La gran sorpresa de Almagro es una pequeña obra de teatro sobre los comediantes del Siglo de Oro
Los festivales a veces tienen sorpresas. Y en la primera semana del Festival de Almagro la sorpresa ha saltado por donde menos se esperaba. Mientras Fuenteovejuna, de la Compañía Nacional de Teatro Clásico dejaba atónitos a los miles de espectadores que han ido a verlo, mientras el gran Declan Donnellan seguía con su exitoso Shakespeare, Los dos hidalgos de Verona, o los visitantes de este festival podían asistir a la premiada Casting Lear, en una función matinal se estrenaba Errantes, una pequeña maravilla, burlesca y juguetona, y un homenaje a los cómicos de la legua que elevó el espíritu de los espectadores que llenaron el Corral de Comedias de la localidad manchega.
Sus hacedores tienen menos de treinta años, andan recién salidos de escuelas y de primeras giras y gracias a un proyecto del festival, Plataforma Corral, han podido dar a luz una obra que recoge el amor de toda una profesión al juego teatral propio del teatro del Siglo de Oro. La historia es sencilla. Una compañía a mediados del siglo XVII, bajo el reinado de Enrique IV, tiene que representar una comedia en el propio Corral de Comedias de Almagro. Son cuatro, lo que por entonces se llamaba Gandarilla. Son Costanillo, el gracioso (Luis Retana); Catalina, que hace las segundas damas y las criadas (Julia Rubio); Dinardo, el galán (Arturo Martínez Vázquez); y la autora y poeta, Mariana Toro (Laura Ferrer).
El público asiste a un ensayo, la función es a la tarde, los actores les dicen que se vayan que no deben estar ahí, que además lo de ver ensayos lo prohíbe la Iglesia. En el escenario vemos ropaje tendido, textos tirados y todo a medio hacer, “la comedia es esta tarde / Y es menester que comamos / Y han de secarse las vestimentas / Y hemos de echar la siesta”, dicen al respetable instándoles a abandonar el Corral. Ahí comienza el disparate.
Mariana tiene un sueño, hay que ir a la Corte, a Madrid, actuar en los grandes corrales, en el de la Cruz, en el del Príncipe. Para triunfar deben cambiar. Deben cambiar todo si quieren entrar en la Corte, deben hacer una comedia de capa y espada o una comedia mitológica como las de Calderón y no una comedia burlesca de tan poco fuste. Una situación que sirve a este espectáculo para la chanza y la bizarría, pero también para ir adentrando al público en la vida de las gentes del teatro en aquella época.
Uno va desternillándose con las situaciones, como cuando la compañía cambia un texto socarrón y malsonante y al intentar darle vuelo les sale el famoso parlamento de La vida es sueño, que el público acaba también recitando porque se lo sabe –“¿Qué es la vida? Un frenesí, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”-. Cuando acaba, la autora sentencia: “Esto no vale un real”.
También Mariana intentará pasar por propio un texto de El castigo sin venganza, de Lope de Vega, y montar una escena al modo de El mayor encanto, amor, comedia mitológica que se estrenó en el estanque de El Retiro. Recrea la compañía una tempestad en la mar mientras todo el público colabora para simular la tormenta. Incluso se pide a parte de él que suba a escena, porque para ir a la corte, para ser una de las doce compañías reales, no vale con un elenco de cuatro, hay que ser más de doce.
Los disparates van cruzándose muy hábilmente con la realidad de las condiciones de las gentes del teatro de la época. Así vemos que las actrices para poder formar parte de una compañía debían estar casadas con un miembro de la misma, vemos como debían dormir fuera de las ciudades y pueblos donde actuaban. “Burdel de la vergüenza pública, escuela de la torpeza, sagrario de Venus y consistorio de la deshonestidad, cátedra de pestilencia y fuente de todos los males, eso dicen de nosotros”, dice en un momento Dinardo.
Es especialmente emotivo cuando Mariana se reivindica como mujer autora cuando le dicen que es imposible que una compañía con mujer autora entre en la Corte: “¿No dirigen compañías Luisa de Aranda o Inés de Lara? ¿No fueron autoras Luisa Pinto o María Candado?”, se defiende la poeta, “Ahí tienes a Ana Caro de Mallén, o a María de Zayas”, concluye.
