parking, uno toma conciencia de la inmensa desnudez del lugar. Perderse aquí debe figurar entre las peores pesadillas de los visitantes, que siguen preguntándose (a veces en voz alta) si alguna tribu india llegó a acompañar estas caprichosas formas de roca. Siglos antes de que Europa desembarcase en el ‘Nuevo Mundo’, las tribus Ute y Fremonte se instalaron aquí buscando tanto plantas como animales y roca para confeccionar sus armas y herramientas. De su paso sólo quedan algunos petroglíficos (símbolos o dibujos tallados en la roca) y la reconstrucción tendenciosa de los westerns. Apenas a una hora de coche, en la entrada de la reserva de Indian Creek existe un rincón bautizado como ‘Newspaper rock’, que no es otra cosa que una pequeña aglomeración de petroglíficos dibujados 2.000 años atrás. Si se aprecian figuras reconocibles, los expertos desconocen el significado real de estos dibujos rascados en la arenisca…
Al tratarse de un recorrido circular, caminamos por paisajes nuevos hacia el coche, sin arcos a la vista, pero descubriendo rincones y horizontes sorprendentes. Realmente, hemos estrenado nuestra visita al parque partiendo desde su extremo norte: nos falta por visitar aún el Delicate Arch, el reclamo principal del lugar, un acicate suficiente como para olvidar las cuatro horas de caminata que acabamos de completar. Comemos brevemente apoyados en una roca con vistas al Valle Salado y proseguimos carretera abajo impacientes por completar los 2, 5 kilómetros de cuesta que conducen hasta el Arco Delicado, una estructura singular que parece crecer de la nada (no forma parte de ninguna pared) y asemejan unas piernas cansadas a las que el paso del tiempo ha robado las otras partes de lo que una vez pudo ser un cuerpo.
Al atardecer, cuando el sol empieza a despedirse, el Delicate Arch parece a punto de entrar en combustión. Entonces, las cámaras de los turistas en sus trípodes parecen enloquecer. Y uno entiende que éste paisaje afila las emociones, las magnifica. Como le ocurrió a Ethan.