Primera manifestación sin los Jordis: una masiva marcha en defensa del autogobierno tras la aplicación del 155
Se programó como una manifestación más, de las muchísimas que han marchado por Catalunya en los últimos años de multiplicación del independentismo, pero a las cinco de la tarde del sábado nada en el Paseo de Gracia, pleno centro de Barcelona, es como antes. Para empezar, los convocantes de siempre, los Jordis -Cuixart y Sánchez, líderes de las plataformas Assemblea Nacional Catalana y Omnium Cultural-, no están porque llevan cinco días en una celda de Soto del Real acusados de sedición.
Pero sobre todo porque el Consejo de Ministros convocado de urgencia por el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en la mañana del sábado acaba de apretar hace apenas tres horas el botón nuclear. Nada de paños calientes, la versión más dura del artículo 155, que nunca se había aplicado en democracia y que hasta el momento había sido utilizado a modo de amenaza por el Gobierno central: intervención completa de las instituciones catalanas, destitución del Govern, limitación de competencias al Parlament y toma de control de TV3 “para garantizar la pluralidad informativa”.
Eso desde el poder Ejecutivo, que ha pedido al Senado que autorice todas esas medidas excepcionales este viernes. La respuesta del Estado al desafío secesionista incluye también la amenaza del Fiscal General, José Manuel Maza, de acusar de rebelión, el delito más grave que se puede imputar a un servidor público penado con hasta 30 años de cárcel, al president y a sus consellers. Y todo con la prensa más cercana al PP aplaudiendo la mano dura que tanto tiempo lleva reclamando.
Enfrente, el Parlament de Catalunya, listo para levantar la suspensión a la declaración unilateral de independencia en un Pleno en solo cuestión de días. O para declararla por primera vez, si se interpreta que el president no lo hizo aquella confusa tarde del 10 de octubre. El plazo para hacerlo o para convocar elecciones expira el viernes, que será cuando la Cámara Alta -donde el PP sí tiene mayoría absoluta- se reúna para autorizar el 155. Por si acaso, el PSOE y Ciudadanos ya se han encargado de recordar que apoyan la respuesta al Govern.
La situación de excepcionalidad no tiene antecedentes en 40 años de historia democrática. El último movimiento de la partida de ajedrez que se juega entre La Moncloa y el Palau de la Generalitat ha sido un jaque del presidente Rajoy. La respuesta de Carles Puigdemont se programa para las nueve de la noche. Y en medio, la manifestación con pancartas, que han tenido que improvisar a última hora lemas contra el artículo 155 y el Gobierno de Rajoy. “Solo queremos votar y decidir y hoy nos habéis suspendido”, “¿EU, where are you?” y algunas otras, menos complacientes con el presidente español.
Faltan Cuixart y Sánchez pero está el Govern al completo. Con el president, Carles Puigdemont, a la cabeza, flanqueado por su número dos, Oriol Junqueras, su antecesor, Artur Mas, y la presidenta del Parlament, Carme Forcadell. Un poco más atrás, la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, que confirmó su presencia nada más rematar la rueda de prensa de Rajoy.
“Que se pare la aplicación indiscriminada y injustificada del código penal y se encare el conflicto político a través de los procedimientos políticos de forma serena y dialogada”, pide la actriz Lloll Beltrán, en la lectura del manifiesto que solo pueden escuchar los de las primeras filas en la larguísima manifestación que ha ocupado el Paseo de Gracia y obligado a cortar un tramo de la Diagonal, dos arterias fundamentales de la ciudad.
“Son dos hombres buenos, de paz, presos políticos a quienes no perdonan haber liderado las manifestaciones más grandes y pacíficas” a favor del independentismo, ha lamentado ante la prensa el nuevo portavoz de Omnium, Marcel Mauri.
Desde la cola de la marcha, que nunca llega a circular con semejante aforo, grupos de independentistas improvisan sus propios cánticos. “Fora las forces d'ocupació”. A cada paso de los dos helicópteros de la policía que sobrevuelan la manifestación, silbidos y más silbidos. Cuando uno desciende un poco, la marea responde: “As carrers seran sempre nostres”. Como si el cielo lo hubiesen dado por perdido después de tantos días de escuchar ese zumbido de los rotores.