El texto está creado por otros dos enamorados del clásico, Laura Garmo y Nacho León, que inauguraron el año pasado la Plataforma Corral, programa que ha impulsado la directora del Festival, Irene Pardo, por el cual se ofrece a una compañía emergente una producción ex profeso para el Corral de Comedias. Los únicos requisitos es que versen sobre el Siglo de Oro, hablen sobre los comediantes de la legua y que sean interactivas con el público. A partir de ahí el Festival produce y va cuidando el proceso de creación.
Garmo y León, dentro de esta misma plataforma, escribieron y subieron a escena el año pasado El arte de ser comediante. Este año, además, estrenarán un Tirso de Molina en la última semana del Festival, Antona García. Y ellos han sido quienes han dado el testigo a la compañía Scándere, una compañía naciente que van sumando adeptos, pero que crearon dos jóvenes, Laura Ferrer y Arturo Martínez Vázquez, hace siete años.
En 2021 ya dieron pistas de su hacer con una loca función que ganó el Premio de Almagro Off, Caer para levantar, un musical un tanto punk que adaptó Arturo Martínez de dos obras poco conocidas, El esclavo del demonio de Antonio Mira de Amescua (1612) y la refundición que hicieron Agustín Moreto, Matos Fragoso y Cáncer y Velasco cincuenta años después, Comedia famosa caer para levantar.
Los autores han escrito este bello texto lleno de juego, didáctico sin serlo, y se lo han ofrecido a esta joven compañía, Scándere. La obra la dirige Laura Ferrer y se nota la irrenunciable influencia de Álvaro Tato y Yayo Cáceres de Ron Lalá: amor por el verso, la música y el juego. No es de extrañar, Ferrer se ha pasado dos años de gira y temporada en Madrid con Vive Molière. El ritmo es frenético, la música omnipresente y los actores se entregan a un juego teatral continuo donde gozan cada mamarrachada y cada dislate.
Todavía le quedan seis funciones matinales en fin de semana a este Errantes. La acaban de estrenar, todavía no hay gira, pero todo huele a que esta función que fue capaz de levantar la risa y el espíritu de todo el Corral debería recorrer toda España. En estos momentos, donde las compañías tienden a desaparecer en un mundo, el de las artes escénicas, en precario y que tras la crisis del 2008 ha sido incapaz de reinstaurar circuitos y redes para poder girar, Errantes es un pequeño grito de esperanza.
En estos momentos, donde las compañías tienden a desaparecer del mundo, 'Errantes' es un pequeño grito de esperanza
Esta función, que ni es familiar, ni infantil, ni para adolescentes, y lo es todo al mismo tiempo, podría recorrer teatros, hacer campañas escolares y entrar, como se dice en la función, en la Corte. Ahora no es como antes, no hay solo doce compañías reales habilitadas, no hay gran medalla a la gran compañía que las fiestas del Corpus, ni comisarios del Consejo de Castilla que tengan que habilitarte. Pero sí hay programadores, modas o corrientes. No hay hambre, ni se persigue la homosexualidad, ni se niega a la mujer como antes. Pero sí hay precariedad y estamos todavía bien lejos de la paridad.
Pero lo que sí es lo mismo, y ahí es donde gana la función, es en las ganas de aquellos comediantes de la legua y la de esta joven compañía llena de energía y entrega. Cuando se les ve actuar se nota su disfrute, un gozo que se contagia al público y que convierte la función en un acto de comunión un poco mágico, tan solo 50 minutos de divertimento de chanzas y retruécanos que esconden mucha vida, pasada y presente.
Tras la función, este diario habló con ellos y les preguntó si querían instaurarse como compañía, dijeron que ese era su sueño, que ya habían cogido una persona para la distribución, que a ver qué pasaba, que tenían cierto miedo antes del estreno, sobre todo de las partes donde involucran al público, pero que después de estrenar estaban en un limbo, que solo querían hacer otra función, gozar de nuevo. No podían estar más contentos. Cuando salieron a la calle, la gente los detenía y no paraba de felicitarlos.
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