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El PP y la maldición de los días cualquiera

José Manuel Rambla

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Los días cualquiera tienen la extraña peculiaridad de que, cuando menos te lo imaginas, lo ponen todo patas arriba y se convierten en un día fuera de lo normal. Para lo bueno y para lo malo. Un día, por ejemplo, tropiezas con alguien en una esquina y sientes la certeza de que acabas de encontrar al amor de tu vida. Otro, por el contrario, te despiertas igual de adormecido que cada mañana pero descubres para tu sorpresa que te has convertido en un coleóptero, como le ocurrió al personaje de Kafka. Algo de esto le pasó al portavoz del PP en Les Corts, Alfredo Castelló, que sin previo aviso, sufrió una súbita metamorfosis que lo convirtió en un indignado. Eso sí, un perroflauta sin rastas ni descuidada vestimenta, sino como Dios manda, con traje de chaqueta y la raya bien peinada a la derecha.

Ocurrió la pasada semana y el relato que él mismo hizo en el Facebook de la experiencia es estremecedor: “El martes empezó como un día cualquiera... hasta que comenzaron las noticias sobre las detenciones de decenas de personas del PP por el Caso Imelsa”. Y prosigue con la pesadilla: “Tendrían que habernos visto por un agujerito a un grupo de diputados comiendo en Les Corts. Caras largas, sin hablar más que lo justo para comunicarnos nuestra decepción, nuestro estado de ánimo por los suelos y de nuevo hundidos después de que, otra vez, se haya descubierto una trama delictiva de gente del PP. De verdad, hasta los cojones”. Luego, en un artículo, más extenso publicado en un medio saguntino, el indignado diputado añade cómo la noticia le fue dada por “la jefa” y cómo después el grupo parlamentario se reunió con “las jefas”, ignorando por mi parte si estos apelativos son una costumbre cariñosa o si por el contrario intentan dejar claro, por si las moscas, el principio de la obediencia debida.

El resto del relato ya es conocido y coincide con la postura oficial defendida por la secretaria general del PP valenciano, Isabel Bonig: casos aislados, desmoralización de los honestos militantes del PP, víctimas principales de esta historia, y, por supuesto, felicitarnos todos por la eficacia justicia y dejar a los tribunales que actúen. La diferencia, lo que te provoca un estremecimiento emocional difícil de controlar, es su espontáneo “hasta los cojones”, expresión propia del discurso testicular de la derecha española, que en este caso se transforma en el grito liberador de un hombre sinceramente indignado. Tras leerlo, el primer impulso que uno siente es el de abrazar a Castelló, ofrecerle el hombro para el llanto y arroparle en la cama hasta que pasen los efectos de tan funesta jornada.

El problema, claro, no es de Alfredo Castelló, ni de PP. El problema es esa extraña peculiaridad que, como ya dije, tienen los días cualquiera. Porque tras un día extraordinario siempre vuelve a aparecer un día cualquiera en el que las cosas regresan a la cotidianidad apacible, cuando las indignaciones se relajan y todo vuelve a la normalidad. Por ejemplo, estoy convencido de que Alfredo Castello cuando escuchó en la década de los noventa aquella grabación en la que el secretario provincial del PP Vicente Sanz afirmaba que estaba en política para forrarse, también pensó para sus adentros: “hasta los cojones”. Pero ese día pasó y a Sanz lo hicieron responsable de RTVV donde pudo acosar sexualmente a las trabajadoras, de modo que en aquella ocasión, Castelló en lugar de indignarse le dio por empezar su carrera política en el partido. Y lo mismo le ocurriría, supongo, el día que oyó los deseos de Eduardo Zaplana de hacer rico. Seguro que su enfado fue mayúsculo. Pero por suerte volvieron los días cualquiera y todo volvió a la calma: el sol salía como todos los días y a Zaplana lo iban haciendo presidente del PP, presidente de la Generalitat, ministro…

Desde entonces, la cotidianidad de Alfredo Castelló se ha ido rompiendo casi por rutina ya que resulta difícil encontrar un día como otro cualquiera, ante tanta detención de dirigentes, conselleres, concejales, tesoreros, indicios de financiación ilegal, cuentas B, discos duros destruidos. No quiero ni imaginarme el mal cuerpo que se le puso la mañana en que los periódicos vincularon a algunos corruptos de la trama Gürtel en la organización de su propia campaña electoral en 2007. Seguro que ese día Castelló tampoco pudo reprimirse entre sus íntimos un rotundo y castrense ¡hasta los cojones! Su indignación debió de ser tal que hasta barajó la posibilidad de exigir una transparencia total en la contabilidad del PP, una depuración absoluta de todos los cargos bajo la más mínima sospecha e incluso una refundación del partido que conjurara definitivamente cualquier sombra de corrupción, como Alianza Popular hizo en los 80 para apartar -con cuestionada eficacia, eso sí- las sombras del franquismo. Estoy convencido de que Castelló iba a hacer todo eso para defender la honestidad de los miles afiliados. Pero por desgracia, cuando se disponía a hacerlo, resulto ser un día como otro cualquiera.

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