Muere Josep Lluís Núñez, el Júpiter del ladrillo y del Barça que fue a la cárcel por sobornar a inspectores de Hacienda
Cuando se alza la vista al pasear por el Eixample de Barcelona es fácil observar áticos artificiales que no disimulan haberse construido sobre edificios más antiguos, incluso modernistas. Uno de los autores intelectuales de estos engendros urbanísticos es Josep Lluís Núñez, dueño del imperio inmobiliario Núñez y Navarro, símbolo del ladrillo del tardofranquismo, expresidente del F.C. Barcelona y condenado por sobornar a inspectores de Hacienda. Núñez ha muerto este lunes en la capital catalana a los 87 años.
Núñez fue un hombre hecho a sí mismo. Nacido en Barakaldo, hijo de un policía aduanero, se trasladó con su familia Barcelona en 1938. De joven compaginó varios trabajos y los estudios de contable hasta que a mediados de los cincuenta fundó, junto a su suegro, Francisco Navarro, su inmobiliaria, que al principio se llamaba Navarro y Núñez, pero terminó siendo Núñez y Navarro.
Si Júpiter era el dueño del cielo y la tierra entre los dioses romanos, Núñez se hizo un nombre entre los señores del ladrillo poblando el cielo y la tierra de Barcelona de casas nuevas con la doble N, de Núñez y Navarro, como insignia. Y en los edificios que ya existían, con el beneplácito del alcalde franquista Porcioles, construyó las famosas 'remontas' de ladrillo, áticos y sobreáticos que proliferaron por el Eixample y afearon el patrimonio arquitectónico barcelonés. Los vecinos los llamaban los sombreros del barrio.
Tampoco había problemas para derribar edificios antiguos y construir nuevos, aunque fuera con la oposición vecinal. Una de las batallas que más se recuerdan en la capital catalana fue la que Núñez mantuvo con los vecinos de Sant Antoni durante doce años por la Casa Golferichs, una joya modernista. Los vecinos ganaron –la casa no se transformó en pisos– pero Núñez también: el Ayuntamiento se la compró a principios de los años ochenta para convertirla en un centro cívico. Fue de las pocas veces que se le dijo 'no' a Núñez.
Más de 60 años después, el imperio Núñez y Navarro incluye miles de viviendas y oficinas en alquiler y venta, una treintena de parkings, naves, locales y hasta una sociedad hotelera. Y también mantiene conflictos abiertos con los vecinos en barrios de Barcelona como Vallcarca. Según el ranking que elabora el diario El Mundo, Josep Lluís Núñez era, a febrero de este año, la fortuna número 86 de España con un patrimonio neto de 600 millones de euros.
El soborno que lo llevó a la cárcel
Los problemas serios para Núñez llegaron con la querella de la Fiscalía Anticorrupción a finales del siglo pasado, el conocido como caso Hacienda. En comparación con las intrincadas tramas de corrupción actuales, el caso Hacienda fue mucho más simple: la cúpula de la Agencia Tributaria en Catalunya durante la década de los noventa hacía la vista gorda en las inspecciones a varios constructores a cambio de dádivas millonarias.
Según la sentencia, Núñez y su hijo sobornaron con viviendas por debajo del precio de mercado a los inspectores Manuel Abella y Roger Bergua, lo que les permitió dejar de declarar más de 13 millones de euros a Hacienda. En el juicio, Núñez casi rompe a llorar en dos ocasiones. Alegó que era ignorante en materia fiscal y, fiel a su estilo, en medio de largas disertaciones, se permitió hacer “un comentario” a los magistrados: explicó, para enfado del tribunal, que tres de las personas que participaron en uno de los registros a su vivienda durante la investigación del caso le dijeron haber comprado pisos a la inmobiliaria Núñez y Navarro.
El Supremo le rebajó la condena de seis a dos años y dos meses de cárcel, pero no evitó su entrada en prisión: pasó 38 días en la cárcel de Quatre Camins hasta que le fue concedido el tercer grado a finales de 2014. Dos años después, Núñez y su familia aparecieron en 'Los papeles de Panamá' (Panama Papers) como beneficiarios de dos sociedades en Islas Vírgenes.
El presidente del Barça más recordado
Al frente del F.C. Barcelona desde 1978 hasta el año 2000 continuó extendiendo la influencia y el poder que le daba su imperio inmobiliario. Consiguió armar patrimonial y económicamente al Barça, creó la Masia, pero también dio muestras de un estilo excesivamente personalista (déspota, para sus adversarios) de un club que era y sigue siendo propiedad de los socios, algo que no siempre recuerdan las directivas. De ahí que chocara con el Júpiter de la Generalitat durante 23 años, Jordi Pujol, pese a sus intentos (y los de Marta Ferrusola) de desbancarlo y colocar en el Barça a alguien que sí comulgara con el nacionalismo convergente.
Todo ello aliñado con su estilo campechano y frases y lapsus lingüísticos que ya forman parte de la cultura popular culé, como los fichajes de futbolistas que podía hacer “la portera” de su casa, los “sangus” [sandwichs] que dijo que se había tomado antes de despedir a Cruyff o su mítico “al socio no se le puede engañar”. A algunos socios no los engañó, pero sí logró enfurecerlos, como al colectivo opositor l'Elefant Blau que lideraba Joan Laporta.
Núñez también tuvo encontronazos con las estrellas. La plantilla del Barça se reveló contra él en el conocido como motín del Hesperia, en 1988. Y terminó enfrentado al genio holandés Johan Cruyff, el hombre que había fichado en el mismo año. Núñez desde el palco y Cruyff desde el banquillo devolvieron al Barcelona a la élite del fútbol mundial. Quién sabe qué se dirán allá donde se encuentren.