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¡Qué difícil resulta defender la dignidad personal y la de un pueblo entero! Agustín Jiménez Crespo, alcalde de Noblejas, lo ha intentado iniciando una huelga de hambre que, por su edad, implicaba un recorrido de riesgos.
Él lo sabía, lo sabían los familiares y amigos, lo sabían los contrarios. Estos últimos estarán comentando, para justificar sus ineficiencias, un imaginado fracaso del alcalde. ¡Qué difícil resulta mantener la dignidad de uno mismo y de un pueblo en una sociedad en la que se impone el ruido, la desinformación, maniobras para dividir, la ignorancia!
El alcalde de Noblejas sabía que las posibilidades de negociación con el poder bajo presión son imposibles. El poder, ningún poder, lo puede aceptar. En cambio el poder dialoga antes y después. Cualquier cosa es preferible al silencio, la manipulación de los datos o el error empecinado. Habla, escucha, formúla propuestas... de lo contrario lo que queda es la prepotencia, la soberbia. La huelga no era un pulso entre la vida o la muerte, sino una llamada de atención hacia los comportamientos cuestionables del poder regional.
Los incendios, la huelga de Noblejas, han destapado la distancia que existe entre los poderes autonómicos y las necesidades de los pueblos. Las comunidades autónomas, que nacieron para acercar la capacidad de decisión y gestión a los pueblos, se han transformado en un nuevo centralismo miope, instalado en los despachos de las capitales de cada territorio autónomo.
En lo que atañe a Noblejas atiendan a la secuencia: las administraciones autonómicas pidieron en el año 2007 unos terrenos en el pueblo para construir un Instituto de Enseñanzas Medias. El objetivo era evitar la saturación que se estaba produciendo en el pueblo cercano. El Gobierno de la Comunidad aprobó la construcción del centro en el año 2011. En el año 2025 aquella documentación, las aportaciones del Ayuntamiento, los diagnósticos de la Consejería de Educación son solo papeles y recuerdos, inoperancia involuntaria o intencionada.
Tras la escaramuza en la que un hombre ha arriesgado su salud por un proyecto no realizado de hace años lo que permanece es el agravio y el vacío. En la zona de Ocaña un número indeterminado de jóvenes, que podrían haber trabajado su futuro en 25.000 metros cuadrados, cedidos por el Ayuntamiento, habrán perdido oportunidades. Seguirán acudiendo a centros saturados, con profesores al límite y, a poco que los padres puedan, trasladarán a sus hijos a la enseñanza privada. Otros, los más, quedaran a la deriva de medidas económicas cada día menos igualitarias. En estos días lamentamos el deterioro de lo público y la ineficacia de los negocios privados en la explotación de los servicios públicos. ¿No es lo que se ha comprobado en la España que arde? Si jóvenes indeterminados de la zona de Ocaña hubieran tenido otras trayectorias educativas en centros cuidados, no en barracones, con profesorado más atento a la calidad educativa y la integración de la diversidad, sí no se diera la distancia de su territorio de los poderes públicos, dispondrían de múltiples opciones para mejorar su vida.
La semblanza del alcalde de Noblejas en huelga de hambre trasmite que no está loco, que no está trastornado, que no ha confundido sus principios de izquierdas, que no ha perdido el horizonte. Ha gritado, harto, para que las administraciones públicas funcionen de otra manera.
Para que el socialismo democrático con el que ha transformado su pueblo no pierda ocasiones ante las burocracias ineficaces, las discrepancias políticas, las confusiones ideológicas. ¡Qué difícil es defender la dignidad de los ayuntamientos y la de un pueblo! Y que sean correspondidos por quienes disponen de las competencias educativas para proporcionar a la sociedad soluciones eficientes, eficaces y universales y, en este caso, disponer en el territorio de Ocaña de una enseñanza pública de calidad.
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