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El cómic 'Guy, retrato de un bebedor': desmitificar al pirata a base de cogorzas

Portada de 'Guy, retrato de un bebedor' dibujado por Olivier Schrauwen y escrito por Rupper y Mulot.

Francesc Miró

Desde que el ser humano construyese su primera balsa con maderos de algún árbol cercano al mar, existe la piratería. En la mismísima Odisea, Ulises se las veía con todo tipo de monstruos en alta mar antes de regresar a su ansiada Ítaca, pero también acudía a tierra firme para cometer saqueos dignos de la mejor tripulación. Baste recordar la inteligente huida (con saqueo de ovejas incluido) que urdió contra Polifemo, el más famoso de los cíclopes.

Aunque es probable que la imagen del pirata más asentada en nuestro imaginario no terminase de perfilarse hasta el siglo XIX, cuando Robert Louis Stevenson crease al mítico Long John Silver de La isla del tesoro. De su pluma derivaría una romantización de la piratería que llegaría hasta nuestros días con personajes como el Jack Sparrow de Johnny Depp o el Luffy Sombrero de Paja de la serie One Piece -tal vez el relato más popular de filibusteros contemporáneo-.

En Guy, retrato de un bebedor, el dibujante belga Olivier Schrauwen y los guionistas franceses Florent Ruppert y Jérôme Mulot, proponen un cómic rupturista y original que pretende ofrecer una vuelta de tuerca a la tradición romántica de las historias de piratas. Y construyen juntos un relato desolador con un protagonista genuinamente malvado.

Ron, ron, ron, la botella de ron

Ruppert y Mulot se conocieron en 1999 en la escuela de arte de Dijon. Llevan ya más de quince obras publicadas y cuentan con un Premio Revelación en el Salón Internacional del Cómic de Angulema. En España, además de Guy, retrato de un bebedor, han publicado a seis manos con Bastien Vivès La gran odalisca y Olympia, y en solitario La técnica del perineo, todos ellos editados por Diábolo.

Olivier Schrauwen, por su parte, estudió animación en Ghent y lenguaje de cómic en Bruselas. Su carrera en la viñeta europea no ha pisado el freno desde que publicase Mi pequeño, la obra con la que se dio a conocer en 2006. Desde entonces, no ha dejado de trabajar y sorprender con su estilo propio del mejor pastiche posmoderno. En España podemos encontrar también El hombre que se dejó crecer la barba, Mowgli en el espejo y los tres volúmenes de Arséne Schrauwen, su obra más personal hasta la fecha, basada en las vivencias de su abuelo en los últimos días del Imperio colonial belga.

“Conocí a Ruppert y Mulot en un bar en Helsinki, estábamos borrachos cuando decidimos hacer esta obra”, confiesa el dibujante Olivier Schrauwen a eldiario.es. “Eso fue hace siete años. Y desde entonces trabajamos en Guy esporádicamente. Fue algo caótico hasta el año pasado, que ya nos pusimos en serio. El resultado es una mezcla de mis inquietudes y las suyas y puede que por eso sea especial”.

Y lo es: Guy, retrato de un bebedor es una obra nacida de una melopea, y resulta que la ebriedad se filtra en cada una de sus páginas. No porque estén dibujadas con pulso vacilante, sino por su precisa traducción del estado de embriaguez, convertido aquí en escenas y viñetas que se confunden mediante tiempos que pasan como un suspiro.

“Ese sentir del borracho protagonista tenía que ser convincente. Otros libros míos tienen una historia más clara, más ordenada, pero este tenía que ser caótico como su protagonista”, explica el dibujante belga.“Es una historia que puede ocurrir en una semana, pero su desarrollo es incesante porque su protagonista no diferencia un día de otro, ni una resaca de la anterior. Como una juerga que se te va de las manos”.

De hecho, la particular visión de la realidad en estado de intoxicación etílica se transfiere también en un sentido estético. En el manejo del color, entre la mancha acrílica y ese tinte que recuerda a las restauraciones a color de películas en blanco y negro. También en las formas, que escamotean los rostros y la definición clara de las figuras de la ilustración.

“Usé una paleta que jugaba con la idea de que quedase como una película en Technicolor, como Motín a bordo. Esos rosas, azules y violetas”, nos cuenta. Pero al mismo tiempo “no podía quedar nostálgico o infantil, así que lo que hice fue apagarlos un poco para darles un aspecto como enfermizo”. Schrauwen opta conscientemente por crear escenas cuya disposición parece confusa, caótica, porque su protagonista “es un desastre y su vida es asquerosa. Había que reflejar eso a todos los niveles visuales y narrativos”.

Sin banderas ni jerarquías, pero con crímenes

La obra de Schrauwen, Ruppert y Mulot narra las peripecias de un hombre sin oficio ni beneficio que se hace llamar Guy. Cuando le conocemos, despierta de una cogorza en plena calle y empieza a vagabundear hasta caer la noche. Entonces busca el abrigo de una taberna, pero una trifulca le obliga a huir de las calles en las que dormía y enrolarse en una embarcación. Con todo, que su desgracia no nos lleve a engaño: Guy es alguien mezquino y cruel.

“No queríamos transmitir la típica imagen del pirata que tenemos asimilada en la cultura pop”, explica el artista, que asegura que su trabajo estaba lejos de romantizar al delincuente como moderno gañán. “Ni íbamos a hacer a alguien como Johnny Depp o Keith Richards. Aunque si te soy sincero creo que no era tanto dar una visión realista del pirata como una que fuera fiel a los personajes, que son crueles”.

Cuenta Schrauwen que se documentó durante mucho tiempo para afrontar Guy, retrato de un bebedor. Los piratas, según él, “muchas veces tenían una jerarquía y un código de conducta. Profesaban lealtad hacia su capitán, siempre y cuando les tratase bien. Pero era, en el fondo, el mismo crimen organizado que hoy condenamos”. En este contexto, Guy “se ve metido de lleno en la jerarquía, pero solo piensa en beber e intentar sobrevivir. Es un pirata accidental. No le importa nada”.

En este sentido, se puede leer un discurso subyacente que trasciende la ambientación del siglo XVII para hacerse contemporáneo: la piratería podría ser una muestra de egoísmo propio de épocas de crisis. Y la nuestra podría ser una. “Muchos de los personajes de Guy no serían diferentes hoy en día, porque son atemporales. Puede que hoy abunden los egoístas, pero no sé si es algo de nuestro tiempo. Lo que sí sé es que hay sentimientos que no envejecen”, reflexiona.

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