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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

La advertencia de Detroit

Marcos García

La situación económica de la Comunitat Valenciana es muy grave. Esto no es una novedad. Hemos llegado a un punto en el que ya ni siquiera es suficiente con mendigar ante la administración central o sacar a subasta las estaciones de FGV para buscar patrocinadores que ayuden a sufragar el coste de los transportes públicos. Incluso los dependientes corren el riesgo de ser expulsados de las residencias para que Bienestar Social recaude apenas 15 millones de euros. Y tanto despropósito económico me ha recordado a Detroit.

La capital de la industria automovilística se convirtió, a partir de los años veinte del siglo XX, en la urbe más dinámica de América gracias a los gigantes del motor que tenían su cuartel general en la ciudad: Chrysler, Ford y General Motors. La ciudad representaba como ninguna lo que significaba el poderío y la pujanza industrial de los Estados Unidos.

Entonces nada hacía presagiar que esa ciudad pudiese albergar otro futuro que no fuese el de liderar la industria del país más poderoso del mundo. La ilusión se mantuvo, de hecho, hasta casi la década de los ochenta. Pero hace treinta años que ya no es así.

Detroit es hoy en día una ciudad fantasma. De los más de dos millones de habitantes que albergó en su apogeo apenas quedan setecientos mil. El paro ronda el 18% de la población. El ayuntamiento ha cortado la luz a barrios enteros y ha dejado sin servicios públicos a gran parte de la ciudad porque, sencillamente, no tiene suficiente dinero para seguir manteniéndolos operativos. Desde diciembre de 2013 la ciudad está oficialmente en bancarrota.

El caso de Detroit es paradigmático porque supone la mayor quiebra de una ciudad en EEUU y, por consiguiente, supone también la demostración práctica de que las crisis no sólo afectan a las empresas y la mala gestión puede llevar a la ruina incluso a una ciudad. Por supuesto Detroit tiene sus particularidades y su situación, y su proceso histórico, no es extrapolable a ningún otro lugar del mundo. Y, sin embargo, el hecho de que una gran ciudad en el corazón del capitalismo pueda acabar desencadenando un episodio de bancarrota semejante debería ser un motivo que llamase a la reflexión a casi todas las administraciones del mundo.

Al menos debería hacer reflexionar a las administraciones, y a los ciudadanos, de regiones en una situación económica tan precaria como la de la Comunitat Valenciana. Vuelvo a repetir que el caso de la ciudad estadounidense es único puesto que responde a una evolución histórica muy particular y determinada. Pero aun así creo que es una advertencia que no deberíamos pasar por alto. La Generalitat parece convencida de que Madrid acabará cediendo y tenderá una red que salve la Comunidad del desastre. Pero cuando la precariedad económica está tan extendida, no hay nada asegurado. Y la bancarrota comienza a ser una opción real.

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