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El cielo que caerá sobre nuestras cabezas

Marcos García

Uno, que es muy fan de Asterix desde que era un crío, no puede evitar acordarse esta semana de cuál era el mayor temor que tenían aquellos irreductibles galos. Ellos, que eran capaces de resistir impávidos ante el ataque de media docena de legiones gracias a su poción, temblaban de miedo en cuanto alguien hacía mención de aquello que más los aterrorizaba: que un día el cielo cayese sobre sus cabezas.

No estamos en la Galia de Uderzo y Goscinny pero yo llevo ya un par de días compartiendo los terrores galos. No se engañen. Déjense de crisis y de imputaciones; déjense de desgobiernos; el mayor peligro al que nos enfrentamos hoy en día los valencianos es precisamente ese: que en cualquier momento el cielo se desplome sobre nosotros.

Bueno, en realidad el cielo parece bien asentado ahí arriba. Lo que corre el riesgo de aplastarnos el colodrillo contra el asfalto son, más bien, los techos de los edificios bajo los que transitamos. Porque si a las WeatherGirls les llovían hombres en 1982, estos días, en Valencia llueven cascotes.

Hace unos meses fue el trencadís del Palau de les Arts. A principios de semana, el falso techo de un aula de infantil del colegio Cervantes de la ciudad se caía a pedazos. Jueves Santo amanecía en Valencia con un monumental atasco en Trinitarios debido a dos carriles cortados: la fachada de San Pío V ha perdido algunos fragmentos. Yo ya empiezo a ver el patrón. Y, como a los galos, me entran sudores fríos.

Ahora soy incapaz de pasear por la ciudad sin mirar atemorizado hacia las cornisas, tratando de evitar que alguna de ellas me dé un coscorrón cuando decida a irse a ver mundo. Me horroriza la idea de entrar a hacer cualquier trámite en un edificio público, no sea que la escayola me abra una brecha en el seso.

No se lo tomen a broma que hablo totalmente en serio. En Valencia los edificios están en pie de guerra. Vayan ustedes a saber por qué. Yo le he dado muchas vueltas pero no acabo de entenderlo. No puede ser por la falta de mantenimiento. Ni por la dejadez administrativa. Qué va. Tampoco creo que se deba a la desatención, ni a la construcción con materiales deficientes. Ni siquiera pienso que se deba a que algunos de ellos estén ejecutados desafiando obsesivamente las leyes de la física y del sentido común.

Me niego a pensar que pueda haber ninguno de esos motivos tras la rebelión de las fachadas. A fin de cuentas gran parte del pueblo valencia lleva años padeciendo las deficiencias de algunos edificios públicos por esos mismos motivos y hemos aguantado estoicamente. ¿O es que de verdad el nivel de dejadez ha tocado techo y éste ha decidido tomar cartas en el asunto?Quizá hasta las piedras valencianas están ya cansadas de sentirse desatendidas.

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