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La farsa de “A Punt”

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Lo dejó escrito Marx hace casi 200 años: las cosas pasan la primera vez como tragedia y, la segunda, cuando se repiten, lo hacen como farsa. Así se escribe la historia. La realidad política valenciana parece el campo de demostración de la advertencia de Marx, y nuestros medios de comunicación públicos, la penitencia a pagar para dar fe de lo acertado de la vieja frase.

Canal 9 fue una miserable tragedia, casi todo se hizo mal y tuvo un pobre desenlace a la altura de sus casi 25 años de historia. A Punt va camino de convertirse en una triste farsa.

Una farsa que arranca con la coincidencia entre el anuncio, por parte del PP y Vox, de una nueva ley para los medios audiovisuales públicos valencianos y el inicio del juicio por ladrón contra Eduardo Zaplana, aquel con quien empezó todo. Con Zaplana, además de la carrera política del hoy presidente de la Generalitat, Carlos Mazón, empezó la conversión de Canal 9 en una oficina de propaganda, una cueva de atracadores y hasta de abusadores sexuales.

Sigue la farsa cuando aparecen en escena para anunciar la nueva ley los que ya una vez cerraron la televisión y la radio públicas, el PP, y los que siempre han dicho que las pensaban cerrar a la que pudieran, Vox. Como si dos empresas funerarias nos contaran sus planes de gestión de un hospital, lo mismo.

La proposición que han presentado, tan vacía como mal redactada, no va más allá de decir que A Punt no se supo ajustar al “nuevo marco de la sociedad de la información y el entretenimiento multimedia” y que por eso hay que reformarla. Prometen mecanismos de funcionamiento “más ágiles y transformadores” y abrir “nuevas formas de llegar a la ciudadanía”. Traducido, humo.

A lo largo de todo el texto no hay ni una sola reflexión de fondo sobre el proyecto, sobre su sentido social, ni una sola idea novedosa. La derecha valenciana tiene un currículum acreditado sobre uso y abuso de los medios públicos, así que deberían haber aprovechado la nueva propuesta para dar alguna pista sobre su propósito de enmienda. Nada más lejos de la realidad.

Cierran y limitan los procesos de nombramientos para asegurarse que podrán elegir a dedo, con lo cual lo único que se evidencia es su voluntad de control y abuso de los medios en beneficio propio. Inutilizan todo aquello que pueda significar fiscalización externa de su actuación, y ya se sabe que cuando alguien desactiva las alarmas de un museo es porque quiere robar los cuadros. Anuncian, como gran novedad, una Plataforma Audiovisual con las TDTs de la comunidad que lo único que asegura es que externalizaran con sus emisoras amigas que son tan poco profesionales y precarias como ultras y sectarias. Hacen desaparecer toda referencia a la promoción de la lengua propia, el valenciano, lo sitúan a mismo nivel que el castellano y defienden contenidos acordes con “la diversidad lingüística que le es propia a la Comunidad Valenciana”, es decir, reducción del valenciano, aumento del castellano. Paran las oposiciones convocadas, que pretendían un proceso transparente para la incorporación del personal, y prometen una nueva relación de puestos de trabajo que sabe a aviso de reducción de plantilla y colocación a la carta. En definitiva, plantean unos objetivos, tan genéricos como biensonantes,  pero las propuestas van todas en dirección contraria. Lo dicho, una farsa.

El rigor presupuestario también aparece como preocupación de los nuevos gobernantes aunque sea propio de farsantes proclamar que un presupuesto de 73 millones euros es un despilfarro en 2024 cuando el PP, en 2008, llegó a los 270.

Unos medios públicos multimedia potentes no se pueden hacer con presupuestos insuficientes. Eso solamente sirve para inutilizar el proyecto, hundirlo, y, eso sí, regar con dinero público a amigos, conocidos y empresas de las que uno ha salido y  a las que un día puede volver.

Lo triste de la farsa de A Punt es que, igual que pasó con Canal 9, el PP, nuestra derecha corrupta, sólo ha de rematar lo que la izquierda, o como se le quiera llamar, nunca supo gestionar, porque tampoco tuvo proyecto, porque nunca se lo creyó.

El Botànic puso en pie A Punt en 2018 pero nunca fue lo que debió ser, un medio comprometido, valiente, incómodo y arriesgado. Fue, más bien, una nueva oportunidad perdida. Se sucumbió a que fuera baratito y domesticado, a que no llamara mucho la atención, a que no hiciera ruido. Eso, sí, con mucha fiesta, ese humor tan nuestro, mucha emoción, mucha tradición rancia y muy poco dinamismo.

Ahora, como sucedió, en el primer desembarco allá por 1995,  a la derecha, cada día más echada al monte, sólo le falta rematar. De eso va la nueva ley. Veremos otra vez las reconversiones de muchos periodistas que volverán a escribir al dictado derechista, cambios de camisa y revisión de principios, los programas nos llenarán de caspa la pantalla, nos asaltarán las mentiras, amenazas y abusos, las cuentas no acabarán de estar nunca claras… y como vuelva a venir el Papa, atención con las carteras.

Esta vez, cuando las pantallas vuelvan a negro, ya no habrá ni un Paco “Telefunken” al que recordar. Es lo que pasa con las farsas, no tienen ni un segundo de épica.

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