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El derecho a decidir de Arán

Lluís-Anton Baulenas

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Estos días se están celebrando los setecientos años de la llamada “Querimònia” del Valle de Aran (en aranés 'Era Querimònia'). En resumen, se trata de los privilegios concedidos al Valle de Aran por el rey de Aragón y conde de Barcelona Jaume II. A cambio de un tributo, estos privilegios respetaban la especificidad aranesa y fueron renovados y ampliados en 1411, en pleno interregno de cambio de dinastía, después de la muerte de Martí l'Humà en 1410. En ese segundo pacto, el Síndic de Aran ofreció al conde-rey el deseo de los araneses de unirse a los condados catalanes. Esa unión fue aprobada por las cortes catalanas y desde entonces, los araneses son catalanes.

Pues bien, es interesante recordarlo porque, probablemente, por una cuestión de coherencia y respeto históricos, si algún día se llega a hacer la consulta por el derecho a decidir y posteriormente el referéndum por la independencia, habrá que tener en cuenta a los araneses a la hora de tomar decisiones. Quiero decir que los araneses tienen todo el derecho a ratificar lo que decida el pueblo catalán por mayoría o no. De modo que si desean hacer una consulta propia y, al final, por la causa que sea, quieren romper el pacto de 1313 y ratificado y ampliado en 1411, no veo ningún inconveniente en que lo hagan. Los araneses pueden hacer lo que quieran, seguir siendo catalanes en la nueva Cataluña, continuar siendo administrativamente españoles, pedir a Francia que los acoja, o intentar copiar el ejemplo andorrano y ser independientes.

No tanto por razones sólo sentimentales sino de viabilidad como país, yo, humildemente, les pediría que siguieran con nosotros. El supuesto de un Arán español de entrada les supondría una avalancha de gratitud. ¿Se imaginan? ¡Toda España volcada en este pequeño territorio que ha decidido no acompañar a Cataluña en la independencia! Es probable que a corto plazo, económicamente hablando, les saliera a cuenta. A nivel cultural y nacional, la cultura aranesa habría acabado definitivamente. En un valle de Aran español, el catalán se perdería, el aranés lo tendría crudo y el español, en poco tiempo, sería la única lengua. No creo que llegaran nunca a ser franceses porque en el supuesto de que los araneses manifestaran su deseo de no ser catalanes, España nunca les permitiría una maniobra de esta magnitud. Como estado independiente, no parece que el valle de Arán pudiera aguantar el tiempo necesario para convertirse en una mini Andorra.

En cualquier caso, lo que quiero decir es que al igual que la unión española no es sagrada y se basa sólo en un papel, la unión catalana, ni eso. Hay que ser prácticos, y parece obvio que lo mejor para los araneses -o para los ampurdaneses si quisieran fundar una república de la Tramontana, por ejemplo- sería continuar con Cataluña, pero si no lo quisieran, no hay problema. Lo que no deseamos para nosotros -la imposición- no debemos querer para los demás. Mucho más -y lo llevamos repitiendo varios miles de veces- cuando hoy en día la independencia es relativa. Sólo los estados grandes, por más que se llenen la boca sobre los ignorantes que en pleno siglo XXI quieren levantar fronteras en vez de derribarlas, son los que, contradiciéndose ridículamente, todavía juegan fuerte la cuestión de los límites.

A españoles, franceses, etc. les cuesta mucho comprender de verdad qué es una Europa sin fronteras. A los catalanes no nos cuesta nada, el año próximo hará trescientos años que no tenemos. Hemos vivido sin fronteras y, una vez independientes, seguiremos viviendo sin fronteras, jugando a fondo la carta europea (que por otra parte, es la única que tenemos). Para mí, no sería ningún trauma vivir la pérdida de la catalanidad administrativa del Valle de Arán. Me sabría mal, pero habría que respetarlo. Y respetar bien, generosamente, sin rencor.

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