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Por la igualdad

Josep L. Barona

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La igualdad no solo tiene una dimensión jurídica, sino que debe plasmarse en la dinámica social y eso requiere dos cosas que son la misma: movilización social y acción política. El privilegio y la desigualdad son injustos, inmorales y enfermizos. Tendemos a creer que en nuestras democráticas sociedades occidentales se han minimizado las diferencias por imperativo constitucional: entre negros y blancos, fieles e infieles, hombres y mujeres, pobres y ricos, niños y adultos, rurales y urbanos. Sin embargo, entre la legalidad y la realidad hay un abismo. El abismo de llevar a la acción la declaración de principios. Porque los derechos no son nada sin la capacidad de ejercerlos, y por eso cuando las constituciones democráticas declaran el derecho a una vivienda decente, a la educación, a la atención sanitaria, al empleo, están marcando el camino al gobernante. Hacer crecer la riqueza de las élites sin redistribuirla es tanto como favorecer la desigualdad y gobiernar para el interés de los poderosos. Solo una filosofía social cínica se atreve a legitimar la desigualdad y la injusticia como algo natural amparándose en el individualismo, la lógica del beneficio y la codicia. Puro darwinismo social disfrazado de corderito benevolente con la retórica oportunista de la ética de los negocios.

La desigualdad es sustancialmente enfermiza porque genera formas muy variadas de patología social: violencia, explotación, abuso, racismo. Lo dicen todos los informes sobre desarrollo humano de la OCDE. Asumir la Declaración Universal de los Derechos Humanos implica gobernar por el derecho de todo ciudadano a vivir en unas condiciones de integración social, unos niveles de bienestar mínimo acordes con los estándares que prevalecen en la sociedad.

Por eso, no hay sociedad democrática sin activismo social e independencia de los medios de comunicación. La voz de los desempleados, las manifestaciones de los pensionistas y la huelga de las mujeres expresan el malestar social frente a la desigualdad y el privilegio. La democracia es un proyecto en construcción, siempre susceptible de avanzar, pero también en riesgo de retroceso. Como dijo alguna vez alguien, “resistir es vencer”.

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