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Monstruos gigantes y edulcorantes

Godzilla, adaptación de 2014

Raúl Minchinela

Nadie le puede discutir a Godzilla su trono. Es el rey de las 'Kaiju Eiga', las películas japonesas de monstruos gigantes. Godzilla arrasa ciudades con rascacielos, pero exclusivamente situadas en Japón, porque tiene una carga simbólica muy concreta, que merece ser repasada con detalle. Godzilla es un monstruo de origen nuclear, y por tanto hijo de las bombas que sometieron y convirtieron en dependiente al invencible imperio japonés, que llevaba un milenio sin perder una guerra. Pero no alude a las bombas de Hiroshima y Nagasaki, sino a un caso mucho más concreto y más sensible que propició una criatura que conquistó los miedos de toda una generación y de las siguientes.

El 1 de marzo de 1954 fue un día muy especial en el barco pesquero Daigo Fukuryu Maru. En palabras de su capitán, “el sol salió por el oeste”. Los marineros subieron a cubierta y vieron el mar y el cielo iluminados con brillantes colores de atardecer. Tras el resplandor, una extraña lluvia de polvo comenzó a cubrir la embarcación y a sus tripulantes. Les entraba en los ojos, en los oídos, por la nariz. Era molesto, pero no tenia pinta de ser peligroso. Durante seis horas recogieron sus redes envueltos en esa ceniza glaseada antes de levar anclas. Para el atardecer, aparecieron los primeros efectos: nauseas y dolor corporal. Cuando llegaron a puerto, tenían el cuerpo cubierto de quemaduras, sangraban por las encías y apenas podían abrir los ojos. En el otro extremo del barco, con la mecánica de la rutina, el pescado que traían bajaba a la lonja y comenzaba su camino hacia los mercados. Años después, el Ministerio de Salud japonés concluyó que, no solo él sino otros 856 barcos habían sido afectados.

El caso cautivó Japón entero, porque la dependencia del pescado en la alimentación es crucial en un país que es, ante todo, una isla. Las investigaciones de la prensa revelaron que el destello cegador correspondía a un ensayo militar de Estados Unidos, que practicaba en zona sometida lo que consideraba peligroso practicar en su propia tierra. Así que los médicos japoneses consultaron a la embajada norteamericana qué había sucedido, para poder tratar adecuadamente a los enfermos afectados. Estados Unidos rehusó dar ningún dato. Incluso negó averiguaciones de las investigaciones japonesas; particularmente, negó que fuera una explosión nuclear. Meses y meses de portadas de rotativos terminaron por revelar el suceso. Los norteamericanos habían explotado en el atolón bikini la primera bomba termonuclear de combustible sólido, que en lugar de los calculados seis megatones había alcanzado unos inimaginables quince megatones, mil veces el poder de las bombas de Hiroshima y Nagasaki. La “ceniza mortal” (shi no hai) era coral submarino que la bomba había convertido en polvo calcinado y radiactivo.

La rebelión de una ciudad fantasma

La indefensión ante el desastre convocado por capricho por el país vencedor es la mecha en la que prende Godzilla, que se estrenó ese mismo 1954. Los espectadores que acudieron a la sala reconocían desde el primer minuto ese barco de pescadores, ese brillo fulgurante en el horizonte, esos marineros que explicaban que “había explotado el océano”, esos grupos de ciudadanos entrando a empujones en los despachos con gritos de “decidnos qué ha pasado” y “permitidnos investigarlo”. Esa amenaza hacía que las redes de los pescadores vinieran vacías, que contaminaba el agua de los pozos y que dejaba huellas donde los científicos encontraban arena radiactiva “del tipo que solo puede generar una bomba atómica”.

Es llamativo que un elemento tan concreto de la cultura japonesa haya penetrado con fuerza en la cultura occidental. También los franceses se sorprenden de que algo tan chovinista y de referencias tan locales como Asterix sea celebrado en España, sin reparar en la genialidad que lo hace universal. Godzilla se extiende porque la imagen de un ser prehistórico derribando rascacielos y arrasando la metrópoli es imborrable, ahora que todos sabemos que en caso de apocalipsis nuclear precisamente lo que quedan intactos son los edificios. Cuando los Kaiju japoneses derriban las construcciones salvan la ciudad apocalíptica de quedar como una población fantasma levantada por una promoción inmobiliaria.

Pero tal vez la verdadera pieza clave de la extensión occidental de Godzilla sean los dibujos animados. En 1979 la Toho, la productora de las veintiocho películas orientales de Godzila hasta la fecha, contrató a Hannah Barbera para que le produjera una serie de animación con el personaje dirigida al público infantil. La NBC la emitió por televisión en Estados Unidos durante tres años, a veces junto a los baloncestistas Globetotters y en otras junto al perro karateka Hong Kong Phooey. Como todo lo que ocupaba los sábados animados de la televisión, inmediatamente fue adoptado por toda una generación que descubriría, mucho después y en pantalla grande, el lado menos luminoso del lagarto.

Godzilla es Estados Unidos

Godzilla

es siempre un hombre con traje y los intentos de reconstruirlo en síntesis digital con textura de ordenador han sido fracasos de empatía porque tras el monstruo hay una persona, un individuo equivalente a esos chamanes que se ponen máscaras de demonio y encarna los peligros para conducir un ritual donde espantarlos. Incluso dentro de la primera cinta de Godzilla los ancianos explican un ritual para aplacarlo. Godzilla es un hombre disfrazado de goma tanto por inercia (igual que nosotros no concebimos un Espinete digital) como por contexto. Godzilla no es la bomba, sino el hombre que la dispara. Godzilla es el invasor extranjero, y por eso su nombre aparece en los carteles escrito en Katakana, que es el alfabeto con el que los japoneses escriben las palabras foráneas. Godzilla es Estados unidos. No es la investigación subatómica, sino la gestión. Es el monstruo de la diplomacia y no de la ciencia.

Ahora vuelve Godzilla a nuestras pantallas en una película producida en Occidente y dirigida a los occidentales, e insiste en el mismo giro que el lagarto lleva sufriendo durante medio siglo cada vez que salta el Pacífico. La original japonesa llegó a Estados Unidos en 1956 remontada, por no decir censurada: se añadió un personaje norteamericano, se eliminaron buena parte de las alusiones a la bomba atómica y a la situación política y quitaron las canciones pacifistas (ese coro de niños cantando “ójala vivamos sin destrucción”) que suenan en la cinta. En la versión norteamericana de 1998, el origen de Godzilla era una bomba atómica en el pacífico, pero francesa. En la versión de 2014, es el accidente de la central nuclear de Fukushima. Se nota la insistencia en maquillar la amenaza que durante medio siglo lleva denunciando el monstruo de las ciudades. Godzilla no admite edulcorantes.

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