Para que ganen ellos
El día en que la verdad se volvió irrelevante ganó Trump. Hoy, un machista, homófobo, un macarra fanático y bocazas juguetea con el botón nuclear a sus 70 años, justo en ese punto de la vida en el que para este tipo de jubilados el código ético por el que rigen sus decisiones se resume en “pa lo que me queda en el convento…”.
Para que ganara Trump el cambio climático tuvo que convertirse en una quimera y no en un hecho científico irrefutable. Ganó un majadero cuya única aportación destacable al progreso humano ha sido en el campo del interiorismo hortera convirtiéndose en el primer presidente americano que se jacta de no pagar los impuestos con los que se llena de combustible su Air Force One. Ganó un fascista capaz de justificar la tortura de seres humanos y la deportación masiva de millones de sus conciudadanos con la misma boca que besa la frente de la inmigrante Melania.
El día en que la verdad dejó de importarnos ganó Mariano Rajoy. Hoy, el mismo personaje que primero colaboró y después encubrió a Federico Trillo en su repugnante episodio del Yak ve en la presidencia de Trump una oportunidad de volver al mismo butacón del rancho de Camp David en el que George Bush ya sentó a José María Aznar. Rajoy sabe que no está constreñido por esa, para él incomprensible, ética que obliga al resto de líderes europeos a criticar con dureza las políticas del fanático Trump. Cree Mariano que si consigue mantener su tono tibio, pronto Donald colocará en Moncloa un teléfono rojo, o tal vez de oro, para despachar con Madrid como socio privilegiado.
Para que ganara Rajoy, nos tuvo que dar igual su conocida opinión sobre el cambio climático basada en las tesis negacionistas de un familiar cercano. Nos tuvo que parecer irrelevante su evidente protagonismo en las tramas de corrupción de su partido, sus supuestos sobres en B para eludir el pago de los mismos impuestos con los que se pagó aquel jet privado para no llegar tarde a un miting con Fabra. Ganó quien mejor representa a esa mayoría social a la que no le importa el boicot oficioso que el gobierno de España practica para impedir la llegada de los mismos refugiados, niños incluidos, que a diario pierden la vida sobre la tierra o el mar helado de este continente sin alma.
El día en que en un plató de televisión se sentó a un periodista y a un fanático propagandista en pie de igualdad; al director de un periódico y al capataz de un panfleto en una misma mesa; el día en que convocamos a debatir a la esforzada verdad con la más burda e insultante de las mentiras ganaron Trump y Rajoy.
Las razones que han llevado a estos dos hombres al poder son graves y de fondo. Ellos son el síntoma de una peligrosa enfermedad que amenaza este planeta y la convivencia pacífica de quienes lo habitamos. Son dos caras, de parecida dureza, de un problema similar que también sufren Francia, Holanda, Austria, Inglaterra, Polonia… Es el reto al que se enfrentan los demócratas de este siglo, uno de esos conflictos históricos en los que lo peor siempre es abstenerse.
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