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“Hablar de México como estado fallido hace parecer que el Estado no tiene nada que ver con la violencia y, en realidad, es más bien al contrario”

Borja Ramírez

Entre el haber de galardones del joven periodista valenciano Pablo Ferri, se encuentran el premio nacional de periodismo 2013 en México o el premio Ortega y Gasset 2014 por la serie de reportajes realizados on the road bajo el nombre de “Narcotráfico en el corredor centroamericano”. Pablo ha centrado su actividad periodística principalmente en México, país escrito en rojo para la profesión, aunque él trata de quitarle hierro al asunto. Este jueves presentó, en el Col·legi Major Rector Peset, su libro “La tropa: Por qué mata un soldado”, escrito junto a la periodista mexicana Daniela Rea y con la colaboración de Mónica González Islas.

En el acto, presentado por el catedrático de Historia de la Geografía Humana Joan Romero el periodista dio las claves de un libro en el que se han vertido años de trabajo periodístico de primer nivel, investigando las causas de un clima de violencia sistemática que enraízan profundamente en el país centroamericano. Durante la realización del libro, los periodistas se entrevistaron cara a cara con soldados mexicanos convictos por crímenes contra los derechos humanos, tratando de entender qué llevó a estos jóvenes a realizar actos terribles y enlazando directamente su investigación con la “banalidad del mal” acuñada por la filósofa Hannah Arendt.

Su libro se focaliza en México, un país con una casuística y en el que se dan unas condiciones muy concretas. ¿Podríamos hablar de México como Estado fallido?

Yo no lo diría así, porque pareciera que el Estado no tiene nada que ver con la violencia y, en realidad, es más bien al contrario. El Estado mexicano ha sido el principal generador de la violencia en México desde su concepción, el país nace a principios del siglo XIX y casi desde el principio, la forma que tiene el poder criollo de controlar a la población es a través de la violencia… hay ejemplos a porrillo, es un intento por controlar movimientos políticos subversivos a través de la violencia y el ejército. El mexicano siempre ha sido un Estado muy fuerte, ten en cuenta que desde la revolución a principios del siglo XX y los sucesivos intentos de generales por tomar el poder, hasta el año 2000, que gana otro partido político, siempre gana el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Acuérdate de aquello que dijo Vargas Llosa de que, en realidad, en México funciona la dictadura perfecta. ¿Por qué? Pues porque parece una democracia. Un país que se ha acostumbrado a una forma de gobierno basada en partido único, en donde las elecciones son prácticamente testimoniales y la separación de poderes, tal y como la entendemos en Europa, son una mera formalidad… al Gobierno no se le escapa nada. No podemos hablar de una situación parecida al de algunos países de África meridional o Centroamérica, en México el Estado ha sido siempre muy fuerte.

¿Podríamos entender la presencia del narco como un actor que le pretende disputar al Estado el control de la hegemonía de la violencia?

Sí, pero no por ejercer la violencia como poder, sino porque económicamente les conviene para un fin determinado. Si hay un grupo delictivo que está operando en Tamaulipas, por ejemplo, al que le interesa cruzar droga a través de la frontera por determinados lugares, se pone de acuerdo con la policía, el Gobierno y, si puede, con el ejército estatales para no tener ningún problema. Desde luego, históricamente el Estado ha sido más un facilitador de las actividades delictivas y un organizador que al contrario.

Sin embargo el Estado mexicano se vio obligado en un momento dado a desplegar el ejército para llevar a cabo la labor de seguridad que le correspondería a la policía.

Yo entiendo que, a partir del 2000, cuando empieza la alternancia y otro partido con otros cuadros comienza a copar las instituciones, la forma de funcionar del Estado comienza a resquebrajarse y eso genera disputas entre grupos políticos que degeneran, metiendo ya otros ingredientes como el crimen organizado, en prácticas criminales como el narcotráfico, el robo de combustible –que los mexicanos conocen como “guachicoleo”- o la industria extractiva. Todo eso se convierte en un caos muy difícil de manejar. Es al contrario de lo que se piensa, es el propio Estado el que utiliza estos medios para mantener el poder y, ojo, esto no significa que el gobierno de López Obrador ahora o el de Calderón previamente, fueran conscientes a nivel presidencial de lo que estaba ocurriendo. Pero, en base a lo que he visto estos años, creo que sí existía a nivel operativo cierta permisividad desde diferentes instituciones del estado federal y estatal.

No sé si es usted muy seriéfilo, pero el estudio que hace en su libro, entrevistando a soldados convictos para tratar de entender las causas que los empujaron a hacer lo que hicieron, recuerda a la serie alemana “Unsere mütter, unsere väter” (“Nuestras madres, nuestros padres” y terriblemente traducido al español como “Hijos del Tercer Reich”). En dicha ficción se trata de reconstruir y entender, que no disculpar, el proceso por el cual un grupo de jóvenes alemanes, con los que nadie tendría problemas en simpatizar, acaban siendo absorbidos por el torbellino del conflicto y evolucionan hasta convertirse en auténticos criminales de guerra. Tiene mucho que ver con su libro.

El enfoque de un joven normal y corriente que acaba convirtiéndose en un criminal de guerra es súper interesante porque te mete de lleno en la problemática que hemos vivido nosotros al escribir nosotros. Es decir, ¿por qué nosotros queremos entender a una serie de cabrones que han traicionado el mandato que tenían por Ley? En realidad, podríamos decir que ellos ya hablaron cuando cometieron asesinatos, torturas, desapariciones forzadas… Pero, por otro lado, también nos nace la duda de cuestionarnos qué es lo que no entendemos, por qué ocurre lo que está ocurriendo y, sobre todo, de quién es la culpa. ¿Es de la Institución o del soldado?

