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Delenda est monarchia

Llum Quiñonero

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La Casa Real vive una crisis profunda y no es por el Corona virus. Felipe VI se ha desvinculado de su padre, en un comunicado hecho público, y ha renunciado a 65 millones de euros de los que consta como heredero, cuando se ha sabido de su procedencia ilícita, oculta, además, en un paraíso fiscal.

El que fuera Jefe del Estado, protegido por la Constitución, impune por la máxima norma, quien fue nombrado por Franco, para darnos “estabilidad”, aunque significara saltarse el propio orden sucesorio, por voluntad del dictador. Ése, “el campechano” del que la prensa “libre” durante décadas ha ocultado fechorías, salidas de tono y andanzas variopintas, Juan Carlos de Borbón, ha caído en desgracia, se ha pasado de la raya y  ha perdido apoyos y aliados que están destapando sus excesos.

Él, que es rey emérito de un país en crisis sanitaria, que desde 2008 ha atravesado una crisis económica que ha dejado en bancarrota a millones de personas, de empresas y de familias sin viviendas. Juan Carlos de Borbón, que tantas veces ha sido presentado como “salvador de la democracia”, del que también se sospecha estuviera alertado previamente del golpe militar del 23F, que frenó los avances y aspiraciones de una democracia más amplia, más profunda, él es cabeza visible emérito de un país con una ciudadanía ejemplar que no se merece tanto abuso y desprecio.

La dictadura, y la corrupción que la definió, continuó como hábito a través de máximos dirigentes del Estado. ¿Lograremos conocer hasta donde llegó la estafa? La moral, la económica. ¿Podremos saber hasta dónde su impostura y cifrar sus delitos? ¿Será capaz el Parlamento de ser fiel al mandato de transparencia y firmeza democrática contra la corrupción? Cumplir aquello que el propio Juan Carlos dijo en su mensaje de Navidad de 2012: La Justicia es igual para todos, dijo.

Sin embargo a pesar de la corrupción como forma de relación y comportamiento  social y económico de la que no nos hemos logrado deshacer en las ultimas décadas,  nuestra sociedad, nuestra gente está en las antípodas del “Campechano. La inmensa mayoría, incluidos los que menos tienen, se ponen al servicio del resto cuando toca y son demócratas con todas sus consecuencias. Lo vemos en los momentos difíciles como los que atravesamos.

Una millonada de personas que, decretado el estado de alarma, acuden a sus tareas de limpieza, de cuidado y elaboración de alimentos, que hacen pan y lo venden en los mostradores, los auxiliares de farmacia que persisten en la primera línea, las cuidadoras de personas mayores, que no les abandonan, los conductores de autobuses, de trenes y de taxis, las voluntarias que se organizan en red para asistir a sus vecinas y vecinos enfermos o necesitados, aquellos que trabajan en las lavanderías, en las cocinas de hospitales y centros de mayores, los miles que en la red inventan propuestas para mantenernos activos, sonrientes, coordinados. Artistas, músicos, gimnastas, profesorado, gente del campo, ganaderas y agricultoras, que siguen cultivando lo que nos vamos a comer mañana, transportistas que continúan en la carretera abasteciéndonos.

No mereció usted la Corona de este país, Juan Carlos. Sus escándalos, a pesar de la protección legal, del CNI, de la sordina impuesta, se expanden por las redes. Tal vez no lo veamos esposado metido en un furgón, tal vez no tome las de Villadiego, como el abuelo Alfonso. Pero, Juan Carlos, ya nunca más tendrá el apoyo de la mayoría, esa ejemplar ciudadanía  que trabaja horas extenuantes, en hospitales y ambulatorios, esos millones de maestras, funcionarios, trabajadores, pensionistas, autónomos, que durante años ha visto mermados sus derechos, sus sueldos, sus libertades, sus pensiones  y  créditos, mientras usted hacia negocios con las tiranías más despóticas y misóginas del mundo y cobraba comisiones que guardaba en paraísos fiscales.

Tal el tamaño de su patriotismo. 

Recuerdo que dijo una vez, “No volverá a ocurrir”, allá por 2012, pillado infraganti cazando elefantes cuando millones de españoles reclamaban justicia en las calles contra los recortes en derechos y eran expulsados de sus viviendas y de sus trabajos.

Demasiadas mentiras y escándalos, también los privados, que calla la reina, su esposa y que se fue lo más lejos que pudo de su lado, mientras seguían con una cierta pantomima tratando de sostener el imposible espejismo de ejemplaridad. Escándalos que ahora no callan las que fueron sus amantes, o algunas de ellas, más poderosas.

Si su hijo Felipe, como dice, renuncia a la herencia, incluida la corona, sepa usted, que usted será el primer responsable. Los monárquicos, y tantos demócratas de buena fe, le han apoyado, protegido, le han reído las gracias durante años. Pero ya no hay modo.

En 1978, los acuerdos de la Transición, establecidos en un estado de profunda debilidad de las fuerzas y corrientes democráticas y republicanas apenas salidas de la clandestinidad --ni siquiera pudieron presentarse a las elecciones de 1977 partidos que llevaran en sus siglas la palabra República-- no permitieron que la Monarquía se sometiera a plebiscito.

Le seguirán protegiendo, negando que se investigue lo que necesitamos saber. Cumplir con aquello que usted mismo dijo en 2011, desde la trinchera de su impunidad: “La Justicia es igual para todos” .

Se le ve enfermo, menos campechano. Sea noble en algo. Devuelva lo que no le corresponda. Ponga esos millones a disposición de quienes en este país tanto necesitan, sea ejemplar por una vez.

Se quedó con una corona impuesta al pueblo del Estado español que no le correspondía. Y tal vez, con su comportamiento, dejará una herencia infame, sin corona,  a sus descendientes.

Y más pronto que tarde, nuestra sociedad, repleta de gente noble y valiente  podrá decidir libremente sobre quiénes deben estar al frente de la cabeza del Estado. Y si no, al tiempo.

Nota: Delenda est Monarchia es el título de un artículo de Ortega y Gasset publicado en El Sol el 18 de septiembre de 1930 y que citaba a su vez a Catón El Viejo.

Llum Quiñonero es periodista y escritora

 

 

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