La batalla de Chinchilla: el principio del fin de la Revolución Cantonal
Siglo y medio atrás, el sol de agosto derretía el plomo a su paso en las llanuras de Albacete. Además del calor, España sufría aquel verano de 1873 uno de los episodios más estrambóticos de su historia contemporánea: la Revolución Cantonal. Sucedió entonces que una batalla iba a suponer el comienzo del fin de aquella aventura separatista. Los hechos ocurrieron en la estación ferroviaria de Chinchilla de Montearagón. Y, posiblemente, acontecieron así…
Un soldado del ejército se prepara para enviar un telegrama al Gobierno de la República en Madrid. Bajo las órdenes de Federico Salcedo escribe atropelladamente: “Victoria Chinchilla. Puede asegurarse ha puesto fin insurrección separatista. Ha sido completa y decisiva. A los primeros disparos pronunciáronse insurrectos precipitada fuga. Ninguna baja parte nuestras bizarras tropas. De insurrectos se ignora número fijo de muertos y heridos. Prisioneros más de trescientos: gran cantidad, armas, dos piezas artillería, municiones, equipajes, caja fondos, caballos, bandera y otros efectos, incluso uniforme gala ex general Contreras”.
Hace apenas un rato, el general Contreras, líder militar de la insurrección cantonal que se inició en julio, estaba en mangas de camisa, cuando ha sido sorprendido junto a sus 1.500 hombres en la estación de tren de Chinchilla. Aquí había concentrado a la vanguardia de su ejército formada por los guardias de Arsenales del tercer regimiento de Infantería de Marina, parte de las tripulaciones desembarcadas en las fragatas Vitoria y Almansa, el tercer regimiento de Artillería a Pie, el batallón de francos de Pierrad, batallón de Cazadores de Mendigorría, el Regimiento de Iberia y algunos voluntarios.
Dos horas antes de llegar los dos trenes cargados con la fuerza insurreccional, había arribado a la estación de Chinchilla una máquina exploradora. Los avispados maquinistas alertan al jefe de estación y éste lo comunica al pequeño destacamento de carabineros que el coronel Escoda había situado la noche anterior cerca de la estación.
Escoda transmitió la información a Salcedo. Solo cuatro días antes, el gobierno había recuperado Valencia para la República. Martínez Campos ordena a Salcedo que despliegue sus fuerzas por la zona de Albacete. Y el 10 de agosto, muy bien informado, espera en la ciudad manchega para enfrentarse a los insurrectos. En seguida escucharemos el rugido del fuego.
Revolución de la Gloriosa
Semanas atrás, Albacete había notado también el pánico por la Insurrección Cantonal. Antes de continuar con esta historia, sepamos de qué estamos hablando. Seremos breves. En 1868, la Revolución de la Gloriosa, encabezada por militares como Prim y Serrano, consigue desbancar a Isabel II. La reina marchó al exilio y se dijo que los Borbones jamás reinarían en España. Tras diversos intentos y candidatos, el italiano Amadeo de Saboya aceptó la corona. Fue el primer y único monarca elegido por votación.
Sin embargo, todo fueron zancadillas en su reinado. Finalmente, y tras un periodo muy corto de tiempo, abdica el 10 de febrero de 1873. Al día siguiente, y como ya no existía otra salida institucional para nuestro país, se proclama la República. Una República indefinida desde su alumbramiento pues ni era unitaria ni era federal. En medio de la inestabilidad, varios y frustrados golpes de estado; variados y fallidos presidentes; y un huracán de división. El 8 de junio de 1873 se declara Federal a la joven República y comienza entonces la escalada cantonal.
Para muchos, una vez proclamada la federal, solo tenía sentido que se realizaran desde los municipios. De abajo a arriba. Y es así como, el 12 de julio, se produce el levantamiento de Cartagena y se proclama el Cantón Murciano dentro de la República Federal de España. Una iniciativa separatista a la que seguirán otras localidades como Murcia, Cádiz, Málaga, Castellón, Valencia o, brevemente, Almansa.
Ocurrió el 19 de julio. Parece ser que esta declaración de cantón de Almansa se produjo por la conjunción de tres hechos: la presencia del batallón de cazadores de Mendigorría, la implicación de efectivos de los voluntarios de la libertad, así como las arengas de tres diputados republicanos y algunos concejales. La noticia alcanzó a la prensa nacional y sumó a la ciudad en la lista de sublevadas.
El profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha, Rafael Villena Espinosa, explicó algo más del incidente: “No parece que hubiera enfrentamientos entre cantonalistas y sus detractores, de hecho, se permitió la huida de los soldados y voluntarios que se sumaron a la rebelión. Dos días después partió el batallón y con ello llegó el final del cantón almanseño”. En agosto, llegaría la depuración política con la destitución de la corporación municipal.
El historiador local, José Ibáñez, añade algún dato más sobre los altercados y puntualiza que “el Gobierno consideraba que las autoridades locales de Almansa habían participado o al menos tolerado los disturbios”. El alcalde y los concejales negaron los hechos, pero fueron destituidos de sus cargos.
Por entonces, la industria del calzado había dinamizado la ciudad y la masa obrera era muy representativa. La política se vivía con intensidad y de vez en cuando, la prensa ilustraba algún suceso. En mayo, contaba el periódico El Gobierno: “en Almansa debieron ocurrir ayer escenas tumultuosas por cuestiones electorales, pues si no estamos mal informados, tuvo que acudir a la ciudad fuerza armada, y fue preciso suspender el acto en todos los colegios”.
Una aventura que duró dos días
Sea como fuere, la población de Almansa no apoyó el cantón y la aventura duró apenas un par de días. A finales del mes de julio, hasta 32 provincias de España estaban levantadas en armas, o bien por la Revolución Cantonal o por el conflicto carlista que persistía. Cuesta imaginar un escenario tan complejo como aquel verano de 1873.
Y como decíamos más arriba, Albacete había sentido de cerca de la insurrección. Por una nota publicada en un diario nacional, sabemos que el gobernador civil y el comandante militar “tomaron todas las medidas que su celo les sugirió y la responsabilidad de sus cargos les exigía para desbaratar los planes de los agresores y evitar que por un descuido se comprometieran intereses respetables, el honor de la población y la seguridad de las familias”. Es entonces cuando por Albacete llega la noticia de que uno de los cabecillas de Cartagena, el diputado Antonete Gálvez, anda cerca. Para ganar tiempo e impedir el paso, se realizan cortes en la vía férrea. Entre tanto, las autoridades albaceteñas envían una misiva a Madrid en la que se pide ayuda al disponer solo con la fuerza de 40 guardias civiles de infantería, 60 a caballo y un puñado de voluntarios.
La batalla de Chinchilla frenará cualquier insurrección en Albacete. Pero antes de vivir este momento, las fuerzas cantonalistas alcanzaron Hellín y lo que pasó ya forma parte de la historia de la literatura española.
Leemos ahora a Ramón. J. Sender: “Así llegaron a Hellín. La estación, en sombras, tenía en el centro, bajo el reloj, una gran linterna de aceite. Las tropas desembarcaron y formaron precipitadamente en el andén. Los oficiales recorrían las filas comprobando pequeños estadillos escritos. Ya organizada la marcha, desplegó la vanguardia, y los que la formaban se adelantaron con el fusil descolgado. Apenas dejaron atrás la estación, grupos de vecinos aparecieron dando vítores a Antonete y al Cantón Murciano.
La presencia de las tropas en Hellín fue una fiesta republicana llena de discursos ardientes, promesas de lealtad y votos por la verdadera democracia“. Este párrafo aparece en la novela Mr. Witt en el cantón, publicada en 1936 y donde el gran escritor aragonés narra la aventura insurreccional de Cartagena y su expansión por mar y tierra, más allá de sus dominios.
En este afán por extender “la verdadera democracia”, en esa ansia por superar la insuficiente República, en esa locura, dirán muchos, Gálvez, Contreras o Pozas llegaron, a principios de agosto de 1873, a Hellín. En la ciudad desembarcaron los cerca de 2.000 soldados, estiraron las piernas y Antonete recaudó cerca de 30.000 duros. Y por las vías del tren, avanzaron los cantonalistas hasta Chinchilla. Alcanzamos el punto inicial de este relato. Está a punto de darse un hecho histórico.
La hora de la batalla
A las seis de la mañana ha llegado a la estación el primer tren con los sublevados cartageneros. Al frente de las tropas insurreccionales se encuentra el general Pozas, que se entera de la caída de Valencia y que las tropas de Salcedo andan cerca. Duda entonces, y decide esperar la llegada del segundo tren con el General Contreras.
Mientras tanto, los carabineros de Escoda, leales al gobierno, se van retirando de la estación provocando pequeñas escaramuzas para así ganar tiempo, distraer y esperar a Salcedo. Este militar ha sido más precavido que Pozas y para no levantar sospechas, realizan los últimos kilómetros a pie, a campo traviesa.