Una de las que abuchea es Isabel Pujol (nada que ver con políticos ni jugadores de fútbol). Ha acudido con su hija y su nieta muy pequeña que se sienta sobre un carrito con estelada. Esta abogada mercantil jubilada tiene dudas sobre cuál debe ser el siguiente paso de Puigdemont: “El corazón me pide que responda con la declaración de independencia pero la cabeza me dice que hay que dialogar. Aunque Madrid con lo de esta mañana ya ha dicho que no quiere, pero creo que siempre se debe dialogar. Siempre es posible si las dos partes ponen voluntad”.
Bernat, de 42 años es consultor y porta una pancarta recriminando al Gobierno que no permita el referéndum. “Solo queríamos votar como Escocia o Quebec y nos han respondido con una intervención en toda regla. Creo que deberían hablar todos los partidos políticos a favor del derecho a decidir para pactar conjuntamente una respuesta a la decisión de hoy de Rajoy. Veo poco factible la convocatoria de elecciones autonómicas antes del viernes”.
A pocos metros, Enma con una cartulina amarilla que pide libertad para Cuixart y Sánchez, asegura que no se puede decir en horario infantil lo que opina del Gobierno español. “Creo que se están pasando mucho y deberían recapacitar”, se atreve a decir luego.
En la manifestación que apenas se mueve porque toda la calle está llena, los dos grandes impulsores del movimiento independentista en la calle, Jordi Sánchez y Jordi Cuixart, que están en el recuerdo de todos, participan por vía epistolar. Ambos llevan desde el lunes en prisión preventiva y acusados por una juez de la Audiencia Nacional de sedición por organizar otras protestas, las que el 20 y el 21 de septiembre cercaron a la comitiva judicial, horas después de que se arrestase a una docena de altos cargos de la Generalitat en el primer gran golpe desde los juzgados al referéndum. Los presentadores del acto leen una carta que firman los encarcelados: “Estamos bien, estamos fuertes gracias a vosotros, no aflojéis en favor del diálogo y la independencia”. El vicepresidente de la ANC ya había avisado antes de la manifestación: “Por cada uno de nosotros que caiga, habrá un relevo porque nuestra cantera es el pueblo de Catalunya”.
Gracia se convierte durante la hora que dura la concentración en un gigantesco desfile de esteladas. No son solo banderas, hay camisetas del Barça, del Lleida, bolsos, y hasta pinturas en la cara. Una pancarta de lado a lado de la calle pide “Freedom for Catalonia”. Hay gritos de “ni un paso atrás”. Y muchos más de “libertad para los Jordis”.
Un hombre ya jubilado discute que la sociedad catalana esté fracturada: “Son cuatro franquistas, los que dicen eso, las familias pueden discutir de política, como antes lo hacían de fútbol, y si no quieren, lo tienen fácil, que no hablen de política”. Cuando alguien le recuerda que Ciudadanos, es la segunda fuerza, vuelve a replicar que “esos son unos franquistas”. Algunos de sus acompañantes ladean la cabeza pero nadie le corrige.
Dentro de un escaparate de los muy caros, está Blasco, mano sobre mano mirando a la calle. En su zapatería, él y su compañero llevan un par de horas cruzados de brazos como cada día de manifestación. “Ninguno de los escenarios pinta favorable, hay un clima de fractura profundo, con posturas muy radicalizadas. Se perdió una oportunidad estos años de dialogar con otro lenguaje. Ahora ambos bandos, llamémosle así, están exhibiendo músculo y no sé si para eso está la política. Tenían que haber pactado un referéndum mucho antes”, dice este dependiente que lleva 21 años en Barcelona desde que aterrizó procedente de Cartagena de Indias.
Pasadas las seis y media, la multitud empieza a dispersarse para que las anchísimas aceras del Paseo de Gracia sean tomadas por otra muchedumble, el ejército de turistas que invaden cada jornada la manzana de tiendas prohibitivas de la ciudad. Llega el momento de Blasco, que según sus cuentas ha visto caer la facturación de su zapatería un 20% en este mes de octubre. Los primeros en entrar son un grupo de seis personas de origen asiático que empiezan a curiosear entre el cuero. El dependiente se anuda su mandil, deja la política y se lanza a vender zapatos. A 380 euros, el par.