Caperucita y Django en Mar-a-Lago
Las noticias falsas funcionan en lo sustancial igual que lo hacían hace décadas o incluso siglos. Es cierto que hay cosas nuevas. Por ejemplo, nunca antes los bulos que leemos habían estado tan cortados a nuestra medida, ni habíamos tenido la oportunidad de socializarlos tan rápido y tan lejos. Sí, pero ¿cuál es el mecanismo profundo de la desinformación, el universal antropológico que la sostiene?
Una fake news transforma abusivamente la deformidad, la contrahechura, la mala fe de un prejuicio en algo fáctico. Fabrica para él un relato y un contexto, lo dota de un protagonista, un espacio y un tiempo propicios y entonces lo solidifica. Ese prejuicio no es azaroso, surge de un marco de percepción e interpretación de la realidad que genera expectativas y que aboga, a menudo victimista y hasta masoquistamente, por verlas confirmadas.
De hecho, aquí se condensa la definición más ajustada que conozco de fake news: el prejuicio hecho noticia. Una vez impreso en letras de molde, negro sobre blanco, y maquetado como una noticia, con una cabecera, un titular, un periodista, una foto (y además un buen puñado de likes y reposteados de gente de nuestra absoluta confianza), el prejuicio disimula su consistencia precaria, su premisa mayor capciosa. Es entonces cuando, renacido ya como noticia, se permite fundamentar los juicios invirtiendo la carga de la prueba: ya no necesita ser probado, sino que es el desmentido el que tiene que hacer esfuerzos ímprobos por imponerse en un espacio digital lleno de ruido y furia.
Un ejemplo. Los Estados, las corporaciones o una élite internacional en la sombra, o todos en connivencia, desataron la plandemia del COVID, porque su intención era aterrorizarnos (la contabilidad de fallecidos), aislarnos (las mascarillas, la distancia social), encerrarnos (el confinamiento), vigilarnos (los pasaportes sanitarios y luego los microchips) y, además, diezmarnos (las vacunas causan esterilidad). En este marco de pensamiento conspiranoico surge el rumor de que las vacunas contra el COVID-19, además, causan muertes, pero el campo abonado hace que eso ya no necesite ser probado. Además, la noticia de que tal persona murió tras haberse vacunado -pero post hoc no es necesariamente propter hoc, que es la falacia argumental de este tipo de noticias- alimenta mi juicio contrario a la vacunación. El rumor prejuicioso es blanqueado por la (pseudo)información, como tras un baño lustral, y de ahí sale reforzado, in-formado, es decir, poseedor de una forma.
Pongamos otros ejemplos concretos creando pequeños relatos, fábulas morales. No son, sin embargo, ficticias. Parten de prejuicios reales que han derivado en narrativas falsas de largo recorrido. Discúlpenme la caricatura, pero el protagonista en primera persona será siempre el tipo rancio, mezquino, cínico y al tiempo paleto, el de las anteojeras. Es como el Mr. Scrooge de Cuento de Navidad pero sin redención final, así que estas fábulas ya adelanto que van a acabar mal.
La primera recuerda un poco a El lobo y el cordero de Esopo, en el sentido de que consiste no solo en la búsqueda de la víctima propiciatoria, sino en su culpabilización trumposa (tramposa, ha sido un lapsus). También a El gigante egoísta de Oscar Wilde, por eso de levantar muros y expulsar a los que se cuelan.
La historia es la siguiente: repudio las laxas políticas migratorias de mi país y creo, aun sin evidencias empíricas, que los inmigrantes arrebatan puestos de trabajo, esquilman las subvenciones públicas en perjuicio de los nacionales del país y son la causa del aumento del crimen. Incluso creo que los países emisores de migrantes envían al mío ladrones y violadores, externalizando sus problemas de seguridad interna. Surge el rumor, no ratificado ni por autoridades ni por periodistas locales, de que una comunidad de inmigrantes de una ciudad que suena a los Simpson roba mascotas de sus vecinos (perros, gatos, patos, ocas) para comérselas. El rumor se difunde en redes sociales (Whatsapp, Facebook, X) y se gradúa en cierto momento como noticia por webs nativas digitales que la convierten en gran titular de prensa, ilustrándola con una foto que parece la prueba evidente: un hombre de color andando por la calle con un ganso muerto cogido por las patas. De ahí salta luego a las cuentas en redes sociales de figuras políticas y de influencers, a los debates televisados de candidatos presidenciales y recibe cobertura de medios de prensa de todo el mundo. A pesar de que es desmentido por verificadores de noticias y medios locales y nacionales yo, que no he participado del rumor original pero comparto el prejuicio, fundamento mi juicio sobre la inmigración en esa pseudonoticia. Consecuentemente, apoyo la expulsión inmediata y expeditiva de inmigrantes sin las mínimas garantías procesales (y ello, como sabemos, no a su país de origen, sino a terceros países donde algunos son encarcelados preventivamente). Sustituyan comerse gatos y perros por cobrar el ingreso mínimo vital con solo empadronarse y pedir arraigo (¿la cigarra y la hormiga?) y ya tenemos una adaptación local de bulos foráneos.
Otro ejemplo, también en forma de fábula. En este caso recuerda a Caperucita Roja, que es el arquetipo de relatos noticiosos como el caso Epstein (verdadero) o el Pizzagate (falso). Dice así: he tolerado sin entusiasmo, como una moda, un aire del tiempo o una fatalidad, las políticas de protección de la diversidad sexual y de identidad de género, equidad e inclusión. Pero un rumor circula en redes sociales (y como muchos rumores ni se confirma nunca ni logra nunca ser desmentido con la suficiente contundencia como para evitar que reaparezca cíclicamente). Afirma que el colectivo LGBTQ+ aboga por la inclusión entre las sexualidades no normativas de los pedófilos. Es decir, otra vez lobos, pero de otra manera. Y así, las siglas, la bandera y los manifiestos ya están reflejándola: LGBTQ...P+.
Hay posts incendiarios en X, Instagram y Facebook donde se muestra la indignación ante esta iniciativa, motivados por declaraciones de representantes públicos que apoyarían esta abominación. El caso salta a medios de cobertura nacional como noticia formal, incluso hay instituciones internacionales que parecen avalarlo (pero es una suplantación), de manera que aparece legitimada por múltiples fuentes. A pesar de ser una pseudonoticia implausible y bizarra, desmentida en numerosos foros, yo, que tengo a la pedofilia por un crimen horrendo, abjuro de mi tolerancia hacia la diversidad de géneros y me sumo con juicios fundados a las voces que la rechazan y vuelven al orden natural de los dos sexos. Dicho sea de paso: el bulo de la falsa bandera con la “P” nació en EE.UU., pero aquí les faltó tiempo a algunos para sacar partido sin más averiguaciones.
Las fake news en realidad tienen una raíz muy antigua. Pero luego se declinan o se conjugan de manera inédita. Por eso les añadimos prefijos (desinformación, posverdad) o hacemos compuestos (emocracia, algocracia, infoxicación) que las modulan y explican por qué están más adaptadas al medio y son más resilientes a todos los esfuerzos cívicos y pedagógicos para desenmascararlas. Pensábamos que la red sería como una enciclopedia o una hemeroteca mundial gratuita y ha acabado siendo un laberinto de espejos con anuncios. Espejo halagador de uno mismo, como el de la reina de Blancanieves, a menudo espejo deformante de los otros, como en el retrato de Dorian Gray, pero apenas capaz de remover prejuicios o al menos hacer más sólidos los juicios.
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