Recientemente, el comandante de Líneas Aéreas, Ángel Márquez Delgado, investigó la acción militar para la revista Cartagena Histórica y lo describe así: “Salcedo dispuso dos columnas de ataque una en dirección al pueblo de Chinchilla para enlazar con la fuerza de Escoda y otra, con la artillería, en dirección a la estación. Con un perfecto conocimiento de la situación ordenó al teniente coronel de la Guardia Civil, Pérez de Rivera, que con un destacamento de caballería cortara la vía una vez que hubiera pasado el segundo tren cantonal, cosa que hace éste reventando varios caballos hasta llegar al punto designado, una curva en las cercanías de Pozo Cañada”. Las tropas leales al gobierno disponían de mejores confidentes. Esta maniobra fue crucial para lo que sucederá a continuación.
El “incompetente” de Pozas prosigue acosando a los carabineros de Escoda. Ya ha caído en la trampa. A las nueve de la mañana llega el segundo tren donde viaja el general Contreras. Apenas se están esperezando en la vía, cuando de repente, caen las primeras granadas de Salcedo sobre la estación de Chinchilla. La granizada de balas sobre los sorprendidos cantonales produce una confusión sensacional y las tropas insurreccionales inician la desbandada.
El propio Salcedo dice en el informe unos días después: “Llegando pues que hube a las alturas que dominan la estación, que de antemano coronaban mis guerrillas y tomando posición la artillería, mandé romper fuego sobre aquella con tan buena fortuna que en los primeros disparos se logró colocar dos granadas en el centro de la estación, lo que dio lugar a que el general Contreras con el batallón de Mendigorría y Voluntarios al ver que avanzaba yo sobre la misma con mis columna de ataque y batería, huyesen cobardemente”.
Suenan los obuses. Al menos doce vuelan por las tierras chinchillanas. Uno impacta de lleno en el edificio principal de la estación y los otros hieren a ocho o nueve insurrectos. Uno muere esa misma noche, ya en el pueblo, a tres kilómetros del lugar de los hechos. Los cañones tratan de evitar la marcha de los principales líderes del Cantón de Cartagena. Pero unos, en tren y otros, a caballo, consiguen huir hacia Murcia. Finalmente, se captura a 417 individuos de tropa, 28 oficiales, con siete heridos de los primeros recogidos en el campo y 42 presentados de Medigorría. Un soldado leal al Gobierno pierde también la vida.
Ya en Chinchilla, al día siguiente, Salcedo hace sus primeras declaraciones a la prensa. Se trata de un corresponsal del diario parisino Le Temps. Por esas casualidades de la vida y por un error, el periodista terminó aquí. Confirma Salcedo: “En el momento de nuestra llegada a los alrededores de la estación estaban guarnecidos por soldados que parecían muy contentos. En medio de ellos había un gran número de prisioneros atados, codo con codo, a largas cuerdas, y supe al bajar del vagón que una acción singularmente dichosa acaba de tener lugar en la misma estación”.
El cronista pasó la noche en un camastro de la estación y escribió: “Chinchilla es una pequeña ciudad, o pueblo grande de la provincia de Albacete, en la región de Murcia. El paisaje que la rodea se compone de grandes ondulaciones de terreno poco accidentado y que se ven cubiertos hasta el horizonte por inmensos campos de trigo, cebada y otros cereales. En este momento todo lo que hay al alcance de la vista parecía un desierto completamente privado de vida, si numerosos molinos, no hiciesen girar sin cesar sus aspas formadas por velas triangulares.
De trecho en trecho, en algún repliegue, al abrigo del viento, se observan pequeños bosques de olivos, y en todas las pendientes un poco inclinadas algunas viñas. En cuanto al pueblo está colgado de una montaña aislada cuyas dos cimas dominan todo el paisaje. Es un antiguo pueblo fortificado que conserva antiguas murallas y castillo encaramado a unos de los picos“.
Bajo el sol abrasador de agosto, aquella Chinchilla había visto manchada sus entrañas con la sangre de la batalla. El resto de periódicos repicó la noticia en los días sucesivos. A partir de esa derrota, los cantonalistas que sobrevivieron al ataque de Salcedo solo pudieron resistir en Cartagena durante unos meses más. La tropa capturada en Chinchilla fue deportada a Cuba.
A comienzos de 1874, el primer intento de República comenzó a morir bajo las patas del caballo de Pavía. En septiembre, se restauró la Monarquía borbónica y el cantonalismo pasó a ser una rareza más en nuestra singular historia. Puro olvido. O como escribió en aquel tiempo el albaceteño marqués de Molins: “Hombres vienen y hombres van, / y los que ayer vi caídos / hoy en la cúspide están”.
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