El pedazo de cartón que soñaba con ser cometa

Cada vez que alguien se ha subido o se ha bajado de un avión de Ryanair en el aeropuerto de Santander nos ha costado cinco euros a todos los cántabros. Durante los últimos 21 años han despegado 11,6 millones de pasajeros en vuelos baratos de esta compañía a cambio de 60 millones de euros. Billetes 'low cost' subvencionados directa o indirectamente con el dinero público del Gobierno de Cantabria que, al parecer, daban derecho a tratar a los pasajeros como en un vagón de tercera clase.

Probablemente -queda para el análisis- haya sido una medida eficiente para atraer turistas pero, sobre todo, para democratizar los vuelos y permitir que cualquier ciudadano cántabro pueda salir del perímetro geográfico de la bahía y comprobar con sus propios ojos que no somos el centro de la creación.

Ha sido, además, quizá con más frecuencia de la deseada, una puerta al exilio laboral de los jóvenes cántabros. Oportunidad, a la vez, para dar saltos profesionales y vitales. Es decir, que la lectura de los vuelos no debería medirse exclusivamente en términos de retorno económico turístico, como con reiterada obsesión se justifican las subvenciones o ayudas públicas.

Ahora que se reclama un avión a la puerta de casa como si fuese un autobús de línea, los destinos nacionales e internacionales han costado cerca de tres millones de euros anuales. Muchos menos que los 7,5 millones que se malgastaron en Santander en el aparcamiento sin coches de Mendicouague, infinitamente más útiles que los 3,2 desperdiciados en la fábula del inexistente ‘MetroTUS’ o el ejemplo más reciente: los 40 millones despilfarrados en tener cien autónomos menos. Pagar por tener números rojos.

En cualquier caso, al margen de los chantajes del propietario de la línea, en estas dos décadas de viajes los ciudadanos habrán visto ciudades de todo tipo: sin ratas ni tanta basura en la calle, o con más incluso. Lugares donde se abona una tasa turística o donde como, en Berlín, se regula el precio de los alquileres de la vivienda en las zonas más calientes. También en otros rincones habrán sido testigos de las consecuencias perjudiciales del turismo masivo.

Para evaluar el éxito de los vuelos subvencionados no podemos hacer solo la cuenta del número de turistas que traen y llevan. Más allá de la cifra, la ambición debe aspirar a ser mayor. A trascender a un fin de semana divertido o un álbum de selfies. Es decir, que no hayan servido solo para ser -como decía Tolstoi- esa clase de gente que atraviesa un bosque y solo ve leña para el fuego.

Volemos de verdad, escuchemos a los pájaros, contemplemos sus nidos, percibamos cómo penetra la luz entre las ramas de los árboles encendidos de otoño.

Volemos de verdad, más allá del paisaje y en la intemperie de otros destinos escuchemos y miremos el mundo con otros ojos, dejemos que tiemblen nuestras certezas escuchando otros relatos.

Volemos de verdad, como aquel pedazo de cartón que soñaba con ser cometa.