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La Universidad, ¿simoníaca?

Ricard Pérez Casado

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Las noticias de títulos universitarios que podríamos calificar de comprados recuerdan la  herejía simoníaca que tanta polvareda teológica en el relato eclesiástico y consecuencias trágicas tuviera para la población y la  política en la Historia.

La algarabía mediática y política procura desviar la atención de los ciudadanos cuestionando el sistema universitario en su conjunto. De manera singular, aunque todavía sin decirlo a las claras, el sistema público universitario cuando la mayoría de los casos aventados corresponden a instituciones universitarias privadas algunas de ellas de carácter confesional.

Los oídos  hispánicos están acostumbrados, desgraciadamente, a estas y otras majaderías, a veces con caracteres crueles. “Intelectuales y otras cuadrillas”, según expresión del cuñadísimo Serrano Suñer. “¡Que se cierren las Universidades y se abran las tabernas!” proclamaba el general Queipo de Llano. Ecos cercanos del “!vivan las caenas¡” del Deseado Borbón Fernando VII.

Un hilo conductor que no ha cejado de cuestionar el sistema público de educación. Creación de Universidades paralelas, desprecio por la labor docente e investigadora, enfrentamiento constante con y contra el papel fundamental de la educación. Las Universidades de Alicante o Valencia, por citar dos ejemplos próximos, y los gobiernos autonómicos y locales del PP a lo largo de años, demasiados.

Se cuestiona un derecho constitucional, ahora que todos defienden un texto que para quienes no lo votaron se ha convertido en tabla mosaica. Un texto que proclama, de manera incompleta, el derecho a la educación pública, universal y gratuita,  que no incluyó laica, como se deriva de la Declaración Universal de los Derechos Humanos o del vigente Tratado de la Unión Europea.

Privilegios para creyentes de determinada religión en un Estado que dice aconfesional. Puede que ellos, los de creencia privilegiada, en este ámbito entiendan mejor lo de la simonía. Como pueden, son maestros consumados como demuestra la herejía simoníaca,  embarullar a la mayoría incauta y vulnerable.

Otra cuestión, diferente e inquietante, es el recurso por parte de representantes públicos por acumular títulos académicos que permitan ocultar carencias evidentes, completar exiguos curricula que ayuden a conservar el puesto en el escalafón partidario o les permita ascender un peldaño sin más mérito que la persistencia y la obsecuencia ante los jerifaltes.. Un abuso torticero e inútil de instituciones respetables.

El resultado, desacreditar el conocimiento, la investigación, la docencia, y al alumnado, cuya inmensa mayoría se acoge tan solo a la aplicación, el estudio, la difusión y aplicación de lo aprendido a la sociedad, como devolución al esfuerzo que ésta hace para mantenerlas, incluidas las familias. Las nuevas formas de desprecio a la inteligencia, base de la prosperidad de las sociedades democráticas modernas.

El desprecio por el conocimiento junto con la expansión del embuste como argumento, constituyen la base del descrédito de la política y como conclusión, el rechazo de la democracia  algo en que están muy interesados, como siempre, los reaccionarios, los populistas, esto es, la derecha de siempre.

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