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Una mirada a África

Niños en África.

Marc Cabanilles

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Mi estancia en Malí, en el campo de refugiados de Faladie, me ha hecho ver cosas que ni imaginaba. He pasado por sitios y situaciones, en donde habíamos llegado a la conclusión que la vida no vale nada, pero aquí en Faladie, esa conclusión se queda corta porque aquí, simplemente, la vida no existe. No se puede llamar vida a lo que sucede cada día en Faladie.

Porque lo mismo, visto en TV, no golpea, no huele, no ensucia, parece eso, un reportaje con decorado incluido.

Y aunque parezca que hacemos mucho por estas personas, aunque consigamos todas las donaciones del mundo, por mucho que parezca que les estamos dando, resulta que al final nos llevamos más de lo que les dejamos.

Porque la desgracia de estas personas, nos ayuda a trabajar con inteligencia y determinación para sortear numerosos obstáculos.

El sufrimiento de estas personas nos enseña que la defensa de la dignidad y la vida no puede depender de si conoces o no a las personas, de si tienen o no una religión, de cual sea el color de la piel.

Tanta adversidad te enseña a tirar de mano izquierda y hasta buen humor, para saber dejar de lado lo banal, lo intrascendente, lo que no vale la pena.

Faladie me ha enseñado a tener paciencia infinita con todo excepto con la estupidez, la falsedad y la maldad.

Gracias a Faladie, he coincidido con gente combativa, incansable y generosa, obligada a improvisar en demasiadas ocasiones por fuerza de las circunstancias, y que me han servido para darme cuenta mis limitaciones y severas contradicciones.

Lo que les pasa a estas personas no es producto de la fatalidad, el azar o la mala suerte.

Fatalidad, azar y mala suerte, sólo son palabras “refugio” que sirven para mantener la conciencia tranquila mientras miramos hacia otro lado o simplemente levantamos los hombros, como diciendo, eso está muy lejos o a mí no me afecta.

Lo que ocurre en Faladie (y en tantos otros lugares), es fruto de unas políticas coloniales, que quieren seguir esquilmando países (petróleo, gas, oro, diamantes, coltán, uranio...), aunque con métodos diferentes a los del siglo XIX, disfrazados de cooperación, asistencia, organización, planificación, protección...

Disfraces que no ocultan unas políticas consistentes en desestabilizar países, en crear conflictos donde no los hay, en corromper a los gobernantes locales, en crear grupos terroristas que en un determinado momento sirven a sus intereses, aunque posteriormente se les vaya de las manos, y en el caso concreto de África, aprovechar las estructuras tribales para enfrentar a unas etnias contra otras (hutus/tutsis en Ruanda, dogones/peuls en Malí).

Da lo mismo si son africanos o palestinos, si son blancos o negros, si son tuaregs o mapuches, si son musulmanes, cristianos o ateos... Lo importante es que el capitalismo funcione, que los negocios no paren, que el PIB aumente, que los organismos internacionales sigan debatiendo aunque no resuelvan nada, ...

Total, sólo son “una mucha gente pobre” que debe ser sacrificada en el altar de la economía en beneficio del bienestar de “una poca gente rica”.

Así pues, no estamos aquí para andar con tonterías, ni tampoco para darnos importancia. Tampoco venimos en plan “blanco salva a África”, cosa que tendrán que pensar y hacer los propios african@s.

Hoy en día, en este injusto y podrido mundo, lo que no se cuenta, no existe. Y por eso, entre tantas otras cosas que hacer, aquí estamos nosotr@s para contarlo, aun siendo conscientes que vivimos en un tiempo en que la sociedad lo sabe todo, pero no hace nada.

*Marc Cabanilles, activista social Help Solidarity Projects

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