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El Diari de la Cultura forma parte de un proyecto de periodismo independiente y crítico comprometido con las expresions más avanzadas del teatro, la música, la literatura y el cine. Si quieres participar ponte en contacto con nosotros en  fundacio@catalunyaplural.cat.

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¡Viva la utopía!

El paisaje que enamoró a Montaldo.

Toni Polo

La estructura de un cuento, algunos detalles de documental, toques de humor, mucha utopía, más indignación y un fondo de road movie. Bien agitadas, todas estas partes dan Montaldo, la propuesta para el Grec de la Fundación Collado – Van Hoestenberghe, creada, escrita, dirigida e interpretada por Ernesto Collado. El fracaso, cierta desesperación y la búsqueda de la paz, de la felicidad, del buen rollo… de la utopía, son el hilo conductor de esta historia por fuerza caótica que nos divierte y nos hace pensar (demasiadas) cosas.

Collado, solo en el escenario, cuenta que ha decidido seguir el rastro de Montaldo, un catalán del siglo XIX al que el socialista utópico Étienne Cabet -“un socialista deliciosamente contradictorio (…) No como los de ahora, que malllevan el nombre”- propuso unirse a los icarianos, para crear una sociedad utópica, dialógica, individualista e ideal que, sin embargo, fracasó. Las reuniones, cuenta Collado, dieron al traste con las ideas y la cosa acabó fatal. Menos para Montaldo, que, mudo y, encima, tímido, en lugar de platicar, en aquellas asambleas se enamoró del duro y agreste paisaje y, según la leyenda (una leyenda de la que nadie sabe ya nada) se convirtió en el líder de una tribu de indios. La búsqueda en el Texas de los rodeos y de las ferias del ganado no dará los frutos soñados por el protagonista, que vivirá una epifanía para alejarse de un mundo que plantea demasiadas preguntas.

Para imitar a su idolatrado personaje, Collado dejará de hablar en un país extraño para ser, igual que Montaldo, “rey de sus silencios y no esclavo de sus palabras”. Seguir el rastro del primer comunista americano en el estado de los petrodólares puede ser peligroso. Las contradicciones afloran desde el primer momento: “¿Cuánto vale su seguridad?”, cuenta, a través de dibujos, que le pregunta el vendedor de armas (que vende también material deportivo y juguetes, ¡toma ya!). Contradictoriamente, el protagonista, en su búsqueda de la paz, ya es presa de la insolencia y la provocación de una pistola, del precio de la seguridad, claro.

Una mecedora, cuatro proyectores de diapositivas, un Scalextric, una mesa de mezclas y, en el fondo, una tienda india configuran una escenografía que permite hacer viajes exteriores e interiores y disquisiciones dialógicas sobre la dialéctica, o recibir una paliza en un bar y un sms de tu novia (que te deja). El fracaso, ya sea en forma de paliza, de borrachera, de incomunicación, de enfrentamiento ante un jabalí o de desilusión, está presente en todo momento en un texto muy cuidado, meticuloso, que escoge las palabras una por una y que Collado nos cuenta, casi nos recita en algunos momentos o nos muestra (escritos o dibujados) en otros. Es teatro, no lo olvidemos.

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