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La Constitución, la Biblia y el Manifiesto comunista, revisitados

La Biblia alfabetizada de Rory Macbeth

María Salgado

cons ti tu ci ón es el último libro del poeta Marcos Canteli. Consiste en una ordenación alfabética de todas las palabras que componen la Constitución española. El libro fue publicado el pasado diciembre por la editorial Malasangre. En este enlace puede leerse íntegramente, la contraseña es el número del año en el que fue aprobada.

Marcos Canteli es un poeta nacido en 1974. Ha publicado varias traducciones, un ensayo y cinco libros de poesía antes de éste. Aunque en octubre de 2015 el poeta y artista Roberto Equisoain ya había editado su ¿CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA? en Produccionsescopeta, a esta cons ti tu ci ón no hay tampoco quien le niegue el olfato, pues también llega en medio del ciclo de quiebros del “regimen del 78” y en un año de importación de las formas conceptualistas norteamericanas al mundo hispánico. En el libro de Equisoain, cada frase del texto jurídico aparece encerrada entre dos signos de interrogación. En el libro de Canteli, las palabras se ofrecen dentro del orden aparentemente neutral del abecedario y de la disposición aparentemente azarosa que, según el autor, le trajo la tecnología.

El procedimiento de reordenación alfabética de las palabras tomadas de un texto previo ya había sido explorado con anterioridad por, por ejemplo, The Bible (alphabetized), una pieza de Rory Macbeth que alfabetiza la Biblia o The First Thousand Numbers Classified in Alphabetical Order, de Claude Closky, que consiste en clasificar los mil primeros números según el orden alfabético de su inscripción en inglés. El procedimiento supone una rotura muy extrema de la sucesión habitual de las palabras en sintagmas y de los sintagmas en oraciones y de las oraciones en párrafos, y de los párrafos en epígrafes, y de los epígrafes en artículos, y de los artículos en libros. El procedimiento produce un aislamiento y aplazamiento de las cualidades semánticas de las palabras en juego hasta la reducción del discurso por ellas encadenado. Se pierde el hilo y hay por lo tanto que operar de otra manera para leer una semántica que queda visible en tanto esquema o esqueleto lexicográfico.

Así es como este libro permite observar de un sólo golpe la enorme cantidad de “derecho” o “derechos” que la Constitución española trae inscritos en su texto, y por lo mismo permitiría comparar este número, o el de “deberán” y “deberá”, con cualquier otra constitución del mundo que fuera filtrada por el mismo procedimiento. Es un procedimiento útil para el calibrado y para la comparativa a condición de que se practique una lectura muy activa. Sólo una lectura que disfrute de su propia actividad puede encontrar placer en leer un par de “archipiélagos” como sustantivos que suenan algo más líricos en medio de tanta palabra técnica y jurídica. Sólo una lectura participante que se detenga un rato más para contrastar, elaborar y cuestionar las cosas, se da cuenta de que por ejemplo no se tiene en el ojo el texto original de 1978, sino el modificado por el gobierno de Zapatero en el verano de 2011, pues contiene: cinco veces un “déficit” que la primera no contenía, cuatro de ellas acompañada de la palabra “estructural”, tres “estabilidad” que se añaden a la que en principio era una, y no era entonces “presupuestaria”, y dos menciones a una “unión” “europea” que en el 78 evidentemente no era nombrada.

Hay que componer y hay que colocar, pues, para leer este texto. Hay que intuir que las palabras que transportan menor carga semántica –como en el caso de las preposiciones (“a”) o de las conjunciones (“y”)– van a endurecer su condición gráfica hasta forzar al ojo a preferir mirar las bonitas siluetas dibujadas por las letras que a escudriñar las informaciones por ellas organizadas. Habría también que fiarse del “mejor oígase” que dice la nota que acompaña al libro para mejor comprender el método de lectura del mismo.

Las invisibles líneas rojas de la Constitución

Al lado de este libro que se dice “espejo y acción” se puede también colocar una buena pregunta por la eterna cuestión el efecto político. Gracias a la estatua de Ines Doujak sabemos que al Rey no se le puede tocar. Gracias a  La bruja y don Cristobal de Títeres desde abajo sabemos que los montajes policiales no se pueden mencionar. Desde luego que estos escándalos emanan de los contextos sociopolíticos y mediáticos de las obras, pero ¿hay alguna posibilidad textual de que

gracias a cons ti tu ci ón averigüemos que la Constitución española de 1978 es otro de esos límites que no nos dejarán cruzar? Probablemente no y, por otro lado, ¿podría un poema que nombrara directamente a por ejemplo los padres de la Constitución transgredir los límites de lo que se puede decir sin un contexto ampliado de oposición que se decida a leerlo a la contra? Probablemente tampoco. Texto y contexto se citan en un efecto complejo. Ni todo poema directo logra la transgresión de los límites contextuales, ni todo poema indirecto esconde una crítica sutil. Todo es siempre difícil y paradójico para quien se dispone a hacer arte político, o a mezclar arte y política, o tal vez aquí, tan sólo, a revisitar un texto político sagrado para al menos asegurarse de que su carne no es intangible.

Otro ejemplo reciente de revisión de un texto político heredado es La capital, de Celeste Diéguez (Mar del plata: Vox, 2012). También hecho de parte de una poeta nacida en la década de los 70, pero de un libro más de cientocincuenta años anterior, La Capital copia fragmentos muy señalados del Manifiesto Comunista de Engels y Marx, para después irlos ampliando en una glosa. Como quien usa un tornillo sinfín o un sacacorchos, una escritura como en espiral va sacando del “obrero obligado a venderse a trozos”, “los pibes en los hogares del menor los pibes / y su imputabilidad las nenas prostituidas / las nenas abusadas las mujeres los ilegales / las violadas los violadores los pungas / los okupas los desalojos los centros / culturales destruidos los artesanos / corridos los ambulantes incautados los manifestantes baleados / los jóvenes / criminalizados los jóvenes criminales […] los que duermen en trapos los que duermen en diarios / los que duermen en colchones en la puerta del teatro […]”.

Aunque la glosa trae ideas tan nítidas como esta necesidad de ampliar la descripción del sujeto interpelado por el Manifiesto de 1848, hacia los más desprovistos por el capital o hacia los que luchan por el derecho a la ciudad, también va modulada por cuestiones no de discurso sino de letra, sonido y tipo de palabra. La capital a veces también acumula palabras en torno a uno, dos o tres sonidos como “al papel de alto gramaje al paje al peaje del traje” o “que se expulgue la pulga y la propiedad se expropie / privada a todos / prístinas propiedades”, no obstante queda en ellas un poco más de hilo o encadenamiento sintagmático. Este hilado dibuja unos sentidos menos reducidos y de posición más translúcida que los de cons ti tu ci ón, si bien también trocea, dificulta y redispone el acceso a aquel discurso de 1848.

El patrón sonoro y gráfico que rige la aparición de bastantes palabras de La Capital es evidentemente menos limpio y más bastardo que la aparente transparencia de cons ti tu ci ón, pero merece la pena leerlos a la vez para atender a dos grados diferentes de ecualización semántica producidos mediante una tecnología poética que considera no sólo el significado sino la grafía y el sonido de las palabras y qué clase de visión (y escucha y comprensión) más o menos nítida, rara, iluminada, limpia o manchada ofrece cada uno.

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