Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
Investigación - Los préstamos que evitaron la imputación de Juan Carlos I
El mapa de las 65.000 viviendas turísticas ilegales que hay en España
Opinión - 'Sánchez, ante el capítulo decisivo', por Neus Tomàs

CV Opinión cintillo

Caen las bombas

0

Entre abril y agosto de 1944, en el momento culminante de la “acción húngara” en Auschwitz-Birkenau, en la que fueron asesinados en las cámaras alrededor de 350.000 judíos húngaros, se tomaron desde el aire unas fotos que pasaron desapercibidas durante más de treinta años. Los aviones aliados buscaban fábricas de caucho sintético o buna, y su misión estaba enfocada en identificarlas para destruirlas. Pero fotografiaron, junto a las instalaciones industriales del campo de Auschwitz III, las vías y los trenes recién llegados, la rampa, los prisioneros caminando en dirección a las cámaras de gas, la casa del comandante, incluso las hendiduras en el tejado de las cámaras de gas por donde se introducía el Zyklon B y las chimeneas humeantes de los hornos. Nadie se percató de ello. Al parecer el desencadenante de una lectura más detenida de esas fotos arrumbadas en archivos fue el éxito de la serie de televisión norteamericana Holocausto a finales de los años setenta. Lo cuenta con rigor y erudición Anacleto Ferrer en Facticidad y ficción.

Ampliación de una fotografía aérea del 25 de agosto de 1944 del campo de Auschwitz, con cartelas añadidas después. Fuente: Memorial del Holocausto (Yad Vashem).

Que esas fotos de inteligencia militar estratégica no supieran ser leídas a escala humana, a pesar de contener indicios muy consistentes de la Solución Final, es muestra de lo que Gunther Anders llamó el “desnivel prometeico”: esa desproporción entre nuestro saber y nuestro sentir, entre nuestro conocimiento y nuestra conciencia, entre nuestro poder y nuestra responsabilidad. El segundo de los términos se queda como rezagado con respecto al primero: hay una asincronía entre el ser sintiente y el ser cognoscente, entre nuestro cuerpo y los aparatos con que multiplicamos su potencia de visión y de fuego, de disparo.

La imposibilidad de ver desde el aire los cuerpos camino de las cámaras y de los hornos es del mismo género que la imposibilidad de sentir la agonía de decenas de miles de personas abrasadas en un instante en Hiroshima y Nagasaki tan solo un año después, ambas acciones controladas por un pulsador, un botón que desencadena la acción y que actúa desde un higiénico control remoto.

Así que ver matar a distancia y no sentirlo, ni siquiera percatarse de ello, se hace cómplice de matar a distancia y tampoco sentirlo. Ambas cosas pueden ir juntas desde hace unos años: la Guerra del Golfo en 1990 vio nacer la tecnología de los misiles que llevaban instaladas en sus cabezas cámaras que retransmitían en tiempo real su vuelo hasta impactar con el objetivo. Las guerras posteriores han refinado esa tecnología y hasta los drones bomba muestran la trayectoria y el impacto, con la carga explosiva a pocos centímetros de la cámara, como sucede ahora mismo en Ucrania y en Gaza. La cámara explota ahora junto con las (sus) víctimas: es como un ojo protésico desechable enviado por el victimario. Su destrucción parece borrar las huellas y la culpa, pero las imágenes permanecen en algún sitio, o más bien circulan.

Que caigan bombas desde el aire no se sabe bien de parte de quién y maten siempre ha permitido evadir responsabilidades, escurrir el bulto: que si era fuego amigo lanzado por error, que si eran operaciones de bandera falsa para endosar la masacre al enemigo, etc. Cuando la Legión Cóndor arrasó Guernica, Franco, desde el ABC de Luca de Tena editado en Sevilla, dijo que habían sido los separatistas vascos y los rojos los que habían incendiado la ciudad en su huida, y que nada de bombas desde el aire. Y eso que el mismo día, el 27 de abril de 1937, George Steer publicó en The Times que fueron los Junkers alemanes. Para sostener la infamia se mostraron fotos, de Guernica o de otros lugares, tanto daba, con muros en pie calcinados, como si eso fuera la prueba irrefutable del pie de foto, que hablaba de incendios en vez de bombardeos.

En marzo de 2022 los rusos bombardearon una maternidad en Mariúpol, en Ucrania. Hay fotos de una embarazada herida, desangrándose junto a su bebé en una camilla. Hay fotos de otra embarazada a término en pijama, magullada y sucia, que huye escaleras abajo y luego se dirige a los reporteros que hay en el exterior.

