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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Un Gibraltar en el norte

Fuerte de San Martín. |

Marcos Pereda

Puede que el lector, que es persona culta e interesada (que para eso está aquí leyendo y no viendo la tele), haya escuchado alguna vez la expresión “Santoña: Gibraltar del norte”. Es un lugar común que aparece ya en el siglo XIX (se puede cotejar por ejemplo en correspondencia de Germond de Lavigne durante la década de 1860) y que ha llegado hasta nuestros días. Aunque, quizá, no todos sepan el origen de tal título, que uno no juzga si digno de presumir de él o no…

Que la villa de Santoña fue espacio importantísimo en el norte durante la Guerra de Independencia contra los franceses es bien conocido (por cierto, Guerra de Independencia para nuestra historiografía, que los ingleses la llaman Guerra Peninsular con mucha alegría y, posiblemente, mayor precisión, por cuanto no es sino una pieza más del entramado bélico europeo en la época bonapartista).

Una posición ideal, una enorme fortificación y la larga tradición militar de la plaza la convertían en teatro de operaciones fundamental en la zona, igual que lo sería durante el resto del siglo XIX. Que se lo pregunten si no a Isabel II, o mejor aun al general Calonge, que al no poder reconquistar la villa en 1868 vio cómo España se encaminaba de forma inexorable a esa idea tan loca, para ellos, que era el Sexenio Democrático. Esa es otra historia, claro.

Decíamos que a principios del XIX Santoña es clave, en lo estratégico, del frente norteño durante la guerra frente a Napoleón. Estará ocupada por las tropas francesas durante seis años, entre 1808 y 1814. Igual que el resto de Cantabria, más o menos. Por cierto, que otro día les cuento la actuación más bien estulta de la burguesía de cierta villa (“nosotros no fuimos, señor galo, fue la chusma que nos obligó”) y la forma en que los franceses lograron estrangular al ejército español en la península que compone tal villa, con una celada en la que no caería ni un adolescente borracho jugando al Risk. Pero, ya digo, eso otro día…

Entonces, continuamos, Santoña fue ocupada a finales de 1808 por las tropas francesas, que disfrutaron durante más de un lustro de una bahía privilegiada, buenos barcos y varios fuertes defensivos de gran calidad. Algunos de ellos creados incluso a petición del mismo Napoleón, que en varias cartas mostraba su conocimiento perfecto de la orografía de la zona, poniendo de relieve la importancia estratégica del enclave (“deseo que se ponga una atención particular sobre Santoña”, llega a escribir) y, de paso, la genialidad del antiguo artillero, que para estas cosas, oigan, era único.

Por allí andaban el Fuerte del Mazo, y también el llamado Fuerte Imperial, que se levanta siguiendo instrucciones precisas del corso, de aquella ocupado preparando lo de Rusia. Fue en 1811, y los terrenos que ocupó son los mismos donde ahora se encuentra El Dueso, aunque se pueden consultar aquí y allá descripciones precisas de su forma, así como algunos planos. Puro Marqués de Vauban, claro, con sus estrellitas y sus ángulos y todo eso. Que llevaba muerto más de un siglo, pero lo cierto es que sus ideas aun seguían vigentes.

Interludio: pasear por entre los fuertes que todavía se conservan en la actualidad es algo que cualquiera con la mente inquieta debiera hacer. Caminar, mirar y, sobre todo, imaginar. Irnos dos siglos atrás y pensar en cómo sería todo. Sin edificios altos enfrente, sin barcos a motor. Con el ejército más poderoso del mundo allí encuartelado y el segundo más poderoso del mundo (Wellington le mete mano a los bonapartistas gracias a una gran alianza, no se crean) sitiando el lugar. Eso…

Porque a partir de un cierto instante, cuando (casi) toda la Península estaba en manos de los ingleses (perdón, de los españoles… menudo lapsus, ¿eh?) Santoña se convierte en la aldea gala de Astérix. Un sitio, de facto, inexpugnable, una especie de Cádiz norteño por su situación geográfica. Y ya saben lo que pasó en Cádiz, con los contendientes cambiados. Nada menos que un año de sitio, a partir de 1813, hubieron de aguantar en Santoña, los franceses en la villa, ejércitos españoles e ingleses fuera.

Pero claro, nos plantamos en 1814, y la Grande Armée se ha quedado en Rusia congelada y bien jodida, y ya en Europa parece que todo va a cambiar, e incluso al corso le empiezan a insultar en Francia, lo que era toda una novedad, añadimos. Y las tropas napoleónicas se retiran de la Península Ibérica, y a Napoleón le tocan en exceso la moral, y termina abdicando (o le abdican, que para el caso es lo mismo). Es el 14 de abril de 1814. Casi un año antes había regresado a España ese egregio personaje que fue Fernando VII, el mismo que lloriqueaba al Bonaparte que, por favor, dame una corona, solo una, aunque sea pequeñita y con genuflexiones cada vez que me visites. Porfa, porfa. Sic transit gloria mundi, y tal.

Bueno, estamos, digo, en abril de 1814, y Napoleón va camino de Elba, a una cárcel super segura de la que jamás podrá escaparse, cuentan. El 28 de mayo los franceses cruzan los Pirineos, pero esta vez en dirección norte. ¿Y Santoña? Pues Santoña ahí la tienen. Sigue siendo francesa. Y tan tranquila, ¿eh? Sí. Fernando VII está ya en España montando fiestas y calculando a cuantos podrá colgar sin parecer demasiado estricto; Bonaparte rumia en Elba la forma de escaparse y volver a París; las potencias empiezan a pensar cómo hacer eso tan complicado de la Restauración…y en Santoña aun no ha acabado la guerra.

Se entregará la plaza ese mismo 28 de mayo. Las razones por las que ha aguantado tanto parecen de índole estratégico. Los franceses andan como locos por rendirse, pero no les convence lo que ven al otro lado. Es decir, a los ingleses. Porque han escuchado, radio macuto, que si los de las casacas rojas quieren quedarse con el lugar, y montar allí un “Gibraltar norteño”. Y oye, una cosa es volver a la Auvernia con el rabo entre las piernas y otra muy diferente dejar atrás uno de esos enclaves que nos van a volver locos durante décadas. Así que el Conde de Lameth, que es el encargado de la guarnición de Santoña, está decidido a entregar las banderas únicamente a una dotación española. Lo que se produce el citado 28 de mayo de 1814.

Después… bueno, después Napoleón se fuga (lo fugan) de Elba, sube por la Borgoña medieval hasta llegar a París y decide que solo tiene fuerzas para una única batalla. Que, vale, puede ser en aquella llanura de nombre tan raro, allí cerca de Bruselas. Sí, esa de las granjas y los molinos. Vale, quizá sea buena idea. Total, qué podemos perder.

En esos momentos ya Santoña, que pudo ser el Gibraltar del norte, miraba los acontecimientos desde lejos. Con el rostro tranquilo de quien se ha sabido pieza de importancia en los hechos más importantes del siglo…

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