Los beneficios de saber enfadarse (con mesura)

Enfado

Cristian Vázquez

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En estos tiempos, la ira es una emoción con muy mala prensa. Muchos de los mensajes que circulan en la sociedad apuntalan una suerte de “dictadura de la felicidad”, en la que siempre hay que estar de buen humor y enfadarse parece un pecado imperdonable.

Por supuesto, estar de buen humor es mejor que estar ofuscado. Sobre eso no hay ninguna duda. Pero también es cierto que el enfado es una emoción tan humana como cualquier otra, y que irritarse o fastidiarse es normal en ciertas circunstancias, como cuando una persona resulta molestada o perjudicada por alguien más.

Hay que señalar una diferencia fundamental: la ira no implica comportamiento agresivo. La ira se define como “una respuesta afectiva ante amenazas para la supervivencia u otras situaciones estresantes”, según un ‘Manual del estrés’ editado en Estados Unidos en 2016 y que se ha erigido como referencia en este ámbito.

Se trata de una respuesta neurofisiológica: comienza en el cerebro, con un aumento en la producción de adrenalina y cortisol, sustancias que pasan al torrente sanguíneo y provocan desde un aumento del ritmo cardíaco y tensión muscular hasta una expresión facial característica, con el ceño fruncido y las fosas nasales expandidas.

Pero nada de eso determina, desde luego, que exista una conducta agresiva o un maltrato hacia otras personas. Lo deseable es gestionar la ira de forma correcta para evitar “perder los estribos”, pero al mismo tiempo no tratar de reprimirla por completo, pues esto último -según diversos estudios- tiene efectos negativos para la salud.

En eso consiste precisamente saber cabrearse: encontrar el punto medio justo entre el comportamiento agresivo al que puede dar lugar el enfado, por una parte, y la represión total de la ira, por la otra.

De esa manera, los momentos de ira no solo son naturales sino que además pueden proporcionar beneficios. Algunos de los principales se enumeran a continuación.

1. Motivación para lograr resultados

La ciencia ha confirmado el papel positivo que desempeña la ira en el momento de ir en busca de ciertos objetivos. Si el enfado no se queda en mera rabia y frustración, sino que se puede canalizar y convertirse en acciones, puede ser el aliciente necesario para lograr los resultados deseados.

Investigadores de Estados Unidos llegaron a la conclusión de que las fuerzas que motivan los comportamientos se dividen en dos grandes grupos: las que impulsan a acercarse a algo deseado y las que llevan a alejarse de lo desagradable. La ira forma parte del primer grupo.

Esto lo confirmó el hecho de que esta emoción activa la corteza anterior izquierda del cerebro. Otras emociones, como el miedo, activan la zona opuesta (la derecha), por lo que motivan acciones tendentes a evitar castigos, amenazas u otras consecuencias negativas.

La ira, entonces, puede brindar las energías necesarias para superar un momento difícil, para corregir una injusticia o para lograr metas en ámbitos competitivos como el trabajo o el deporte.

Un ejemplo paradigmático es el de Michael Jordan, quien en la miniserie documental The Last Dance detalla cómo, en sus tiempos de jugador de baloncesto en la NBA, encontraba en situaciones que lo enfadaban la motivación para seguir obteniendo victorias.

2. Relaciones más saludables a largo plazo

Aunque pueda sonar un tanto paradójico, expresar el enojo en ocasiones ayuda a construir relaciones más saludables en el largo plazo. Analizado el asunto en profundidad, resulta lógico: si se manifiestan los motivos de los enfados, es mucho más sencillo reconocer y solucionar los problemas que los han ocasionado.

En cambio, si se perdonan y se olvidan con demasiada facilidad, las causas últimas continuarán allí, volverán a dar problemas en el futuro y, con el tiempo, pueden originar enconos y rencores pronunciados.

“A veces, expresar la ira puede ser necesario para resolver un problema, y la incomodidad a corto plazo de una conversación enfadada pero honesta beneficia la salud de la relación en el largo plazo”, señala un trabajo publicado en la revista especializada ‘Society for Personality and Social Psychology’.

3. Optimismo y valor para asumir riesgos

Experimentar el enfado de una forma constructiva se relaciona con el optimismo y con el coraje para asumir ciertos riesgos, según los análisis de científicos también de Estados Unidos. En este sentido, la ira se opone al miedo: cuando esta es la emoción dominante, se tiende al pesimismo y a sobredimensionar los riesgos.

De hecho, otra investigación comprobó que, después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, las personas que experimentaron más ira sintieron también menos miedo y, además, fueron menos pesimistas en relación con la posibilidad de sufrir nuevos ataques.

4. Resolver problemas personales

Analizar la ira ayuda a encontrar sus causas más profundas, que en ocasiones no son circunstancias puntuales y específicas sino problemas en la propia personalidad. Muchas personas que se enojan con mucha frecuencia también sufren de ansiedad, tristeza, soledad, miedo o sensación de vulnerabilidad.

Identificar esas causas puede ser el primer paso para solucionar el problema. Según una investigación, más de la mitad de las personas señalaron que su enfado las condujo a un resultado positivo, mientras que un tercio de los encuestados apuntó que la ira que experimentaron les brindó una comprensión útil de sus propias fallas.

5. Mayor inteligencia emocional

Además de ayudar a solucionar problemas, los enfados son señal de inteligencia emocional. Un estudio de la Universidad de Denver, en Estados Unidos, encontró “asociaciones significativas entre la inteligencia emocional y la preferencia por las emociones útiles”, aun cuando estas últimas son desagradables de experimentar.

La ira es una emoción desagradable pero, en ciertas circunstancias (como un enfrentamiento con alguien), es más útil” que otras que generan placer. El trabajo destacó que las personas que prefieren esa emoción, pese al malestar que genera, eran más inteligentes a nivel emocional.

Y esto se debe a que, al experimentar esa emoción negativa, esas personas se ven obligadas a “tratar de regularla de manera estratégica”. Esto les proporciona una especie de “entrenamiento” en el manejo de la ira y, por lo tanto, la capacidad de gestionarla mejor.

Como conclusión, se puede afirmar que los enfados no son algo que debe reprimirse o evitarse a toda costa. En todo caso, lo que hay que procurar es reservar la ira para los momentos oportunos -cuando realmente merezca la pena- y gestionarla de manera tal que se eviten las conductas inapropiadas y se aprovechen sus beneficios.

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