Los rusos primero dijeron que el edificio no era una maternidad, sino un almacén de armas químicas (como esas armas de destrucción masiva que tendría Irak en 2003, nunca halladas luego sobre el terreno durante la guerra), luego que era una base de los extremistas filonazis del batallón Azov. Más tarde se percataron de que esa embarazada que bajaba las escaleras era una famosa influencer, Marianna Vyshemirsky (Podgurska de soltera), y entonces dijeron que, de la misma manera que antes de la guerra se maquillaba para lucir guapa en las fotos y anunciar productos de belleza, así los ucranianos la habían maquillado para escenificar un bombardeo fingido. Las fotos vendrían de nuevo a demostrar esa transfiguración propagandística.

Izda. Marianna Vyshemirsky en una foto de su cuenta de Instagram en enero de 2022. Dcha. Marianna Vyshemirsky saliendo de la maternidad bombardeada en Mariúpol en marzo de 2022 (AP Photo, Mstyslav Chernov).

Las bombas caen también sobre Gaza, sobre viviendas e infraestructuras civiles, como hospitales. El 17 de octubre de 2023 se produjo una explosión en el Hospital Al-Ahli, causando cientos de muertos. Los gazatíes culparon a los israelíes y estos dijeron que el misil era de fabricación palestina y había caído por error de cálculo en su propio territorio. Las versiones y las pruebas aducidas son contradictorias pero, a la vista de lo sucedido en los meses y ya años siguientes, casi resulta irrelevante: la destrucción de Gaza desde el aire prosigue a pasos agigantados, una desolación que ya recuerda a Dresde, Hamburgo, Alepo o Mosul. Solo que en una ratonera que la vuelve potencialmente total, a la medida de una flamante operación de demolición controlada y de inversión inmobiliaria. Con los habitantes dentro, es decir, la demolición antes del desahucio.

Hablando de Guernica, desde 1985 colgaba una reproducción del cuadro de Picasso en el amplio pasillo que conduce a la sede del Consejo de Seguridad de la ONU, en Nueva York, un tapiz encargado por Nelson Rockefeller en 1955 y expuesto allí en préstamo. Era el marco ante el que muchos comparecientes en el consejo daban sus ruedas de prensa. Una nota grotesca: poco antes de que Colin Powell tuviera que defender y explicar unas fotos áreas (auténticas) con cartelas mentirosas (que identificaban falsamente instalaciones nucleares, químicas y biológicas en Irak, incluso laboratorios móviles instalados en trailers) ante la Asamblea General, en febrero de 2003, la delegación norteamericana solicitó que fuera cubierta con una tela.

Izda.: El Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, se dirige a los me¬dios en el pasillo que da acceso al Consejo de Seguridad, ante la reproducción del Guernica en febrero de 2017. Dcha.: Tomas desde satélites espía, convenientemente rotuladas, que fueron mostradas y comentadas por Colin Powell durante su intervención en la sesión de la ONU del 5 de febrero de 2003. Fuente: https://georgewbush-whitehouse.archives.gov/news/releases/2003/02/20030205-1.html (diapositivas 12 a 16).

Sin duda la representación de una masacre desde el aire no era el marco más apropiado para que esas Naciones Unidas se apuntaran precisamente a un bombardeo, una asamblea de naciones que había surgido precisamente tras el horror de la Segunda Guerra Mundial. El tapiz fue retirado en 2021: la familia Rockefeller recordó que era un préstamo, no una donación. Pero fue reinstalado en su misma ubicación en 2022: alguien les hizo entender que no era solo un activo artístico, sino un símbolo, y retirarlo era sancionar simbólicamente la retirada de la ONU del concierto mundial.

No podemos asegurar a día de hoy que los efectos benéficos del cuadro se han producido, ni pronosticar que se producirán andando el tiempo. Gunther Anders habló también de la “vergüenza prometeica”: un sentimiento de frustración, inferioridad y hasta humillación del ser humano al compararse con la perfección y eficiencia de las máquinas que le rodean, y por su incapacidad de asumir las responsabilidades morales derivadas de esas creaciones. Un ser humano que se ha quedado obsoleto (La obsolescencia del hombre se llama el libro, de 1956) ante ese despliegue de sofisticada ingeniería, que ahora no es solo de las máquinas de la guerra convencional, sino también de la guerra híbrida, esa que suma la desinformación asistida cibernéticamente.

Etiquetas
stats