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La estrategia suicida de José María Aznar

José María Aznar

Javier Pérez Royo

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El origen de la situación en que ahora mismo se encuentra el PP en el País Vasco está en la decisión de José María Aznar de hacer extensiva parcialmente la estrategia diseñada para combatir a ETA y Batasuna al PNV a partir de 1999. El PNV no es responsable directo, pero sí indirecto de que el terrorismo hubiera tenido la cobertura que había tenido durante tanto tiempo. La estrategia antiterrorista tenía que ser una estrategia 'global', en la que se prestara la debida atención al PNV. En el 'Pacto de Lizarra' suscrito por el PNV y el nacionalismo abertzale encontró el PP la justificación para dicho cambio de estrategia.

Dicha estrategia se llevaría hasta el extremo de acabar persiguiendo judicialmente al presidente del Parlamento Vasco, Juan Mari Atutxa, a cuya carrera política se puso fin mediante una sentencia infame, que fue anulada posteriormente por la justicia europea y que ha obligado al propio Tribunal Supremo a declararla nula mediante el correspondiente juicio de revisión.

El cambio de estrategia tuvo un éxito inicial considerable. Los resultados de las elecciones generales de 2000 así lo pondrían de manifiesto. El PP consiguió nada menos que siete escaños en las tres provincias vascas. Los mismos que el PNV y tres más que el PSOE.

En las elecciones vascas convocadas en 2001 el PP acentuó su estrategia anti nacionalista general, consiguiendo arrastrar el PSOE a la misma, con la finalidad de intentar plantar cara al PNV por el Gobierno del País Vasco. La candidatura encabezada por Jaime Mayor Oreja consiguió el apoyo incondicional de los socialistas dirigidos por Nicolás Redondo Terreros y tuvo el mayor apoyo mediático que haya tenido candidatura alguna desde la entrada en vigor de la Constitución. Fue el primer ensayo de lo que después se ha venido calificando de alianza de partidos 'constitucionalistas'. El PP no consiguió el objetivo en unas elecciones que marcaron el récord de participación en las elecciones vascas, pero obtuvo 19 escaños y 326.933 sufragios.

A partir de entonces el PP entró en un proceso descendente perceptible de manera inmediata y que no ha dejado de acentuarse a medida que pasaba el tiempo. En las elecciones generales pasó de los 7 escaños a 4 en 2004 y 3 en 2008 y 2011, manteniendo representación en las tres provincias. En 2015 y 2016 tuvo 2, perdiendo representación en Guipúzcoa. En abril de 2019 no tuvo ninguno y en noviembre ha tenido uno alcanzado en última instancia en Vizcaya por el voto por correo, que es un voto que se reparten entre PP y PSOE de manera casi exclusiva. En las elecciones autonómicas pasó de 19 en 2001, a 15 en 2005, 13 en 2009, 10 en 2012 y 9 en 2016. De 326.933 votos en 2001 a 107.357 en 2016. Y sin que Ciudadanos ni Vox le quitaran prácticamente nada.

La conclusión se impone por sí misma: convertir una estrategia antiterrorista en una estrategia antinacionalista es un disparate descomunal. Una estrategia que considera al nacionalismo no como un adversario con el que hay que competir, sino un enemigo al que hay que aniquilar, no tiene recorrido en democracia. El partido que sigue esa estrategia acaba poniéndose fuera de juego y cayendo en la irrelevancia allí donde su presencia como 'partido de gobierno' debería ser más inexcusable.

Un 'partido de gobierno de España', para poder hacer política en todo el territorio del Estado, tiene que reconocer de buena fe que los nacionalismos forman parte de la 'constitución material' del país y que, en consecuencia, es imprescindible contar con ellos para la dirección política de la sociedad española en su conjunto. La Constitución material de España no puede ser mutilada en ningún caso, si se la quiere dirigir democráticamente. Un partido como Ciudadanos o como Vox han podido permitirse el lujo de decir todas las barbaridades que han dicho respecto de los nacionalismos, porque no representaban nada para el gobierno del país. Pero un partido que ha ocupado el Gobierno de la Nación varias legislaturas no puede hacerlo. Un 'partido de Estado', como al PP le gusta considerarse, tiene que tener presencia en todo el territorio, en todas las provincias y más todavía allí donde existen partidos nacionalistas mayoritarios. Ese es el objetivo que tiene que perseguir.

El PP la mantuvo ininterrumpidamente hasta 2011. Ha dejado de tenerla por completo o casi por completo desde entonces. Con la estrategia que ha diseñado Pablo Casado para las elecciones del 5 de abril no es previsible que se vaya a revertir la tendencia descendente que empezó a manifestarse en 2005 y que no ha hecho sino ir a más. Caer por debajo de la barrera de los 100.000 votos parece bastante probable.

La candidatura de Carlos Iturgaiz es la deriva esperpéntica de la estrategia que puso en marcha José María Aznar en 1999. Carlos Iturgaiz es la caricatura de José María Aznar. Lo que le está ocurriendo ahora al PP es la consecuencia insoslayable de una estrategia errónea, que no solamente no ha sido corregida, sino que se ha ido acentuando a medida que pasaban los años, a pesar de los resultados claramente adversos. Quienes han intentado corregir la dirección desde el interior del PP vasco han sido laminados, como hemos podido comprobar esta semana. La decisión última ha sido de Pablo Casado, pero el origen de la misma está en el siglo pasado.

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