Ustedes tratan de entender qué pasa por la mente del soldado. Sin embargo, ¿no está el propio Estado poniendo a esa persona en una situación extremadamente compleja y con unas herramientas y entrenamiento concretos para responder mediante la violencia?

Evidentemente, si tú metes a gente preparada para la guerra a tratar de contener un problema de seguridad pública pues tienes los problemas que tienes. En diciembre de 2006 es cuando comienza el sexenio de Felipe Calderón y el Gobierno, que hasta ese entonces había sido del PRI, comienza a desplegar masivamente al ejército para ocupar posiciones que hasta entonces había ocupado la Policía Federal. Es en ese momento cuando comienza a dispararse la violencia en diferentes sitios. Es cierto que, al principio, se contiene un poco la actividad delictiva, pero posteriormente comienzan a verse unos picos de violencia delictiva brutales. En el libro tratamos de analizar y documentar esa escalada de torturas, desapariciones forzosas, asesinatos… Evidentemente vas a casos concretos y te das cuenta de que tienen el gatillo fácil. Hay un caso concreto en el que acompañamos a unos soldados en Tamaulipas, patrullando el Río Bravo –fronterizo con Estados Unidos-. Fuimos allí porque era el lugar en el que se habían producido casi la mitad de enfrentamientos con los militares. En un país de 120 millones de personas, que la mitad de enfrentamientos hayan ocurrido en un lugar de 3 millones pues está cabrón. Fuimos a ver cómo era ese lugar y cómo era vivir como militar en ese lugar. Lo que nos dimos cuenta es que casi casi los propios soldados estaban esperando que ocurriera un enfrentamiento, que casi buscaban que eso ocurriera y que estaban con la adrenalina por las nubes. Están condicionados para que eso ocurra y, cuando lo haga, responder a lo bestia.

¿Cómo es tener delante y entrevistar a alguien que ha cometido crímenes de guerra?

Nosotros hemos hecho como varias baterías de entrevistas, para este libro hemos usado unas 20 o 25. Las primeras las hicimos en una prisión militar que está en Ciudad de México, para hacer eso tuvimos que ponernos en la lista de visitas de un militar que estaba preso, haciéndonos pasar por amigos suyos y ocultando que éramos periodistas. Hablando con él le preguntábamos por compañeros que también quisieran hablar, siempre de manera anónima, hasta que, durante un periodo de más de dos años estuvimos yendo a la prisión para tratar de sacar entrevistas y finalmente obtuvimos como unas cinco. Costó un montón porque son muy desconfiados y porque siempre buscan colocar su versión de que la culpa es del Estado que les había mandado allí a hacer una guerra que no les tocaba hacer. Claro, esto tiene un reverso perverso. ¿Hagas lo que hagas estás disculpado porque tú no tenías la culpa de estar allí o de cumplir órdenes? En este sentido, nos costó mucho, moral y políticamente, justificar el por qué estábamos escuchando a estos hombres que habían hecho lo que has hecho.

Debe de ser complicado el proceso de pasar de estar trabajando en Valencia a tomar la decisión dejarlo todo e irse a México, ¿no le influyó el que aquel país sea uno de los lugares en los que ser periodista es sinónimo de llevar una diana?

Bueno, la situación no es tan mala como la pintan. Es cierto que la mayoría de veces que en España se tienen noticias es porque han asesinado a algún periodista, y entonces mi madre me llama y me pregunta si va todo bien. Es cierto que allá es muy distinto, allá la situación de los periodistas es terriblemente precaria, sobre todo en provincias. Tú te vas a Veracruz, que es donde más periodistas han sido asesinados durante los últimos veinte años, y te das cuenta de que hay mucha gente trabajando por dos duros. El periodista muchas veces se convierte, por presión del entorno, en una cosa distinta que no tiene nada que ver con el oficio. Yo, que tengo un sueldo que no está mal y que trabajo en Ciudad de México, no considero que esté en una posición tan jodida. No creo que esté en peligro, nunca lo he estado, exceptuando una situación puntual en el que nos amenazaron por una investigación que tiene que ver con el libro. Me pusieron protección durante seis meses y ya está. No es como estar en un pueblito de mierda en la costa del Golfo y te puede caer el cabrón de turno al que no le ha gustado lo que has escrito o cree que has hecho algo que no has hecho, pero que como eres periodista te la cargas. Es muy distinto. La época en la que aquí explota el 15-M supuso para mí una oportunidad para hacer periodismo a pie de calle, de poder estar sobre el terreno buscando historias. Me iba a la plaza del Ayuntamiento a buscar temas, reportajes de barrio en Nazaret, me lo pasé muy bien y conocí la ciudad como nunca la había conocido. Al final llega un momento en el que la agotas.

¿Se le quedó pequeña Valencia?

Yo había leído a Jon Anderson, a Truman Capote y a Caparrós…a muchos cronistas que contaban historias que yo quería ver. Tenía dos amigos en México y me fui con ellos, me acogieron en su casa, compramos un coche y nos pusimos a viajar. Estuvimos dos años recorriendo de México hasta Argentina, tratando de explicar para una publicación mexicana cómo era en cada país el narco fuera de México. Eso te permite conocer a una cantidad de personas, vivir una cantidad de experiencias y situaciones que jamás habría vivido de otra forma.

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